miércoles, 23 de diciembre de 2015

Leyendas en Catalunya (Las Iglesias del valle de Boí)

Una vieja leyenda, relacionada con tres de las iglesias del valle de Boí, cuenta una conmovedora historia de un trío amoroso.
Dicen que una chica rica de Erill la Vall, llamada Eulalia, se enamoró de Climent, un chico de buena casa de Taüll. Estaban tan enamorados que cada uno construyó una torre de seis pisos junto a su casa; así podían verse y hacerse señales con facilidad. Pronto apareció Joan de Boí, secretamente enamorado de Eulalia, y empezó a levantar una torre para comunicarse con la chica y a la vez entorpecer y hacer sombra a su rival. Cuando hubo levantado tres pisos, tuvo tan mala suerte que se le acabó el dinero, de modo que no le quedó más remedio que abandonar su empresa. El pobre muchacho no pudo hacer otra cosa que resignarse a ver como los amantes se enviaban mensajes de amor. Pero cuando la pareja ya estaba a punto de casarse, Climent enfermó y murió. Al final de esta historia se reencontraron Eulalia y Joan, y ambos llevaron una vida virtuosa y ejemplar.
A la muerte de estos personajes, el papa los hizo santos, y los pueblos donde habían nacido los adoptaron como patrones. Sus casas se transformaron en iglesias y las torres de sus amores en campanarios. Esta historia explica por qué los tres campanarios (Erill-Boí-Taüll) trazan una línea recta, y por qué el del medio es pequeño y grueso, mientras que los otros dos son más esbeltos y altos.

Asesinos en Serie (William Cumbajín [IV])

Séptima víctima
Este fue el más abominable crimen del Asesino de Los Matorrales. Ana era una niña de apenas 12 años y 1.38 metros de estatura, especialmente vulnerable por su condición de sordomuda y retrasada mental, cosas de las que el asesino aprovechó para llevarla a las orillas del Río Machángara, donde la ató, la violó, le desgarró la vagina y la estranguló con un lazo… Su pequeño cadáver fue encontrado el 26 de septiembre del 2002, a orillas del Machángara.

Octava víctima
El 25 de noviembre del 2002, el cadáver de una mujer de poco más de 45 años, 1.50 metros de estatura e identidad desconocida, fue encontrado cerca del Río Machángara. La mujer había sido atada por William, quien la violó y le desgarró la zona vaginal, ejecutándola con ahorcamiento a través de un lazo.

Novena víctima
El cadáver de María Ortega, la última víctima de William, fue encontrado un 06 de julio del 2003 en el sector de Itchimbía, al centro-sur de Quito. María, indigente de 53 años, fue atada, violada (esto se presume, porque desapareció la zona en que pudo quedar huella de la violación) y estrangulada. A diferencia de otras víctimas, el asesino le quitó a María los ovarios y también el útero y otras zonas anexas…

A mediados del año 2002, personal policial de la unidad de Homicidios de Quito, determinó que estaban lidiando con algo que hace mucho tiempo no encontraban. En efecto, desde los terroríficos tiempos de Daniel Camargo Barbosa y el Monstruo de los Andes, por la Sierra Ecuatoriana no había pasado un criminal al que le pudieran poner la siguiente etiqueta: asesino serie
 Finalmente la detención pudo darse a finales del 2003, gracias a agentes policiales que hicieron una eficiente labor de inteligencia en el centro de Quito, al disfrazarse de mendigos para poder monitorear los movimientos del asesino, quien tras ser apresado llevó a periodistas y policías a los lugares en que cometió sus atrocidades.

fuente:  http://www.asesinos-en-serie.com

Asesinos en Serie (William Cumbajín [III])

De ese modo, tras acabar sus atrocidades, William, siguiendo el patrón del asesino desorganizado, dejaba los cadáveres allí, sin preocuparse por borrar evidencias o sacar de escena al cadáver, tomando las únicas precauciones de asesinar en lugares apartados y a horas poco concurridas. Bajo ese patrón, dejó cuerpos en lugares donde luego, con la llegada del día, sus crímenes se harían visibles. Es decir que, pese a que deseaba evitar ser capturado al cometer sus crímenes de noche, a la vez deseaba dar a conocer sus crímenes, al menos según la opinión del criminalista Carlos Echeverría y el psicólogo Bruno Stornaido. Por esa actitud, los cadáveres aparecieron cerca de la Universidad Central, en San Roque, en la quebrada del Río Machángara y en el bosque de Oyacoto.

