jueves, 15 de octubre de 2015

Leyendas en Catalunya (El Comte Arnau [III])

Otras tradiciones cuentan que el caudillo visigodo Quintiliano, huyendo de la invasión agarena, se refugió en Montgrony, que era prácticamente inaccesible. Allí se sintió seguro y trató de organizar unas fuerzas para emprender la reconquista. Como no conocía el país ni sabía donde podía acudir ni de quién se podía fiar, pidió ayuda al conde Arnau, que gozaba de un gran prestigio, por efecto del que reunieron un fuerte ejército que acampó en Coma Armada , paraje que antes era conocido con otro nombre y que pasó a llamarse así desde entonces. Otra tradición sobre dicha reconquista cuenta, aún, que el que hizo hacia el Montgrony fue el conde Otger Cataló y que plantó su tienda. Para reunir un ejército poderoso para poder afrontar los moros, hizo sonar su cuerno de guerra a los cuatro vientos, pero ni un solo hombre no acudió a su llamada, y Otger, que iba bien solo, sin otro compañero que un perro muy fiel e inteligente, quedó bastante desolado. La bestia comprendió el estado de ánimo de su amo ante el fracaso y para ayudarle corrió hacia el castillo de Mataplana, donde dio a entender que pasaba algo extraordinario. Tanto y tanto porfidiejar que el conde l'Arnau mandó a un sirviente que siguiera el perro para ver qué quería. La bestia llevó-hasta la tienda de su amo y Otger le expuso su plan para que hiciera conocedor de su señor. Cuando el conde l'Arnau n'hagué mención le prometió ayudarle en todo y por todo. Usando de su prestigio llamó a los caballeros más aguerridos y reúne hasta nueve, que se emparejan para combatir a los moros. Los nueve caballeros juraron fidelidad a su palabra ante la imagen de la Virgen, que tomaron por testigo. Todos se sacaron las espadas y las extendieron a la vez encima del altar, dispuestos ellos en círculo alrededor de la mesa. Y cumplieron el juramento, pues no pararon de luchar hasta que alcanzaron plenamente su propósito.
Otger reconoció que debía el éxito de su empresa al esfuerzo ya la inteligencia de su perro, y quiso honrar como se merecía. El premió con un magnífico collar y para eterna memoria puso el perro en su escudo en actitud de correr.
Los nueve caballeros que se juntaron para combatir a los enemigos sarracenos pasaron a llamarse desde entonces los "Nueve Barones de la Fama, y de cada uno de ellos surgió una familia noble. En total los caballeros eran Dapifer de Montcada, Galceran de Pinós, Hugo de Mataplana, Guillem de Cervera, Ramón de Cervelló, Pedro de Alamany, Gibert de Ribelles, Roger de Erill y Ramon de Anglesola. De ahí surgieron las familias de los Montcada, Pinós, Mataplana, Cervera, Cervelló, Alamany, Ribelles, Erill y Anglesola. Estas familias configuraron luego el más importante de la nobleza catalana.

