miércoles, 23 de marzo de 2016

Asesinos en Serie (Richard Speck [X])

El juicio comenzó el 20 de febrero con la selección del jurado. El acusado pasó el día como todos los demás del proceso, sentado ante la mesa de la defensa, como petrificado, con la mirada perdida, mascando chicle nerviosamente. Conforme pasaban los días, se relajó un poco, pero jamás miró al jurado. Tanto el abogado defensor Gerald Getty como el ayudante del fiscal que dirigió la acusación, William Martin, tuvieron mucho cuidado a la hora de seleccionar a los integrantes del jurado. Se interrogó exhaustivamente a cada candidato; la defensa no deseaba que se colase nadie con las ideas preconcebidas acerca de la culpabilidad de Richard, y el fiscal quería que ningún miembro se arredrase en el momento de recomendar la silla eléctrica. Bajo la ley de Illinois no se podía sentenciar a muerte a nadie si el jurado no lo recomendaba unánimemente. La selección se prolongó hasta finales de marzo; se interrogó a 610 personas antes de elegir a doce: siete hombres y cinco mujeres. Una vez admitidos, se inició el juicio propiamente dicho.
El 22 de noviembre de 1972, el tribunal condenó a Richard Franklin Speck a cuatro penas consecutivas de entre 50 y 150 años de cárcel. El total de la sentencia, de 400 a 1200 años, fue la más larga jamás dictada en Estados Unidos hasta aquel momento
A pesar de su larga condena, Speck fue incluido entre los presos con derecho a salir en libertad bajo palabra en 1976. Richard dijo entonces, y de nuevo en 1981, que no estaba interesado en esa posibilidad. Siguió pasando el tiempo pintando en la penitenciaría de Stateville. No obstante, en 1987 cambió de idea acerca de la libertad. Los familiares afectados formaron una asociación para impedir su liberación.
En la cárcel, Speck volvió a consumir drogas y a protagonizar algunos episodios de violencia. Recibió en prisión cientos de cartas de mujeres que le deseaban como amante (quizás por el mito acerca de su potencia sexual, que le había permitido violar supuestamente a las ocho enfermeras muertas), pero él decidió empezar a tomar hormonas. Se volvió homosexual y tuvo como pareja a un afroamericano. Además se pavoneaba de gusto por ser el autor de la masacre de Chicago. 
 Poco antes de morir, Speck le dijo a su hermana:  
- "Puedes decirle a tus hijos que Richard Speck no era su tío".
Speck murió de un ataque al corazón a las 6:05 del 5 de diciembre de 1991, un día antes de su cumpleaños número cincuenta, en el Hospital de la Cruz de Plata en Joliet. Lo llevaron allí después de quejarse de dolores en el pecho y náuseas. Como nadie reclamó su cuerpo, el cadáver de Speck fue quemado por los oficiales de la prisión. Su hermana decidió no enterrarlo ella. Tenía miedo de que la gente profanara la tumba en caso de que se enteraran dónde yacía. Todos los testigos juraron mantener la ubicación de la tumba en secreto.

fuente: http://serialkillers.obolog.es

Asesinos en Serie (Richard Speck [IX])