Primera víctima
El cadáver de esta mendiga (se desconoce su identidad), de más de 40 años y 1.40 m de estatura, fue encontrado el 28 de febrero del 2002 cerca de la Facultad de Educación Física de la Universidad de Quito. William le quitó la vida estrangulándola, pero antes la violó y la sodomizó tan salvajemente que le causó desgarros, y además, para torturarla, le hizo cortes en el rostro, la garganta, el pecho y el abdomen…

Segunda víctima
El cadáver de la indigente Melida Corella Tamayo, de más de 50 años de edad y apenas 1.50 m de estatura, fue encontrado el 12 de marzo del 2002 en San Roque, zona del centro de Quito. William la había violado, le había cortado el rostro, le había hecho cortes en la zona vaginal para extraerle partes, y, tras estrangularla con un lazo, la había metido en un saco de nylon.

Tercera víctima
El 23 de abril del 2002, Evelin Morales, una mujer pobre y alcohólica de 22 años y 1.50 metros de estatura, fue encontrada muerta en el centro-sur de Quito, en el sector de Collacoto. Evilin había sido violada y el asesino no solo le había hecho cortes profundos en la vagina, sino que además le había quitado vísceras abdominales (que estaban junto al cadáver) después de estrangularla con un lazo.

Cuarta y quinta víctimas
Betty Rea era una mujer de raza negra, de 25 años de edad y 1.55 metros de estatura. Betty sufría de epilepsia, y andaba con su sobrino Jefferson Rea de un año y ocho meses. A ella y al niño, el monstruo los llevó al sector de Collacoto, donde estranguló a Jefferson, ató a Betty, la violó y le realizó profundos cortes en la zona vaginal, dejándola tirada en una extensa agonía que acabó cuando Betty por fin murió desangrada… Poco después, el 24 de agosto del 2002, los cadáveres de Betty y Jefferson fueron encontrados.

Sexta víctima
El cadáver de Yadira Rosero, una indigente de treinta y pico años y 1.65 metros de estatura, fue encontrado el 15 de septiembre del 2002 en las inmediaciones del río Machángara, en el centro-sur de Quito. Yadira, al igual que las otras víctimas, había sido atada, violada, y le habían hecho cortes tanto en la zona vaginal como anal, siendo su muerte por causa de estrangulamiento.

Asesinos en Serie (William Cumbajín [II])

