viernes, 11 de septiembre de 2015

Misterios en la Peninsula Iberica (La leyenda de la Cruz del Diablo en Cuenca [II])

Su corazón latía más rápido a cada paso que daba, y su deseo era tan ardiente que las botas parecían quemar las plantas de sus pies y lo hacían alargar las zancadas.
Ella estaba en el atrio y él se abalanzó contra ella, que le respondió con unos besos tan dulces y tiernos que el muchacho, loco de desesperación, fue intensificando sus caricias hasta que sus manos comenzaron a levantar su falda.


Los truenos caían y los relámpagos iluminaban los rostros de los de los capiteles dejando intuir sombras diablescas, pero los dos jóvenes estaban tan arrebatados por la pasión que no se percataron ni de la tormenta.
Ella, casi tan encendida como él, incluso levantaba su falda más aprisa con el fin de que el muchacho consiguiera su propósito. Cuando descubrió sus preciosas y blancas piernas, vio que llevaba unos chapines altos. El muchacho fue quitándole el derecho poco a poco y de repente cayó un rayo que iluminó de pleno el pie de Diana, que resultó no ser un pie, sino una pezuña; y su pierna, la de un macho cabrío.
Aterrorizado, el joven tiró el zapato y salió corriendo dando gritos de terror y espanto. A su vez Diana, que era el mismísimo diablo, con una voz profunda, cavernosa y estrepitosamente desgarrada, lanzaba carcajadas que resonaban entre las antiguas piedras del santuario.


El joven, presa del pánico, se abrazó a la cruz que había en la puerta de las Angustias; el diablo se abalanzó sobre él, lanzándole un zarpazo al tiempo que sonaba un trueno inmenso. Cuando el chico abrió los ojos, el zarpazo le había rozado el hombro y había dejado una marca en la piedra, todavía humeante.
Su arrepentimiento fue sincero y total. Vivió aún largos años de vida ejemplar y penitente, y murió santamente.

Recuerdo de esta leyenda es la cruz, que se conserva en el atrio del antiguo convento de los Descalzos, en cuyo centro se ve una mano extendida con cinco dedos, que según la tradición era la huella de la mano de Diego cuando se abrazó a la cruz pidiendo el auxilio divino, al identificar a Diana como el demonio.


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