Los expertos trabajaron hasta altas horas de la madrugada. A las 4:30 del 16 de julio se llegó a la conclusión de que tres de las huellas recogidas en el lugar de los hechos eran iguales a las del marinero. A las 14:40, el inspector Orlando Wilson anunció públicamente la identidad del criminal: 
- "El asesino de las ocho enfermeras del South Chicago Community Hospital, cometido el 14 de julio de 1966, responde al nombre de Richard Franklin Speck; varón, blanco, marinero, de veinticuatro años. Las huellas dactilares del asesino obtenidas en el lugar de los hechos concuerdan plenamente con las del sospechoso".
Este anuncio levantó una verdadera oleada de críticas, dado que sólo podía perjudicar el desarrollo del juicio. Pero la policía consideró que facilitaría la rápida detención del criminal. La opinión pública y la imaginación de la gente estaban invadidas por un terror cada vez más ciego. Había que resolver el caso cuanto antes.
Speck estaba sentado en la barra de un bar, cuando oyó su nombre por la radio y se quedó atónito. No se había reconocido en el retrato robot que Otis Rathel, el dibujante de la policía, había confeccionado, ya que la piel era demasiado suave y lisa, y los contornos de la cara demasiado finos. Como era un fatalista por naturaleza, nunca pensó que la policía podía haberse equivocado. Se le ocurrió escapar, pero no sabía a dónde. No conocía ningún lugar seguro. Jugó con la idea de entregarse, pero esta posibilidad le aterrorizaba. Así que hizo lo de siempre: compró un poco de vino barato y se fue del local. Hacia la medianoche estaba tumbado en la cama de una mugrienta pensión, el Hotel Starr. La sangre fluía de su brazo izquierdo y su muñeca derecha. Se había cortado las venas con la botella de vino. Ya muy debilitado, levantaba la voz para hablar con quien quisiera oírle: 
- "Vengan a verme aquí. Tienen que venir y verme. He hecho algo malo".
George Grigorich, un vagabundo, ocupaba la habitación contigua, pero le importaba un comino. 
"¡Déjame en paz!”, le gritó a Speck. “Sólo te quieres meter conmigo. Yo no confío en los tipos como tú".
El marinero siguió chillando y Grigorich siguió ignorándolo. Speck llegó a levantarse para golpear la puerta del vagabundo, pero alguien le vio allí, de pie, sangrando y pataleando, y avisó al conserje.
 Los policías que llegaron a la fonda no lo reconocieron. Se había inscrito con el nombre de B. Brian y éste es el nombre que dieron tras dejarle en la sección de urgencias del hospital de Cook County. En los hoteluchos de Skid Row los intentos de suicidio estaban a la orden del día. A las 12:30 lo examinó un médico de urgencias, LeRoy Smith, y la cara del paciente le resultó familiar. Bajo la sangre, en su brazo izquierdo, apreció lo que parecía un tatuaje. Limpió la sangre y apareció la frase "Born to raise hell" ("Nacido para traer el Infierno"). El doctor se inclinó sobre él y le preguntó su nombre. El sujeto susurró:  
- "Richard. Richard Speck".
Smith avisó a la policía antes de coser las heridas del suicida y hacerle una transfusión. Cuando Speck salió del quirófano, los agentes le estaban esperando; le sujetaron a la camilla con barras y le metieron en una ambulancia con dirección al Hospital Penitenciario de Bridewell. La cacería por fin había terminado.



Asesinos en Serie (Richard Speck [VIII])

No obstante, la policía ingenió una trampa para el supuesto asesino. Solicitaron de la NMU que le ofreciese un trabajo a bordo de un buque ficticio con destino a Nueva Orleans. A las 15:10 de la tarde, Speck telefoneó a la Unión para ver si había algún puesto libre y le dijeron que sí. Él contestó que se pasaría por las oficinas, pero esa tarde no apareció. La llamada fue localizada; provenía de una posada, el Shipyard Inn, que no estaba ni a un kilómetro de distancia. Cuando la policía se presentó en el hotel, el conserje les informó que el tal Speck acababa de salir después de hacer una llamada.
Richard se pasó el día de taberna en taberna acompañado de su amigo Robert "Red" Gerald, y poco después, en el Ebb Tide, alguien le mencionó el caso de las enfermeras. Gerald recordaba la contestación de Speck:  
- "Quien quiera que lo haya hecho tiene que ser un maníaco sexual".
Al atardecer se separaron y Richard dijo que iba a buscar algo de acción a la zona norte de la ciudad. En realidad, le preocupaba el inusual despliegue policial; todos los permisos habían sido revocados nada más cometerse los asesinatos. A Speck le quedaban un par de penas por cumplir en Dalias y no quería atraer las sospechas de los agentes por nada del mundo. Cogió un taxi y se dirigió a otra parte de la ciudad para quitarse de en medio. Ganó otro poco de dinero al billar, se ligó a una prostituta y tomó una habitación.
El Servicio de Guardacostas de Estados Unidos tenía una ficha de Richard Speck. Enviaron su fotografía al hospital y la policía la entremezcló con las de unos cien violadores. Corazón Amurao sufría un estado de shock. Los médicos que la atendían estaban muy preocupados, se mostraban inflexibles e impidieron que los detectives interrogaran a la enferma o le enseñaran las fotos
Tras leer el parte de los patrulleros, los detectives se apresuraron para alcanzar a su hombre, pero les acompañó la mala suerte, ya que Speck había abandonado la fonda quince minutos antes. Entretanto, Corazón Amurao se había repuesto lo suficiente como para identificar a Speck en la fotografía del Servicio de Guardacostas. La policía comprobó los ficheros del FBI en Washington y confirmó que el historial criminal de Speck en Texas era bastante nutrido. A las 19:30, Chicago disponía de una descripción completa del sospechoso, incluyendo sus tatuajes y sus huellas dactilares.

