La mezcla de la borrachera y las píldoras le aletargó
agradablemente. Hacia las 15:00 horas volvió al bar y empezó a
charlar con tres tipos que dijeron ser marineros. Hacia las seis,
los cuatro salieron del antro y se dirigieron a un lugar en el
que Speck "jamás había estado antes". Los marineros
sacaron una botellita azul y se inyectaron un líquido de color
claro. Speck no sabía lo que contenía la botella, ni le
importaba. Se subió la manga y se metió un pinchazo sin pensarlo
dos veces. Se recostó; el mundo empezó a difuminarse ante sus
ojos.
El clima empezó a cambiar conforme avanzaba la tarde. Nubarrones de tormenta se arremolinaron sobre el Lago Michigan. La temperatura descendió algunos grados y la humedad aumentó. La pesada noche que se cernía sobre la ciudad se volvió más sofocante. La gente abría las ventanas de sus casas para aprovechar cualquier brisa que aliviase el pegajoso ambiente nocturno. Las ventanas de la residencia de dos pisos situada en la calle 100, 2319 East, en el barrio de Jeffery Manor, también estaban abiertas de par en par. Era una de las seis casas del bloque edificado entre Luella Avenue y Crandon Avenue. Tres de ellas las ocupaban enfermeras en período de prácticas que realizaban cursos de perfeccionamiento en Chicago. Cada apartamento albergaba a ocho inquilinas. La mayoría eran estudiantes, pero también había tres enfermeras licenciadas de Filipinas que asistían a clases para posgraduados.
Corazón Amurao, una de las alumnas, acababa de meterse en la cama en la habitación del segundo piso que compartía con otra compañera, Merlita Gargullo. A las once en punto de la noche escuchó cuatro golpecitos suaves en la puerta de su dormitorio. Pensó que era una de las chicas; se levantó, quitó el pestillo y abrió. Ante ella apareció un hombre de ojos agradables que la empujó y entró en la habitación. Se tambaleaba un poco y despedía una inconfundible peste a alcohol. En la mano llevaba una pistola. Le dijo:
- "No se preocupe, no voy a hacerle daño. Sólo necesito dinero para llegar a Newa Orleans".
Reunió a las seis enfermeras que había en la casa en el dormitorio principal de la parte trasera. Les dijo que se sentaran en el suelo y apagó las luces.
- "¿Dónde tienen el dinero?", preguntó.
Una tras otra, las muchachas le entregaron el contenido de sus monederos. No era mucho: menos de cien dólares en total.
El clima empezó a cambiar conforme avanzaba la tarde. Nubarrones de tormenta se arremolinaron sobre el Lago Michigan. La temperatura descendió algunos grados y la humedad aumentó. La pesada noche que se cernía sobre la ciudad se volvió más sofocante. La gente abría las ventanas de sus casas para aprovechar cualquier brisa que aliviase el pegajoso ambiente nocturno. Las ventanas de la residencia de dos pisos situada en la calle 100, 2319 East, en el barrio de Jeffery Manor, también estaban abiertas de par en par. Era una de las seis casas del bloque edificado entre Luella Avenue y Crandon Avenue. Tres de ellas las ocupaban enfermeras en período de prácticas que realizaban cursos de perfeccionamiento en Chicago. Cada apartamento albergaba a ocho inquilinas. La mayoría eran estudiantes, pero también había tres enfermeras licenciadas de Filipinas que asistían a clases para posgraduados.
Corazón Amurao, una de las alumnas, acababa de meterse en la cama en la habitación del segundo piso que compartía con otra compañera, Merlita Gargullo. A las once en punto de la noche escuchó cuatro golpecitos suaves en la puerta de su dormitorio. Pensó que era una de las chicas; se levantó, quitó el pestillo y abrió. Ante ella apareció un hombre de ojos agradables que la empujó y entró en la habitación. Se tambaleaba un poco y despedía una inconfundible peste a alcohol. En la mano llevaba una pistola. Le dijo:
- "No se preocupe, no voy a hacerle daño. Sólo necesito dinero para llegar a Newa Orleans".
Reunió a las seis enfermeras que había en la casa en el dormitorio principal de la parte trasera. Les dijo que se sentaran en el suelo y apagó las luces.
- "¿Dónde tienen el dinero?", preguntó.
Una tras otra, las muchachas le entregaron el contenido de sus monederos. No era mucho: menos de cien dólares en total.
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