La Maldición

El conde del Arnau poseía una atracción extraña y excepcional. Era de fisonomía muy adusta, pero tenía el don de la persuasión y una belleza toda especial y diabólica que le hacía atrayendo a las mujeres, que se sentían cautivadas por su palabra y por su vista. Conocían bien sus costumbres licenciosas y perversos y también sabían el precio que debía costar su amistad, pero una extraña simpatía las inclinaba hacia él y sentían alegría de hablar con él. Los hombres, sin embargo, le tenían un odio implacable y eran cientos los maridos, los hermanos y los padres que, roídos por la sed de venganza, sentían avidez de hacerle pagar a buen precio su deshonra, pero ninguno se atrevía encarar-se, ya que todos le temían tanto como la odiaban. Había entrado por todos los hogares de sus dominios, y los de fuerza más allá aún, y no había desdeñado ser huésped de la cabaña de carbonero o del leñador, de la misma manera que había visitado la casa del campesino que llevaba tierras. La acritud de carácter le condujo a un grado exagerado de tacañería.
El señor del castillo de Milany tuvo un niño y le fue padrino el conde Arnau. El barón de Mataplana le hizo presente de un vestido para el bautizo. Fue el caso de que, a los pocos días de bautizado, el niño se murió. Y el Conde reclamó al señor de Milany el vestido de su ahijado, pues, como que había muerto, ya no la necesitaba. El Conde entonces maravilló el vestido con un maleficio que producía la muerte de todos los niños a los que lo ponían. El Conde sentía mucha alegría que dentro de sus dominios nacieran solo chicas. Sentía, en cambio, desagrado que nacieran chicos, que el día de mañana se podían convertirse en sus enemigos. Un día hizo saber a sus vasallos que quería ser padrino de los chicos que nacieran dentro de la baronía. A todos les hacía presente del rico vestido hechizado, y al cabo de pocos días morían. El Conde reclamaba el vestido y daba al ahijado siguiente, que moría como los demás. Así durante varios años consiguió que no sobreviviera ningún chico dentro del territorio de la baronía, hasta que se dio cuenta que privándose de enemigos por medio de este sistema también se privaba de brazos que le cultivaran las tierras. Y lo dejó estar.
El Conde pagaba todos los tributos que debía satisfacer al rey o a otros caballeros siempre con ganado: caballos, bueyes, ovejas, lechones, etc. Antes de entregarlos en pago les hacía comer un grano hechizado, que hacía que las bestias, de modo que se encontraban sueltas, emprendieran el camino de su corral o cuadra y que hicieran otra vez a la baronía. Por lejos que fueran y por dificultades que hubiera por el camino, más tarde o más temprano, según los días que duraba el viaje, los animales volvían a su corral. Así el Conde satisfacía religiosamente sus deudas y pagaba puntualmente todos los tributos, sin mermar su patrimonio. Dicen que el conde Arnau no quería que dentro de sus dominios hubiera otro animal grande que su caballo. Ninguno de sus vasallos no podía ser osado tener ningún yegua, ni buey, ni incluso ningún asno. Una vez un burro perdido entró en el término de su jurisdicción. Un campesino que lo vio corrió a esquivarlo por miedo a la furia del señor. El Conde, al saberlo, como él no lo había visto, dudó de si el vasallo trataba de hacer huir al asno o de auparlo y apoderarse de ella. Ante la duda, creyó conveniente castigarlo, y lo hizo colgar del almena más alto del castillo, para que el castigo sirviera de ejemplo a todos los vasallos.
Como no podía haber animales de fuerza ni de tiro dentro de los dominios condales, todas las labores del cultivo de la tierra y todo el trajín hacer a fuerza de brazo y de sangre humana. En arar, los campesinos tenían que hacer el oficio de los bueyes, y en batir, el de las yeguas. Todo lo que tenía que acarrear y transportar debía ser llevado a hombros. El conde Arnau se sentía dueño y señor de todos los cultivos que se hacían dentro de sus dominios y de todos los frutos que se cosechaban. El trigo había que ir a batir a una gran era, y él en persona vigilaba el trabajo. Todos los súbditos, hombres, mujeres y niños, habían de acudir y de trabajar a la desesperada, dando vueltas por la era a modo de buey o de yegua y bajo la furia de su látigo. Repartía el trigo a su albedrío. A los pocos vasallos que tenía buen ojo, les daba en abundancia, y los demás, sólo un poquito que no les llegaba ni para un par de meses. Y ay que alguien de los que tenían de sobrante en diera ni un Senabre a quienes padecían hambre! que el Conde les hacía sentir todo el peso de su dominio.

fuente: wikipedia

Leyendas en Catalunya (El Comte Arnau [II])