Asesinos en Serie (Richard Speck [VII])

Los agentes rescataron a la desesperada Corazón Amurao de la cornisa y la llevaron al Community Hospital del sur de Chicago, donde la sedaron y pudo contar a la policía todo lo sucedido. A las 8:30 de la mañana disponían de un informe completo y detallado. Al equipo de expertos en huellas no le faltó trabajo en la casa de East Street, ya que había pruebas por todas partes. De las puertas, paredes y muebles se obtuvieron huellas dactilares de las palmas de las manos. Asimismo, hallaron una camiseta de hombre empapada en sudor en el cuarto de estar y otra revuelta con los pantalones vaqueros de Gloria. Los detectives no tardaron en averiguar que un hombre que encajaba con la descripción dada por Amurao había dejado sus maletas el martes por la noche en la gasolinera situada justo enfrente de la calle 2319. Le había contado al encargado que esperaba encontrar trabajo a bordo de un barco.
La oficina de la Unión Marítima Nacional (NMU) se encontraba a pocos metros de distancia, en el 2335 de la calle 100, y confirmaron que, efectivamente, un sujeto había ido durante los dos o tres días anteriores para solicitar un puesto en algún barco en dirección a Nueva Orleans. Los despachos no se limpiaban todos los días y en una papelera la policía encontró un formulario arrugado con un nombre: Richard Franklin Speck.
A las once de la mañana el inconsciente asesino se despertó en la cama del Shipyard Inn, vistiendo la camisa y los pantalones oscuros que se había puesto el día anterior. Se acercó al lavabo y se mojó la cara para despabilarse; entonces se fijó en que su mano derecha estaba manchada de sangre. Sin embargo, su ropa no tenía ninguna mancha. No conseguía recordar cómo había llegado esa sangre hasta allí; no podía recordar nada. Supuso que se debía a algún corte, pero aún quedaba otro detalle preocupante: tenía una pistola, pero no sabía cómo había llegado a sus manos. Se encogió de hombros, ya que la vida de un alcohólico está llena de pequeños misterios. Bajó al bar para comprar una botella de vino y en ese momento en la radio daban la noticia de los asesinatos. Speck señaló el aparato y comentó con el camarero:  
- "Espero que cojan a ese hijo de puta"

 .

Asesinos en Serie (Richard Speck [VI])

