jueves, 31 de marzo de 2016

Asesinos en Serie (Jack Unterweger [II])

Jack pudo haber continuado tranquilamente luego de sus primeros asesinatos, pero quien había sido su cómplice lo delató. En efecto, por razones de conciencia o simple conveniencia, la prostituta Bárbara Scholz informó sobre lo sucedido con Margaret Schaeffer y la Policía detuvo a Jack para interrogarlo.
La presión de los agentes fue suficiente para derrumbar emocional y moralmente a Jack, haciendo que éste confesara el asesinato de Margaret. Según dijo, lo hizo porque imaginó a su madre delante de él, porque la vio en Margaret y toda su ira salió repentinamente, haciéndole desfogar en la chica toda esa rabia guardada. Debido a esa y a otras conductas, el psicólogo forense Klaus Jarosch describió a Jack como un psicópata y sádico sexual de tendencias narcisistas e histriónicas, como un "criminal incurable" que "tiende a repentinos ataques de ira y rabia".
Después de la confesión, Jack fue juzgado y en 1976 se le sentenció a cadena perpetua. Allí él entró como un analfabeto, pero su inquieta inteligencia lo movió a aprender a leer y a escribir, con una avidez y una rapidez tales que aquel constituyó el inicio de un nuevo Jack Unterweger. Dijo por ello el investigador Nigel Blundell: "en cada oportunidad que tuvo, estudió minuciosamente todos los libros a su alcance. Leyó a los grandes escritores. Editó un periódico en la prisión y también una revista literaria". Y es que, como se ve, Jack no solo poseía una buena inteligencia sino un marcado talento literario, de modo que, tras años de leer y leer, él comenzó a crear poemas, cuentos y obras de teatro, delineando su salto a la fama con la escritura de su autobiografía en 1984. El título de aquella obra fue "Fegefeuer: eine Reise ins Zuchthaus" ("Purgatorio: un viaje a la prisión") y dentro de sus páginas Jack narró su oscura infancia, su tormentosa adolescencia y sus repudiables crímenes. Muchos críticos amaron la obra y el libro ganó un premio literario y se convirtió en best-seller. El Jack Unterweger escritor había surgido e iniciaba sus memorias con estas palabras: 
"Mis manos sudorosas están atadas a mi espalda, con cadenas de acero alrededor de las muñecas. La fuerte presión en mis piernas y en mi espalda me hace percatar de que mi única escapatoria es acabar con esto. Permanezco despierto, removido de la liberadora inconsciencia de las ovejas. Bañado en mierda, temblando. Mis pequeños sueños miserables son un diario recordatorio. Con ansiedad miro fijamente en la oscuridad desconocida de la quieta noche allí afuera. Hay seguridad en la oscuridad. Yo intento desviar mis pensamientos de las preguntas sobre el tiempo. Yo pregunto solamente por el momento inmediato en el que yace mi fuerza. Es todavía de noche, ya tarde en la noche, acercándose viene la mañana". 
Pero admitía también las condenas que pesaban sobre él por robo y violación, y no se avergonzaba de expresar el odio que latía en su interior: "Manejaba mi barra de acero entre las prostitutas de Hamburgo, Munich y Marsella […] Tuve enemigos y los conquisté a través de mi odio interno"
La autobiografía de Jack acabaría por ser la llave de su liberación. En ella, Jack era no solamente victimario sino víctima, y las palabras que lo colocaban en esa condición tenían tal poder que Jack acabó por conseguir el apoyo de críticos y reformistas y el respeto de intelectuales que veían en él al paradigma del criminal redimido por el arte. Era bien visto en la opinión pública, le llovían peticiones de entrevistas y muy pronto habría de iniciarse un fuerte movimiento que clamaría por su liberación, movimiento en el cual figuraría nada más y nada menos que la escritora Elfriede Jelinek, quien en el 2004 acabaría obteniendo el Premio Nobel de Literatura. Y es que, para la feminista Elfriede y para otros intelectuales, Jack no solamente era un sujeto reformado sino alguien que podía contribuir a la mejora de la sociedad a través del poder sensibilizador y creador de conciencia crítica propio de la Literatura.
Por ello la presión de los intelectuales, de ciertos periodistas austríacos y de algunos políticos de izquierda, acabó logrando que el 23 de mayo de 1990 se libere a Jack Unterweger, quien antes era un simple criminal ignorante y ahora aparecía como un conocido y flamante intelectual que declaraba con orgullo a la Prensa:  "La vida es ahora. Vamos a seguir adelante. Es hora de lo nuevo".


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