El mito

El conde del Arnau era barón de Mataplana, conde de Pallars, barón de Tosas, señor de Gombreny, de Aranyonet y de la Pobla de Lillet. Su baronía comprendía una buena parte del Ripollés y era señor de los castillos de Mataplana (donde tenía su residencia principal), del de Solans, del de las Damas o de Blancafort y del de Castellar de N'Hug. Aparte de estos hizo construir el de Puigbó (cerca de Gombrèn), Monegal (al este del Montgrony), y San Amanç (encima de Sant Joan de les Abadesses). Era pariente de san Juan de Mata, hijo del castillo de Mataplana, el cual tiene dedicada una capilla ante el derruido castillo.
Semillas de la invasión de los moros, los sarracenos llegaron hasta el pie del Montgrony, pero no se creyeron con fuerzas para invadir aquella cima tan agreste. A continuación impusieron un tributo anual al campesinado que consistía en cien doncellas, cien caballos blancos, cien vacas lecheras y cien terneros, tributo que era pagado con mucho pesar, tanto porque resultaba ominoso como porque representaba la ruina del país.
El conde Arnau convocó a sus vasallos en el santuario de Montgrony y les dijo armarse para abatir los árabes y liberarse del tributo, tan vejatorio. Todos los reunidos, ante la imagen de la Virgen, prometieron ayuda al Conde y ponerse a su lado. En cambio, otra tradición nos dice que así que los moros llegaron al pie del Montgrony la roca viva se astillarse y tragó la imagen de la Virgen, para salvarla de la profanación impía musulmana, y que fue descubierta más tarde por una vaca, cuando la tierra fue reconquistada y el peligro de profanación hubo pasado. Según esta tradición la Virgen difícilmente podía ser testigo de la conjura.
Los moros, enseguida de verse atacados, reaccionaron con tanto brío que los cristianos se vieron obligados a huir hacia Monegal, villa importante que dicen que hubo en la cima del Montgrony, que era entonces la capital de esa región y de la que hoy sólo quedan unos cuantos escombros. El conde del Arnau huyó y, corriendo como el viento, llegó hasta la Cueva del Moltó, que todavía se abre en el risco derecha del Freser, muy cerca del río, en término de Campdevànol. También dicen que eran las cuevas de Ribes. Las hadas de las cuevas de Ribes, pues, corrieron en su ayuda y le dieron una espada maravillosa, forjada por los martinetes, enanos de bajo tierra, lo hiere siempre al ser desenvainadas. Los moros lo persiguieron, pero no se sintieron ligeros para subir aquel risco tan escarpado e idearon un ingenio. Amontonaban las ramas de árboles e hicieron como una especie de escalera. Así pudieron alcanzar la cueva. El Conde, pero, desde la boca, armado de su espada, los iba aventándolo mandobles tal como se le iban presentando. Mató a tantos que, aunque hasta no hace mucho tiempo, se encontraba por aquellos andurriales huesos de los muchos sarracenos caídos. Finalmente comprendieron que si persistían en su afán no quedaría ni uno, y decidieron dejarlo estar.
Mientras los sarracenos trataban de abatir al Conde, sus campesinos habían reaccionado del percance sufrido. A toques de cuerno hicieron correr la nueva de lo que había pasado. Todos nuevamente se reunieron, llenos de coraje y armados hasta los dientes, y deshicieron los guardianes del castillo donde residía el rey moro y lo mataron. Esta batalla se produjo en el paraje denominado los Closos y que, según voz popular, en otro tiempo se había dicho los encerrados, haciendo referencia al ejército moro que, de retorno de batir el Conde, fue encerrado por los de Gombrèn , que les esperaban. Se ha encontrado por aquellos andurriales huesos humanos y, sobre todo, medias lunas de hierro de las que habían llevado a los sarracenos en sus turbantes como enseña del mahometismo.
Cuenta también la tradición que el Conde ahuyentó los moros de toda la región, salvo un pelotón de muy valientes que, guiados por un reyezuelo, se habían hecho fuertes en el castillo de Lillet. Todos los intentos hechos por desencastellar-los habían resultado inútiles. Un día que hacía una niebla muy espesa, el Conde llegó rápidamente toda su gente ya toda prisa construyeron el monasterio de monjes de la Pobla de Lillet. Al día siguiente, cuando la niebla se desvaneció, los moros se encontraron con ese cenobio como surgido de bajo tierra, todo radiante de cruces y de signos de Cristo, cuya acción no pudieron resistir, y abandonaron el castillo.

Leyendas en Catalunya (El Comte Arnau [I])

El Comte Arnau: fue un rico noble de la mitología catalana. Debido a varios pecados (como relacionarse con una abadesa o no hacer bien los pagos prometidos), fue condenado eternamente. Condenado a cabalgar durante toda la eternidad como alma en pena sobre un caballo negro al que le salen llamas por la boca y los ojos, el Conde l'Arnau va siempre acompañado por un grupo de perros diabolicos que le hacen de cortejo.