Amurao se atrevió a echar un vistazo fuera de su escondite: la habitación estaba vacía. Salió y se metió bajo la cama de Gloria. Ella estaba encima, inmóvil, tapada por las sábanas. Se quedó totalmente quieta, intentando captar el mínimo ruido. Pasaron unos 45 minutos. Entonces, el hombre volvió a entrar en el dormitorio. Encendió la luz. No quedaba nadie, aparentemente. Dio media vuelta y salió. Amurao seguía escondida, nerviosa, sin atreverse a hacer ningún movimiento, sin hacer el menor ruido, sin respirar. A las cinco de la mañana sonó un despertador en uno de los dormitorios. Las chicas solían incorporarse a sus turnos en el hospital a las seis y media. Hacia las seis se enfrentó a su miedo: salió de debajo de la cama, consiguió desatar las ligaduras y se encaminó por el pasillo a su dormitorio.
Allí encontró los cadáveres de Mary Ann y Suzanne Farris. Al Iado yacía Pamela Wilkening. Había sangre por todas partes. Temía descender a la planta baja. Quizás el asesino seguía en la casa. Rompió la ventana de la habitación y saltó a una comisa de sesenta centímetros de ancho que rodeaba todo el edificio, pero desde allí no podía alcanzar la acera; la cornisa estaba a tres metros del suelo. Se arrodilló. En sus manos agarraba con fuerza algunos trozos de cristal roto. Muerta de miedo, empezó a gritar:
- "¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme! ¡Todas están muertas! ¡Soy la única que quedó viva!"
Una vecina, Betty Windmiller, se acercó para averiguar quién causaba el alboroto. Ella y un hombre que estaba paseando a su perro, Robert Hall, avisaron a la policía. El primer agente en llegar al lugar de los hechos fue Daniel Kelly que había estado patrullando la zona durante su turno. Descubrió que la puerta trasera estaba forzada y le faltaba uno de los paneles. Entró en la casa. En el salón se topó con el cuerpo desnudo de una muchacha; alrededor del cuello tenía un trozo de tela fuertemente anudado. Le dio la vuelta al cadáver y reconoció inmediatamente a Gloria Davy; Charlene, la hermana de Gloria, había sido su novia. Gloria estaba desnuda y atada con nudos marineros, con un paño alrededor del cuello y su cabeza colgando del sofá; en sus nalgas había rastros de semen. Halló otros nueve cuerpos en el primer piso. Patricia Matusek estaba en el baño, totalmente desnuda, metida en la tina. Le habían dado fuertes patadas en el estómago y después la habían estrangulado.
Nina Schmale estaba en la habitación junto a las demás; había tanta sangre derramada que apenas se le reconocía. Su vestido estaba levantado hasta el pecho con las mismas ataduras y nudos marineros de iguales características. Pamela Wilkening, de 18 años, estaba amordazada y había sido apuñalada en corazón, cuello y pecho: su cuerpo yacía en medio de un reguero de sangre. Mary Ann tenía tres puñaladas en el pecho, cuello y ojos. Valentina Paison, de 24 años, se hallaba tumbada hacia abajo, con profundos cortes en su garganta y sobre ella, como si de una muñeca se tratase, se lanzó a Merlita Gargullo, apuñalada y también estrangulada. Todas presentaban heridas de cuchillo en el cuello. Gargullo y Schmale habían sido estranguladas, además de apuñaladas.
 

Asesinos en Serie (Richard Speck [V])

A las 11:30 llegó otra chica a la casa: Gloria Davy. El hombre se la encontró al entrar en el dormitorio y le quitó dos dólares. Insistía en que no quería hacer daño a nadie, pero cogió una sábana, la cortó en tiras con una navaja de bolsillo y maniató a todas las enfermeras. Además no daba muestras de querer irse. Se acuclilló al lado de las cautivas y empezó a charlar amigablemente con ellas. Entretanto, golpeaba el suelo con el cañón de la pistola y no paraba de mirar por la ventana de la habitación. Desató los tobillos de una de las muchachas, Pam Wilkening, y se la llevó fuera del dormitorio. Las demás escucharon un profundo suspiro. Después, el silencio.
La última de las chicas que compartía el piso llegó hacia medianoche. Suzanne Farris venía acompañada por una amiga que también estudiaba enfermería, Mary Ann Jordan. Las dos entraron en el dormitorio principal. El hombre les siguió los pasos, las amenazó con la pistola y las hizo salir de nuevo. Las jovencitas atadas oyeron algunos ruidos, gritos apagados y el agua de un grifo del baño. Al cabo de veinte minutos, el hombre regresó para llevarse consigo a otra mujer. Le tocó a Nina Schmale. A estas alturas las chicas estaban aterrorizadas e intentaron ocultarse. Corazón Amurao rodó por el suelo hasta refugiarse bajo una cama. La vez siguiente, el extraño sujeto se llevó a Merlita Gargullo y a Valentina Pasión. Corazón escuchó suspirar y protestar a las chicas. Merlita exclamó en español:
- "¡Ay, me hace daño!"
Acto seguido volvió a imponerse el pesado silencio en el cuarto. Corazón procuraba no moverse ni un milímetro. Patricia Matusek siguió la desconocida suerte de sus predecesoras. El hombre se inclinó sobre ella y la arrastró consigo. Patricia preguntó:
- "¿Por favor, podría desatarme antes los tobillos?"
 Ya sólo quedaban Amurao y Gloria Davy. La joven filipina procuró esconderse todo lo más posible bajo la cama. Al cabo del intervalo habitual, unos veinticinco minutos, oyó los pasos del hombre acercándose a la puerta. Podía ver al sujeto desde su escondite. Le quitó los pantalones vaqueros a Gloria; se bajó la cremallera de los suyos y se recostó sobre ella. Corazón apartó la vista de la escena, pero el rítmico crujir de los muelles de la cama no ofrecía ninguna duda sobre lo que estaba pasando. De pronto, el intruso preguntó con desconcertante amabilidad:
- "¿Por favor, podrías poner tus piernas alrededor de mi espalda?"
El rechinar de muelles se detuvo.

