Con 18 años, Bob ingresó al Instituto de
Arte de Kansas en 1967. Nunca terminó la carrera. Una vez adentro, en
lugar de dedicarse a estudiar se envició con el alcohol y las drogas
hasta el punto de ser detenido por posesión de drogas y sentenciado a
cinco años, mas la sentencia fue suspendida aunque poco después se lo
arrestó por posesión de LSD y marihuana pero se lo liberó en cuestión de
días.
Todo parecía ir mal para el vicioso Bob
hasta que en 1968 entró a trabajar de cocinero en un restaurante. Había
encontrado su vocación. Así, en apenas un año logró comprar una casa en
Charlotte Street y, entre 1970 y 1980, no solo que ayudó a formar una
patrulla vecinal contra el crimen barrial sino que se convirtió en un
chef de prestigio al que solicitaban importantes restaurantes y clubes.
Gracias a ese éxito como chef, Bob
consiguió ahorrar suficiente dinero como para renunciar en 1981 e
iniciar su propio negocio con un local de artículos etnográficos,
antiguedades y objetos góticos. Dicho lugar se llamó el “Bob’s Bazaar
Bizarre” y estaba situado en un mercado local.
Ya con 33 años Bob se hizo pareja de un
veterano de la guerra de Vietnam, aunque la relación fue un desastre,
quizá en parte por los conocidos problemas psicológicos que tienen los
veteranos de guerra. Entonces, tras la ruptura Bob comenzó a frecuentar
prostitutos hombres, involucrándose sentimentalmente con varios,
llevándose algunos a vivir a su casa a cambio de compartir gastos, y
hablándoles a casi todos sobre la necesidad de enderezar sus vidas y
dejar de prostituirse.
Era pues un 4 de julio de 1984 cuando
Bob, investido de falsa camaradería, pasó por la casa de Howell para
llevárselo a charlar y tomar cervezas. Sin embargo, apenas consiguió
llevarlo a su casa, le suministró a Howell varios calmantes sin que éste
se fijara y después, cuando ya estaba inconsciente, lo sodomizó varias
veces y, en un momento de arrebato, le introdujo un pepino en el ano,
desgarrándoselo y ocasionándole con ello un desangre, tras lo cual lo
ató y se fue a trabajar a su bazar.
De regreso le inyectó aún más
medicamentos para que siguiera sedado y lo colgó del techo con la cabeza
hacia el suelo, haciéndole heridas para que gotee sangre y empleando
después su colección de cuchillos de cocinero para cortarlo en pedazos.
No obstante los cuchillos solo lograron cortar hasta cierto punto, punto
en el cual se pensaría que Howell ya estaba muerto pero no: estaba
vivo, no había tenido la suerte de tener un paro cardíaco como
consecuencia del dolor y seguía por tanto en las manos perversas de
Berdella, quien al ver que sus cuchillos no cortaban fue por una sierra
eléctrica.
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