Los agentes rescataron a la desesperada Corazón Amurao de la
cornisa y la llevaron al Community Hospital del sur de Chicago,
donde la sedaron y pudo contar a la policía todo lo sucedido. A
las 8:30 de la mañana disponían de un informe completo y
detallado. Al equipo de expertos en huellas no le faltó trabajo
en la casa de East Street, ya que había pruebas por todas partes.
De las puertas, paredes y muebles se obtuvieron huellas
dactilares de las palmas de las manos. Asimismo, hallaron una
camiseta de hombre empapada en sudor en el cuarto de estar y otra
revuelta con los pantalones vaqueros de Gloria. Los detectives no
tardaron en averiguar que un hombre que encajaba con la
descripción dada por Amurao había dejado sus maletas el martes
por la noche en la gasolinera situada justo enfrente de la calle
2319. Le había contado al encargado que esperaba encontrar
trabajo a bordo de un barco.
La oficina de la Unión Marítima Nacional (NMU) se encontraba a pocos metros de distancia, en el 2335 de la calle 100, y confirmaron que, efectivamente, un sujeto había ido durante los dos o tres días anteriores para solicitar un puesto en algún barco en dirección a Nueva Orleans. Los despachos no se limpiaban todos los días y en una papelera la policía encontró un formulario arrugado con un nombre: Richard Franklin Speck.
A las once de la mañana el inconsciente asesino se despertó en la cama del Shipyard Inn, vistiendo la camisa y los pantalones oscuros que se había puesto el día anterior. Se acercó al lavabo y se mojó la cara para despabilarse; entonces se fijó en que su mano derecha estaba manchada de sangre. Sin embargo, su ropa no tenía ninguna mancha. No conseguía recordar cómo había llegado esa sangre hasta allí; no podía recordar nada. Supuso que se debía a algún corte, pero aún quedaba otro detalle preocupante: tenía una pistola, pero no sabía cómo había llegado a sus manos. Se encogió de hombros, ya que la vida de un alcohólico está llena de pequeños misterios. Bajó al bar para comprar una botella de vino y en ese momento en la radio daban la noticia de los asesinatos. Speck señaló el aparato y comentó con el camarero:
- "Espero que cojan a ese hijo de puta"
.
La oficina de la Unión Marítima Nacional (NMU) se encontraba a pocos metros de distancia, en el 2335 de la calle 100, y confirmaron que, efectivamente, un sujeto había ido durante los dos o tres días anteriores para solicitar un puesto en algún barco en dirección a Nueva Orleans. Los despachos no se limpiaban todos los días y en una papelera la policía encontró un formulario arrugado con un nombre: Richard Franklin Speck.
A las once de la mañana el inconsciente asesino se despertó en la cama del Shipyard Inn, vistiendo la camisa y los pantalones oscuros que se había puesto el día anterior. Se acercó al lavabo y se mojó la cara para despabilarse; entonces se fijó en que su mano derecha estaba manchada de sangre. Sin embargo, su ropa no tenía ninguna mancha. No conseguía recordar cómo había llegado esa sangre hasta allí; no podía recordar nada. Supuso que se debía a algún corte, pero aún quedaba otro detalle preocupante: tenía una pistola, pero no sabía cómo había llegado a sus manos. Se encogió de hombros, ya que la vida de un alcohólico está llena de pequeños misterios. Bajó al bar para comprar una botella de vino y en ese momento en la radio daban la noticia de los asesinatos. Speck señaló el aparato y comentó con el camarero:
- "Espero que cojan a ese hijo de puta"
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