Asesinos en Serie (Richard Speck [IV])

La mezcla de la borrachera y las píldoras le aletargó agradablemente. Hacia las 15:00 horas volvió al bar y empezó a charlar con tres tipos que dijeron ser marineros. Hacia las seis, los cuatro salieron del antro y se dirigieron a un lugar en el que Speck "jamás había estado antes". Los marineros sacaron una botellita azul y se inyectaron un líquido de color claro. Speck no sabía lo que contenía la botella, ni le importaba. Se subió la manga y se metió un pinchazo sin pensarlo dos veces. Se recostó; el mundo empezó a difuminarse ante sus ojos.
El clima empezó a cambiar conforme avanzaba la tarde. Nubarrones de tormenta se arremolinaron sobre el Lago Michigan. La temperatura descendió algunos grados y la humedad aumentó. La pesada noche que se cernía sobre la ciudad se volvió más sofocante. La gente abría las ventanas de sus casas para aprovechar cualquier brisa que aliviase el pegajoso ambiente nocturno. Las ventanas de la residencia de dos pisos situada en la calle 100, 2319 East, en el barrio de Jeffery Manor, también estaban abiertas de par en par. Era una de las seis casas del bloque edificado entre Luella Avenue y Crandon Avenue. Tres de ellas las ocupaban enfermeras en período de prácticas que realizaban cursos de perfeccionamiento en Chicago. Cada apartamento albergaba a ocho inquilinas. La mayoría eran estudiantes, pero también había tres enfermeras licenciadas de Filipinas que asistían a clases para posgraduados.
Corazón Amurao, una de las alumnas, acababa de meterse en la cama en la habitación del segundo piso que compartía con otra compañera, Merlita Gargullo. A las once en punto de la noche escuchó cuatro golpecitos suaves en la puerta de su dormitorio. Pensó que era una de las chicas; se levantó, quitó el pestillo y abrió. Ante ella apareció un hombre de ojos agradables que la empujó y entró en la habitación. Se tambaleaba un poco y despedía una inconfundible peste a alcohol. En la mano llevaba una pistola. Le dijo:  
- "No se preocupe, no voy a hacerle daño. Sólo necesito dinero para llegar a Newa Orleans".
Reunió a las seis enfermeras que había en la casa en el dormitorio principal de la parte trasera. Les dijo que se sentaran en el suelo y apagó las luces.  
- "¿Dónde tienen el dinero?", preguntó.
Una tras otra, las muchachas le entregaron el contenido de sus monederos. No era mucho: menos de cien dólares en total.


