Howell, devorado por el terror más vivo,
habría querido creer que estaba en una pesadilla al estilo de Masacre
en Texas pero no, él estaba en la realidad y lo más insólito era que
aquello le estaba pasando por una simple deuda y que el monstruo que
sonreía con la sierra en la mano era un hombre al que por años consideró
su amigo.
La sierra se acercó a Howell con su
ruido frenético y los huesos de Howell omitieron un sonido grotesco
mientras éste, en lugar de desmayarse, comenzó a vomitar del dolor hasta
que finalmente murió ahogado en una mezcla de sangre y vómito.
Una vez concluida la labor de cortar a
Howell, Berdella empacó los restos de la víctima en negras bolsas de
plástico, sacó las bolsas afuera y dejó que el camión recolector haga lo
suyo llevándose al basurero los restos de Howell.
Tras el asesinato de Howell, Berdella
vio el enorme goce que le ocasionaba torturar y, sabiendo que una vez
dado el primer paso el límite psicológico estaba cruzado y podía seguir
sin problema, decidió iniciar un diario en el que narraría todos sus
crímenes, describiendo con lujo de detalle los métodos, las torturas
empleadas y los asesinatos como tales. Pero he aquí que salió a flote su
pasión por el Cine y la Fotografía, por lo cual pensó que sería una
idea genial acompañar la bitácora escrita con videocasetes y fotografías
de su cámara Polaroid. Para él no había consideración alguna hacia el
dolor ajeno, era un verdadero psicópata y todo lo que importaba era el
placer de la tortura y el deleite estético de contribuir al gore y al
snuff[1] con “joyas” de su autoría…
Por eso no dilató demasiado el proyecto y
eligió a Robert Sheldon como segunda víctima. Sheldon, como era ex
amante de Berdella y había estado varias veces en su casa, fue sin mayor
problema a casa de éste un 10 de abril de 1985. Una vez ahí, Berdella
lo drogó y, mientras Sheldon yacía inconsciente, lo ató y esperó a que
despertara.
Ya despierto Sheldon, Berdella quiso
probar una de las múltiples ideas de tortura que tenía en mente, por lo
que tomó una jeringa, la llenó con un líquido destapa-caños llamado
Drano, e inyectó el líquido en los ojos de Sheldon, dándoles así un
aspecto macabro al estilo de las portadas de depressive black metal.
Tras eso le molió las manos a golpes con una barra de hierro,
dejándoselas como horrendos amasijos inoperantes de carne y hueso.
Cuatro fueron los días en que Berdella
se entretuvo golpeándolo, inyectándole sustancias, cortándole trocitos
del cuerpo y violándolo una y otra vez. Y habría sufrido más, si no
fuera porque un amigo de Berdella vino de visita y el torturador, para
evitarse problemas por los posibles gritos o lamentos de Sheldon, le
puso una funda en la cabeza, cerró la puerta y lo dejó morir asfixiado.
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