A las 11:30 llegó otra chica a la casa: Gloria Davy. El hombre se
la encontró al entrar en el dormitorio y le quitó dos dólares.
Insistía en que no quería hacer daño a nadie, pero cogió una
sábana, la cortó en tiras con una navaja de bolsillo y maniató a
todas las enfermeras. Además no daba muestras de querer irse. Se
acuclilló al lado de las cautivas y empezó a charlar
amigablemente con ellas. Entretanto, golpeaba el suelo con el
cañón de la pistola y no paraba de mirar por la ventana de la
habitación. Desató los tobillos de una de las muchachas, Pam
Wilkening, y se la llevó fuera del dormitorio. Las demás
escucharon un profundo suspiro. Después, el silencio.
La última de las chicas que compartía el piso llegó hacia medianoche. Suzanne Farris venía acompañada por una amiga que también estudiaba enfermería, Mary Ann Jordan. Las dos entraron en el dormitorio principal. El hombre les siguió los pasos, las amenazó con la pistola y las hizo salir de nuevo. Las jovencitas atadas oyeron algunos ruidos, gritos apagados y el agua de un grifo del baño. Al cabo de veinte minutos, el hombre regresó para llevarse consigo a otra mujer. Le tocó a Nina Schmale. A estas alturas las chicas estaban aterrorizadas e intentaron ocultarse. Corazón Amurao rodó por el suelo hasta refugiarse bajo una cama. La vez siguiente, el extraño sujeto se llevó a Merlita Gargullo y a Valentina Pasión. Corazón escuchó suspirar y protestar a las chicas. Merlita exclamó en español:
- "¡Ay, me hace daño!"
Acto seguido volvió a imponerse el pesado silencio en el cuarto. Corazón procuraba no moverse ni un milímetro. Patricia Matusek siguió la desconocida suerte de sus predecesoras. El hombre se inclinó sobre ella y la arrastró consigo. Patricia preguntó:
- "¿Por favor, podría desatarme antes los tobillos?"
Ya sólo quedaban Amurao y Gloria Davy. La joven filipina procuró esconderse todo lo más posible bajo la cama. Al cabo del intervalo habitual, unos veinticinco minutos, oyó los pasos del hombre acercándose a la puerta. Podía ver al sujeto desde su escondite. Le quitó los pantalones vaqueros a Gloria; se bajó la cremallera de los suyos y se recostó sobre ella. Corazón apartó la vista de la escena, pero el rítmico crujir de los muelles de la cama no ofrecía ninguna duda sobre lo que estaba pasando. De pronto, el intruso preguntó con desconcertante amabilidad:
- "¿Por favor, podrías poner tus piernas alrededor de mi espalda?"
El rechinar de muelles se detuvo.
La última de las chicas que compartía el piso llegó hacia medianoche. Suzanne Farris venía acompañada por una amiga que también estudiaba enfermería, Mary Ann Jordan. Las dos entraron en el dormitorio principal. El hombre les siguió los pasos, las amenazó con la pistola y las hizo salir de nuevo. Las jovencitas atadas oyeron algunos ruidos, gritos apagados y el agua de un grifo del baño. Al cabo de veinte minutos, el hombre regresó para llevarse consigo a otra mujer. Le tocó a Nina Schmale. A estas alturas las chicas estaban aterrorizadas e intentaron ocultarse. Corazón Amurao rodó por el suelo hasta refugiarse bajo una cama. La vez siguiente, el extraño sujeto se llevó a Merlita Gargullo y a Valentina Pasión. Corazón escuchó suspirar y protestar a las chicas. Merlita exclamó en español:
- "¡Ay, me hace daño!"
Acto seguido volvió a imponerse el pesado silencio en el cuarto. Corazón procuraba no moverse ni un milímetro. Patricia Matusek siguió la desconocida suerte de sus predecesoras. El hombre se inclinó sobre ella y la arrastró consigo. Patricia preguntó:
- "¿Por favor, podría desatarme antes los tobillos?"
Ya sólo quedaban Amurao y Gloria Davy. La joven filipina procuró esconderse todo lo más posible bajo la cama. Al cabo del intervalo habitual, unos veinticinco minutos, oyó los pasos del hombre acercándose a la puerta. Podía ver al sujeto desde su escondite. Le quitó los pantalones vaqueros a Gloria; se bajó la cremallera de los suyos y se recostó sobre ella. Corazón apartó la vista de la escena, pero el rítmico crujir de los muelles de la cama no ofrecía ninguna duda sobre lo que estaba pasando. De pronto, el intruso preguntó con desconcertante amabilidad:
- "¿Por favor, podrías poner tus piernas alrededor de mi espalda?"
El rechinar de muelles se detuvo.
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