sábado, 29 de agosto de 2015

Misterios en la Peninsula Iberica (El Castillo de Pedraza: "Dos Almas en pena" [II])

La Leyenda

Nos debemos remontar al siglo XIII, habitaba por esos lares el castillo un noble llamado Sancho de Ridaura, guerrero y señor generoso, respetado por todos sus vasallos.
Cerca de allí, en una aldea de sus dominios, vivía Elvira, moza de gran belleza, hija de unos pobres colonos, que estaba muy enamorada de Roberto, un joven labrador, trabajador y honrado que desde niño sentía un profundo amor por ella. Pero un día, el señor del castillo vio a la muchacha y quedó prendado de su belleza, hasta el punto de utilizar sus derechos para obligarla a convertirse en su esposa y por lo tanto en señora del castillo.

Roberto quedó destrozado al tener que renunciar a la mujer amada ya que como siervo no se la podía disputar a su señor y la única salida que encontró para ocultar su dolor, fue refugiarse en un convento y allí entregado a la oración fue cicatrizando su herida.
Pasó el tiempo, pero como la vida da muchas vueltas, sucedió que el capellán del castillo se murió y el señor pidió al convento que le enviara al monje más virtuoso para reemplazar al capellán fallecido. El abad eligió entonces a Roberto por ser el mas humilde y devoto y allá le mandó sin sospechar lo que iba a suceder. Cuando los enamorados se vieron, presintiendo el peligro que suponía que volviera a renacer su amor, se evitaban en todo momento, pero de nuevo el destino quiso jugar a su manera y ocurrió que Alfonso VIII hizo un llamamiento a los nobles castellanos para luchar contra los almohades y a esta llamada acudió el señor de Ridaura al frente de sus huestes distinguiéndose por su heroísmo en todas las batallas y llenándose de gloria en la de las Navas de Tolosa.

Regresó entonces a su castillo siendo recibido por todos sus vasallos que acudieron en masa para aclamarle y rendirle homenaje. En el umbral, rodeada de sus servidores le esperaba su esposa pero cuando él fue a abrazarla, ella turbada, se desmayó entre sus brazos. Confuso y pensativo por esta actitud, mandó llamar a uno de sus más antiguos servidores y por él supo que la intachable fidelidad de su esposa había sido durante su ausencia empañada por el amor que tenía por el fraile.

Quedó pensativo el señor del castillo no demostrando su dolor, aparentemente alegre, recibía las visitas de otros nobles que acudían para darle la bienvenida y decidió que para celebrar el triunfo, se prepararía una gran fiesta invitando al banquete a todos los nobles del reino.

Llegado el momento, se sentaron a la mesa todos los comensales presididos por el señor que sienta a ambos lados a los amantes y a la hora del brindis dice que ha llegado el momento de conceder premios a los que lo han merecido durante su ausencia. Mirando fijamente a Roberto y aludiendo a su tonsura, sentencia: "Una corona bendita y consagrada lleva sobre la cabeza como insignia de honradez, virtud y santidad, yo le pondré otra que si no tan divina será al menos tan duradera". Y haciendo una seña, se acercan dos vasallos vestidos con brillantes armaduras que portan en una bandeja de plata una corona de hierro, cuya parte inferior estaba erizada de afiladas puntas enrojecidas al fuego. El caballero, poniéndose unos guantes de acero, toma la corona y la coloca con fuerza sobre la cabeza del fraile mientras le decía: "La recompensa por tus servicios"
Elvira huye espantada mientras se oyen los gritos de dolor del fraile y el espanto de los invitados se refleja en sus caras. Se dirige entonces el señor hacia su esposa pero viendo que había desaparecido la sigue a sus aposentos y allí la encuentra con el corazón traspasado por una daga.
De pronto el castillo se ve envuelto en llamas lo que hace que todos los invitados huyan despavoridos y parece ser que el señor de Ridaura también lo abandona con rumbo desconocido. Hay quien dice, que desde entonces, cierta noche del año en el ruinoso castillo, se ve pasear a dos extrañas figuras coronadas por una orla de fuego.

El castillo en la actualidad

El pintor Zuloaga adquirió, en 1926, el Castillo de Pedraza donde, tras restaurar una de las torres, instaló su taller y pintó paisajes y retratos de los habitantes de la villa. En el museo se exponen obras de cerámica, pintura y dibujos de Zuloaga, junto a cuadros de otros artistas, entre ellos, un Cristo de El Greco, un retrato de la condesa de Baena, realizado por Goya, y un bodegón flamenco del siglo XVII.

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