Leyenda

La versión histórica del personaje lo hace miembro de la familia Mataplana y señor de esta baronía, que dominaba buena parte del Ripollés y que era señora de los castillos de este nombre y los de Solans, de Sant Amanç o Amand, de Castellar y de Blancafort o de las Damas.
Los Mataplana estaban vinculados al castillo del mismo nombre en Gombrèn y tienen como primer miembro documentado Hugo I de Mataplana (1076-1089). En el siglo XII los Mataplana tuvieron bajo su vasallaje los vizcondes de Bergued, lo que indica el poder que tenían. Hugo IV de Mataplana (1172-1197), rindió vasallaje a Alfons II de Aragón y le sucedió otro Hugo V de Mataplana, que participó en la conquista de Mallorca y murió luchando en 1229 en la Batalla de Portopí. Otro Hugo de Mataplana (Gombrèn-Zaragoza 1291) fue consejero de los reyes Jaume I, Pere II y Alfons II de Aragon y obispo de Zaragoza 1289, donde coronó al rey Jaume II (1291). Una dama de la familia, Blanca de Mataplana (muerta en 1290), se vinculó en matrimonio con la familia noble de los Urtx. Hugo VII de Mataplana (muerto en 1328) se convirtió en conde de Pallars Sobirà por su boda con la condesa Sibila I, iniciando la dinastía condal de los Mataplana del Pallars. En 1320 la familia dejó el castillo originario y se instaló en un palacio en La Pobla de Lillet. Curiosamente, en 1373 la señoría fue adquirida por Pere Galceran de Pinós, lo que concuerda con la leyenda que explica que la viuda del Conde vendió su patrimonio a esta otra familia de la nobleza catalana.
Pero siguiendo con el Conde, se supone que vivió durante la primera mitad del siglo XIV, ya que se encuentra un testamento su otorgado el 15 de julio de 1353. El maestro Manuel Milá i Fontanals lo cree fundador de un campesinado ripollés existente el siglo XV, llamada Pernal o Pernau; esta masía fue fundada por un tal Pere Arnau, campesino. Así pues, en opinión del maestro Milá, estos dos personajes debían ser uno solo. Este Arnau, de personalidad imprecisa, parece que fue nieto de Blanca de Urgió o Blanca de N'Hug, señora del castillo de las Damas o de Blancafort, que en 1278 hizo renuncia de sus derechos señoriales a favor de sus vasallos. Su nieto Arnau de N'Hug tuvo fuertes cuestiones con el abad del monasterio de Ripoll sobre los límites jurisdiccionales del monasterio y la baronía y volvió a imponer los malos usos feudales a los vasallos. Ha sido identificado erróneamente con el conde de Pallars, señor de Mataplana, que ya hemos mencionado, o con Arnau, un despótico señor del castillo de Montmur (Noguera), que abusó de la hija del vizconde de Albesa, y esta le maldijo, condenándolo a vagar mientras quedara una sola piedra del castillo y por eso ronda de noches por sus ruinas.
Es difícil averiguar si se trata de un personaje verdaderamente histórico o si su figura es simplemente legendaria. Sea como sea considerada desde un punto de vista tradicional, la leyenda es universal y cae dentro del ciclo de aquellas que nos describen almas más o menos sacrílegues condenadas a vagar eternamente en castigo por los pecados cometidos. El conde del Arnau tiene muchos puntos de contacto con el héroe del norte de Francia conocido como Hellequin, Harlequin, Hielequin, Hölle-Koenig o Hernequin, nombre que se escribe de maneras diferentes. Se considera el personaje Hernequin o Hellequin como origen del arlequín de la farsa.

Leyendas en Catalunya (Vilanova i la Geltru)

Vilanova i la Geltrú: es una ciudad y municipio de Barcelona. Es capital de la Comarca del Garraf. Se situa a 46 km de Barcelona  y a 44 km de Tarragona.

Leyenda.

Cuenta la leyenda que la villa nueva nació porque el señor feudal de Geltrú, promulgó una ley según la cual, cuando una joven se casaba, tenía que pasar su primera noche con él por el llamado "Derecho de Pernada", y muchos geltrunenses se fueron, instalándose cerca del mar, en territorios de Cubellas, fundando la Vilanova de Cubellas. Con el tiempo ambas crecieron hasta convertirse en una sola.