 

Asesinos en Serie (Richard Speck [III])

El 14 de julio de 1966 se alcanzó la cifra récord de setenta y dos personas asesinadas en Chicago. Ocho de ellas murieron esa noche y este crimen traumó a toda la nación. Aquel verano la ciudad soportaba temperaturas superiores a los 32ºC. Muchos habitantes buscaron refugio en los bares donde solían tomar copas habitualmente. Dentro, el aire acondicionado permitía soportar el calor de las calles. Para Richard Speck, pese a sus veinticuatro años, hacía mucho que la barra de un bar era su puerto preferido. Hiciera sol, lloviese o nevase. Vivía en Texas, aunque desde su reciente divorcio había estado dando tumbos de aquí para allá y cambiando de trabajo. Su mujer había decidido separarse de él a principios de 1966. Finalmente, había llegado hasta Chicago.
Al principio se quedó en la casa de su hermana, Martha Thornton, y se puso a buscar trabajo. No tardó mucho tiempo en convertirse en cliente asiduo de los tugurios más sucios de Chicago. Al entrar era fácil toparse con su cara de carrillos hundidos y pómulos salientes, con otro rasgo que le diferenciaba: las numerosas marcas de viruela. Ante sus húmedos ojos azules se adivinaba con frecuencia la nube provocada por la adicción a las drogas. Prefería los barbitúricos, aunque estaba dispuesto a probar lo que cayese en sus manos; unas manos grandes y abombadas que solían estar aferradas a un vaso de alcohol.
Cada vez pasaba menos tiempo con su hermana y prefería las pensiones de mala muerte de la zona de Skid Row. No obstante, todas las semanas se pasaba por las oficinas de contratación del Sindicato de Marineros para ver si había algún navío en el que embarcarse. Quería ir a Nueva Orleans, pero al enterarse el martes 12 de una vacante en un carguero de mineral que partía hacia Indiana no lo dudó, pagó la cuenta de la habitación y abandonó el hotel. Al llegar al muelle le comunicaron que se trataba de un equívoco: le habían dado el puesto a otro tipo. Speck regresó a Chicago. Le habían rechazado; no tenía ni una moneda para comer; no sabía dónde iba a pasar la noche. Dejó las maletas en una gasolinera y buscó un rincón para dormir en una casa a medio construir que habla en las cercanías.
Al otro día le ofrecieron un puesto en un buque transoceánico que soltaba amarras el lunes siguiente, y lleno de alegría llamó a su hermanastro. Este le prestó 25 dólares para que fuera pasándola hasta el gran día. Cogió una habitación en el Shipyard Inn, un sórdido hotel del South Side de Chicago, y acto seguido se fue a jugar al billar. Tenía los dedos ágiles y ganó otro poco de dinero. Las cosas iban tomando otro cariz. Se tragó seis Redbirds (píldoras de barbitúricos) y se fue a dar un paseo por el lago Michigan. Desde que se había levantado no había parado de beber, tal como era su costumbre.

Asesinos en Serie (Richard Speck [II])


En 1962, teniendo veinte años, se casó con Shirley Annette Malone, de quince, y se cambió el apellido de Lindbergh a Speck. El 2 de julio de ese año, su joven esposa tuvo una hija, Robbie Lynn Speck. El padre estaba muy orgulloso de la pequeña y la trataba bien, pero decía que él no era su padre natural. No obstante, un año después del nacimiento, Speck estaba entre rejas. Speck sufría una hostilidad casi innata hacia las mujeres. En parte se debía a su madre, la mujer que había sustituido al padre que Richard quería con locura por un hombre al que no podía aguantar.El resto de su animosidad hacia las mujeres se lo debía a su ex mujer, Shirley. Speck, por regla general, conseguía mantener controlada su misoginia. Pero quizá le resultara más difícil a él que a los demás, ya que durante un período de su vida había sufrido daños cerebrales debido a una sucesión de accidentes en la cabeza. Esas lesiones le podían haber tornado impulsivo y agresivo. Otros síntomas que favorecían este comportamiento violento eran sus frecuentes y agudos dolores de cabeza, la irritabilidad, su escasa tolerancia respecto a la bebida y las drogas.
Sus problemas de inestabilidad emocional se acentuaban al beber y drogarse. El doctor Ziporyn, un psiquiatra, sintetizó su opinión con una frase rotunda:  
- "El motor de Speck es como el de todos nosotros. Lo que le fallan son los frenos".
Lo que Richard necesitaba controlar urgentemente era su odio hacia las mujeres. Solía decir:  
- "Me gustan las chicas. Yo no haría daño a una mujer".
Pero, de hecho, había herido y maltratado a varias después de atacar a su madre a los dieciocho años. La última vez, a principios de 1966, había asaltado a una prostituta de Dallas, y durante sus numerosos ataques de celos le había pegado a su esposa Shirley.
 En Monmouth, un par de meses antes de que su furia estallara en Chicago, le había enseñado a uno de sus amigotes de copas la foto de Shirley a la vez que le comentaba:  
- "Volveré a Texas para matarla... aunque sea lo último que haga en la vida".
Para Speck sólo había dos tipos de mujeres: la santa, la protectora, la que sólo deseaba lo mejor para él, como su madre, y "las chicas malas", las que se valían de su atractivo para excitarle, para atraerle, para atraparle. Para Speck, Shirley era la reina de las rameras. Al doctor Ziporyn le contó lo siguiente:  
- "Me solía decir que quería que la amara más que a mi madre. Y yo le dije: ‘¡Eso nunca ocurrirá!’ Entonces se volvía loca".

