Cuenta la leyenda
que en una aldea asturiana, hace mucho tiempo, vivía un rico labrador,
viudo y padre de dos hijas Inés y Clara, siendo la primera su preferida,
entre otras cosas porqué era la única de la dos que nunca le
contradecía y siempre le complacía en todo cuanto le pedía.
Como era de esperar, cuando Inés estuvo
en la edad de comenzar a pensar en el matrimonio, no puso ninguna
objeción al pretendiente que su padre le había asignado para tal fin.
Con Clara no obtuvo el mismo resultado, esta eligió con el corazón, y
tanto fue la ira que provoco en su padre que la desheredó, prohibiéndole
además de que se acercara tanto a él, como a su hermana, y ni tan
siquiera a la casa donde había nacido.
Inés se consumía en la tristeza, no solo
por no poder estar cerca de su hermana, sino también porqué sabia de
las necesidades que tanto esta como su marido pasaban, pero el temor a
su padre podía más que su pesadumbre, y los días pasaban e Inés seguía
sin hacer nada para mejorar la situación de Clara. Cuando el labrador
murió vio finalmente una oportunidad para poder hacer lo que su corazón
llevaba meses reclamándole, pero en esta ocasión fue su marido el que le
prohibió que lo hiciera, argumentándole que eso sería como contravenir
la voluntad de su padre.
El día que se celebraba la misa por el
alma de su difunto padre, Inés rezó con toda su alma para que Dios le
permitiera encontrar el modo de favorecer a Clara, y en eso estaba
cuando de pronto sintió un gran peso sobre su cabeza. Levantó la mano y
una mariposa se elevó en el aire. No podía creer que un pequeño insecto
pudiera pesar tanto, primero pensó que era fruto de su imaginación, pero
el suceso se repitió varias veces, ya no tenía dudas el gran peso que
sentía sobre su cabeza, era provocado por la mariposa.
Al acabar la misa, le contó a su marido
lo que le había sucedido, este se río de ella y después no le hizo el
más mínimo caso. Sin embargo, a los pocos pasos, fue el marido quien
levantaba la mano hacia su cabeza por el gran peso que sentía sobre ella
y quien veía elevarse una mariposa ante sus ojos. Y así fue durante
todo el camino de vuelta a su casa, e incluso continuo cuando ya estaban
dentro, la mariposa se movía de una cabeza a otra continuamente,
presionando la cabeza de los esposos, hasta que finalmente Inés le
insistió a su marido de que eso era una señal divina que se les enviaba
para que ayudaran a Clara. El marido, ante la insistencia de su esposa, y
de la mariposa, accedió a repartir la cuantiosa herencia de su suegro
con sus cuñados.
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