Esta es su leyenda. Era el señor de La Geltrú un barón de vida licenciosa y turbulenta, cruel y despiadado para con sus vasallos, irrespetuoso con las mujeres: un tirano en toda la extensión de la palabra. Existía por aquel tiempo entre los señores feudales el derecho que llamaban de pernada. Dice la leyenda que un mozo de La Geltrú, arrogante y orgulloso, con justo orgullo de su valor y personalidad, se enamoró de una muchacha, también vecina de La Geltrú, y por lo mismo vasalla del barón como él.
Era la muchacha de singular belleza y discreción, y el joven, después de hablar con sus padres y llegar a un acuerdo con ellos, decidió casarse con ella, sin consultar con el señor de La Geltrú, para poder escapar de la ignominia que suponía el derecho de pernada.
Se conformó la joven pero no sus padres, que tuvieron miedo de incurrir en la cólera del caballero si se enteraba del caso. Además, había que contar con el sacerdote, quien de seguro tampoco se avendría a casarlos sin consultar antes con el señor, cuyo permiso era necesario en aquel tiempo para que sus vasallos pudieran casarse.
Viendo que no tenía escapatoria, el muchacho hizo otro plan. La Geltrú está tierra adentro, a alguna distancia del mar. Así, los dominios del barón no llegaban hasta la playa. Entonces el muchacho decidió pedir la debida autorización para casarse, pero entretanto, y a escondidas, construyó una modesta casita para él y su futura esposa, y junto a ésta, otra para sus padres en la playa, lo más cerca posible de La Geltrú, pero fuera de la jurisdicción del barón.

Cuando se dirigió a su señor para pedirle el permiso, éste se lo concedió enseguida, pero le recordó el derecho que la ley le concedía. El muchacho pareció conformarse con su mala estrella y la boda se celebró en la capilla de La Geltrú, según era la costumbre.
Se celebró un espléndido banquete, al que asistieron todos los parientes y amigos de los novios, y hasta el barón fue a tomar unos vasos con ellos. Cuando llegó la noche, el barón de La Geltrú esperó en vano que la novia acudiera para cumplir con sus deberes de vasalla.

Enfurecido el señor, envió a dos de sus hombres a la casa de los novios con el encargo de traer a la desposada. Los hombres encontraron la casa vacía, los novios habían desaparecido y nadie sabía dónde estaban. Mandó registrar todo el pueblo de La Geltrú, pero no pudo dar con ellos.
Días después se supo que habían ido a vivir junto al mar, y que el joven, no teniendo tierras para trabajar, se dedicaba a la pesca.

Fueron muchos entonces los vasallos del barón de La Geltrú que se marcharon a construir sus cabañas a la orilla del mar, junto a la del audaz muchacho, quedando así fundada la que hoy es Vilanova, cuyo nombre se le dio ya con este motivo, y que ha llegado a superar en importancia a la misma Geltrú, su villa de origen.


Leyendas en la Peninsula Iberica (La leyenda de la Mariposa)