William buscaba a sus víctimas entre las indigentes y vendedoras ambulantes de Quito. Estas eran mujeres desvalidas que por lo general padecían problemas de salud física o mental, tenían entre 20 y 30 años (exceptuando dos víctimas), poseían muy escasa higiene, educación nula o casi nula, baja estatura (por ser casi todas de raza aborigen) y, pese a su desconfianza hacia cualquiera que no fuera de su condición social (incluso tratándose de gente del gobierno o de instituciones de caridad), guardaban una potencial ingenuidad hacia aquellos con quienes podían sentirse identificadas en virtud de una compartida miseria material.
Según se ve en las reconstrucciones criminalísticas, este era el tipo de mujeres que le conocían, se fiaban de su falsa amabilidad y sus tentadoras propuestas, y accedían a seguirlo a espacios aislados donde eran violadas, torturadas y asesinadas, en la forma en que más adelante se detallará. A estas mujeres William les hacía conversa, las seducía (a una incluso le dio una flor), les ofrecía mantenerlas económicamente o alguna otra cosa a cambio de que accedan a tener sexo con él en algún lugar apartado.
Con muchas de las víctimas el asesino comió antes de matarlas y, misteriosamente según se supo tras los interrogatorios, el asesino decía que casi todas sus víctimas se llamaban “Blanca” y tenían 27 años. Aquí debe tenerse en cuenta que él fingía estar loco y poseído por espíritus, de modo que lo de “Blanca” de 27 años debía ser parte de sus jugadas de manipulación; pero, como bien señalaron los psiquiatras, en el fondo era un dato importante porque, aunque fuese algo surgido en el marco de la mentira deliberada, indicaba asociaciones inconscientes que señalaban la búsqueda de una víctima arquetipica y simbólica en sus víctimas reales y concretas.
En cuanto al modus operandi del asesino, éste, después de ganarse la confianza de la víctima y hacerle ofrecimientos (seguridad, comida, estabilidad económica) a cambio de favores carnales, se iba a un lugar apartado con la víctima y allí, presa de sus impulsos sádicos y su ansiedad sexual, la agredia, la dominaba, le ataba las piernas a la altura de los tobillos y contra los matorrales, la colocaba en posición ginecológica, la violaba y, usualmente la torturaba y mutilaba (a algunas les extrajo los genitales…) antes de acabar matándola con sus propias manos, con cuerdas, ropa de la víctima o alguna otra cosa que improvisadamente pudiera emplear como elemento para la ejecución.
Era un verdadero sádico, que describió aquellos momentos de crueldad como “algo magnificente e indescriptible”. Y es que, al igual que el inteligente y complejo Harold Shipman, este primitivo asesino de inteligencia mediocre, gozaba también del sentimiento de poder que le inspiraba tener en sus manos la vida de la víctima, por lo que afirmó: “era un placer que no tiene explicación, mi poder, tener en mis manos la víctima”…
Según diagnosticaron los psiquiatras, a nivel interno, durante la consecución de los crímenes el asesino se mostraba primeramente lúcido y consciente, pero con cierto temor, ofuscación, y ansiosa y violenta búsqueda de la satisfacción de la pulsión sexual, cosas estas que después iban cediendo paso a una disminución paulatina de la conciencia, causada por el aumento del arrebato emocional, la excitación y el deseo por dominar, someter, y torturar, pulsiones estas que alcanzaban su cúspide en el momento en que el asesino, extrayendo manualmente los genitales de las víctimas, sentía el latir de la carne y el calor y la humedad de la sangre en sus manos, llegando a experimentar lo que los especialistas denominaron un “paroxismo con sentimientos místicos y de poder sobre la vida”.

Asesinos en Serie (William Cumbajín [I])

William Wladimir Cumbajín Bautista nació en Quito (Ecuador) en 1971. En el seno de un hogar pobre, desestructurado y disfuncional, William perdió a su padre siendo poco más que un bebé, y fue maltratado durante sus primeros años por su madre parapléjica, pero alcohólica y drogadicta. Recibió una escolarización elemental e incompleta, sufrió abandono posteriormente y, a causa de ello, se vio obligado a vivir en las calles, donde mendigaba o vendía caramelos y flores en las plazas y portales del centro de Quito.
Pero allí la vida no era nada sencilla: tenía que dormir en construcciones abandonadas y túneles de las avenidas del sur de Quito, y juntarse con otros jóvenes para sobrevivir a los ataques de abusadores, aunque sus pares eran malas compañías que terminaron por hacerlo caer en las drogas, la violencia, el alcohol y la delincuencia ocasional, al punto de que casi todas las cosas que tenía eran robadas, y por ello, antes de que empezara sus asesinatos, tenía cuatro detenciones por robo a mano armada…
William tenía como espacio delictivo al centro y al sur de Quito, zonas ambas de gran concurrencia, flujo turístico y actividad comercial; pero, por la noche, espacios propicios para la delincuencia menor, siendo habituales los robos de carteras y otros bienes personales. 
Por otro lado, de noche también el centro y sur de Quito solían llenarse de mendigos, que formaban parte del paisaje habitual nocturno y podían verse tirados junto a los monumentos históricos, durmiendo en cartones o buscando alguna cosa para comer en medio de los tachos de basura
Pero aquellos no eran los únicos espacios en que William se movía, pues cerca de las mencionadas zonas yacían, cerca de poco transitadas autopistas, quebradas no iluminadas y terrenos baldíos con espeso follaje y altos matorrales, en los que casi nadie se adentraba, y mendigos y drogadictos empleaban para pernoctar y delinquir.
Todos esos espacios William los conocía desde muy temprana edad, y los dominaba a la perfección, sabiéndose no solamente las rutas más propicias para escapar en caso de que la Policía se aproximase, sino los movimientos habituales de la poca gente que por allí moraba u ocasionalmente pasaba