Asesinos en Serie (Richard Speck [I])

Richard Franklin Speck nació el 6 de diciembre de 1941 en Kirkwood (Illinois [USA]). Fue el séptimo de ocho hermanos, tres varones y cinco mujeres, cuyo padre se llamaba Benjamín Franklin Speck y era alfarero. A finales de 1947 Benjamín murió, dejando a Mary Margaret Carbaugh, la madre, sola en el mundo. En 1950 se casó en segundas nupcias con un vendedor de seguros, Richard Lindbergh. Los dos hijos más jóvenes adoptaron el apellido. A los tres años de edad, Richard sufrió una neumonía y la enfermedad le cortó el flujo sanguíneo hacia el cerebro. A los cinco años, tuvo el primer accidente en la cabeza, cuando se golpeó con un martillo de carpintero mientras jugaba en la arena. A los diez años se cayó de un árbol y permaneció inconsciente durante noventa minutos. A los once, mientras corría, se dio un golpetazo en la cabeza con una barra de acero que sustentaba el toldo plegable de una tienda. A los catorce se volvió a caer de un árbol y tuvo un percance en la bicicleta. Ambos accidentes le dejaron inconsciente.
Al poco tiempo se trasladaron a Dallas, Texas. Pero el futuro marinero odiaba a su padrastro. Lindbergh bebía mucho y tenía frecuentes riñas con su mujer, que algunas veces terminaban a puñetazos. Finalmente, siendo Richard aún adolescente, el padrastro abandonó a la familia. Speck empezó a meterse en líos desde pequeño. Uno de sus profesores recordaría que
- "Parecía como perdido y daba la impresión de que no se enteraba bien de lo que ocurría. Jamás lo vi sonreír. Nadie podía llegar hasta él. Era un solitario. Parecía estar siempre en la niebla, resentido y triste. No tenía amigos en la clase".
El chico llegó a ingresar en la Escuela Técnica Superior, pero tras el primer curso abandonó los estudios. Speck no poseía ningún título escolar; en cambio, sí que se había ganado a pulso un abundante historial policial y estaba destinado a pasar toda su vida desempeñando trabajos sin futuro. Se empleó de granjero, de basurero, de conductor de camiones y de carpintero. Bebía desde los doce años y poco después empezó a drogarse.
A todo ello hay que añadir las heridas sufridas en innumerables peleas. Sus jaquecas comenzaron un año después de que un policía le diera un fuerte golpe en la cabeza con una porra. Durante un intento frustrado de robo, le golpearon en el cráneo siete u ocho veces con una barra de hierro. Pero no todo el daño se debía a accidentes o heridas: sufrió una insolación durante su estancia en la granja prisión de Texas. Speck ya era un bebedor habitual a los quince años. El alcohol le ayudaba a soportar las jaquecas, pero también le producía un efecto alarmante:  
- "Empecé a pensar que la gente me maltrataba sin ton ni son. Cuando estoy sobrio me aguanto. No me importa tanto. Pero si bebo no aguanto que se salgan con la suya"