Cuenta la leyenda que en una aldea asturiana, hace mucho tiempo, vivía un rico labrador, viudo y padre de dos hijas Inés y Clara, siendo la primera su preferida, entre otras cosas porqué era la única de la dos que nunca le contradecía y siempre le complacía en todo cuanto le pedía.
Como era de esperar, cuando Inés estuvo en la edad de comenzar a pensar en el matrimonio, no puso ninguna objeción al pretendiente que su padre le había asignado para tal fin. Con Clara no obtuvo  el mismo resultado, esta eligió con el corazón, y tanto fue la ira que provoco en su padre que la desheredó, prohibiéndole además de que se acercara tanto a él, como a su hermana, y ni tan siquiera a la casa donde había nacido.
Inés se consumía en la tristeza, no solo por no poder estar cerca de su hermana, sino también porqué sabia de las necesidades que tanto esta como su marido pasaban, pero el temor a su padre podía más que su pesadumbre, y los días pasaban e Inés seguía sin hacer nada para mejorar la situación de Clara. Cuando el labrador murió vio finalmente una oportunidad para poder hacer lo que su corazón llevaba meses reclamándole, pero en esta ocasión fue su marido el que le prohibió que lo hiciera, argumentándole que eso sería como contravenir la voluntad de su padre.
El día que se celebraba la misa por el alma de su difunto padre, Inés rezó con toda su alma para que Dios le permitiera encontrar el modo de favorecer a Clara, y en eso estaba cuando de pronto sintió un gran peso sobre su cabeza. Levantó la mano y una mariposa se elevó en el aire. No podía creer que un pequeño insecto pudiera pesar tanto, primero pensó que era fruto de su imaginación, pero el suceso se repitió varias veces, ya no tenía dudas el gran peso que sentía sobre su cabeza, era provocado por la mariposa.
Al acabar la misa, le contó a su marido lo que le había sucedido, este se río de ella y después no le hizo el más mínimo caso. Sin embargo, a los pocos pasos, fue el marido quien levantaba la mano hacia su cabeza por el gran peso que sentía sobre ella y quien veía elevarse una mariposa ante sus ojos. Y así fue durante todo el camino de vuelta a su casa, e incluso continuo cuando ya estaban dentro, la mariposa se movía de una cabeza a otra continuamente, presionando la cabeza de los esposos, hasta que finalmente Inés le insistió a su marido de que eso era una señal divina que se les enviaba para que ayudaran a Clara. El marido, ante la insistencia de su esposa, y de la mariposa, accedió a repartir la cuantiosa herencia de su suegro con sus cuñados.


Leyendas en la Peninsula Iberica ("El Hombre Pez")

Liérganes es un municipio de la Comunidad Autónoma de Cantabria situado en la Comarca de Trasmiera. Limita al norte con Medio Cudeyo, al este con Riotuerto, al sur con Miera y al oeste con Penagos. Por su territorio discurre el rio Miera, caudal que alimenta el balneario de Liérganes.
Es aqui donde nace la leyenda de Francisco de la Vega Casar, "El Hombre Pez"

Leyenda 

Según ha llegado hasta nosotros a través de los escritos y la tradición oral, el relato dice así: a mediados del siglo XVIII en el pueblo de Liérganes, en La Montaña había una pareja, Francisco de la Vega y María de Casar, que tenían cuatro hijos. Francisco falleció y la viuda mandó a su hijo Francisco a Bilbao a aprender el oficio de carpitenro.
Estando en la capital vasca, Francisco se fue a nadar el día antes de San Juan, en el año 1674, con unos amigos pero llevado por la corriente, este desapareció y no se volvió a saber más de él. Solo cinco años después, en 1679, en Cádiz, unos pescadores afirmaron ver un ser acuático pero con apariencia humana que desapareció rápidamente. Esta aparición se repitió constantemente hasta atrapar a la criatura con trozos de pan y unas redes. Una vez capturado pudieron constatar que se trataba de un hombre, con escamas y forma de pez.
Entonces fue llevado al convento de San Francisco donde fue interrogado para saber de quién se trataba y al cabo de un tiempo consiguió tartamudear una palabra: "Liérganes". Nadie sabía que significaba, hasta que una persona de La Montaña que estaba trabajando en Cádiz, comentó que en La Montaña había un pueblo que se llamaba así. También Domingo de la Cantolla, secretario del Santo Oficio de la Inquisición, confirmó dicha afirmación ya que él era de allí.
A continuación, llegó la noticia a Liérganes para averiguar si había pasado algo extraño en los últimos años y desde Liérganes respondieron que únicamente se había registrado la desaparición de Francisco de la Vega, cinco años atrás. Entonces Juan Rosendo, un fraile del convento, acompañó a Francisco hasta Liérganes para comprobar si era cierto que era de allí y a la altura del Monte de la Dehesa, Francisco se adelantó y fue directamente hasta la casa de María de Casar, que rápidamente lo reconoció como su hijo.
Ya en casa de su madre, Francisco vivió tranquilo sin mostrar ningún interés por nada. Iba descalzo y a veces desnudo y no hablaba apenas. A veces estaba varios días sin comer pero no mostraba entusiasmo por nada. Después de nueve años en casa de su madre, desapareció en el mar sin volver a saberse nada sobre él.