Tanto la Generalitat como el exilio catalán atravesaron graves dificultades económicas pues el gobierno catalán, presionado por orden ministerial de Negrín, entregó sus fondos de tesorería al gobierno central de la II República. Ello lo realizó el consejero de Hacienda Josep Tarradellas el 2 de febrero antes de cruzar la frontera. Al no tener recursos propios, el exilio catalán estuvo supeditado a la ayuda económica del SERE presidido por Negrín o de la JARE de Prieto.
Tras pasar por Perpignan se trasladó a París, donde ya se encontraba su esposa, Carme Ballester, instalándose en el Boulevard de la Seine cerca de la modesta representación que la Generalitat había establecido en la Rue Pepinière. Su situación allí distaba de ser cómoda. Companys se había convertido en el blanco de las críticas por parte de todos los sectores del catalanismo (tanto de los que se exiliaron tras el estallido de la guerra como de aquellos que llegaron a Francia tras la caída de Catalunya). Le acusaban de ser el culpable de todos los males que había sufrido Catalunya. A Companys le responsabilizaban de no hacer frente a los revolucionarios que tomaron virtualmente el poder en Catalunya tras el fracaso de la sublevación, de haberles dejado hacer y, por tanto, de forma indirecta, de ser corresponsable de las víctimas de la violencia revolucionaria y de la mala imagen que tales desmanes habían proyectado en el exterior. También se le achacaba no haber podido mantener su papel como presidente y el de su partido como fuerza dominante en Catalunya y haberse convertido en un títere primero de los anarquistas y luego de los comunistas, con lo que habría paralizado el proceso de recuperación política y cultural catalanes iniciado con la Renaixenca. Companys confesó a Rafael Tasis que le preocupaba la actitud de muchos exiliados catalanes hacia él atribuyéndole la culpa de muchas cosas, considerándolo poco catalanista y más asociado al republicanismo español, así como culpándolo de haberse dejado engañar por falsas promesas.
Una de sus primeras decisiones en el exilio fue formar la Fundación Ramón Llull para proteger la lengua y la cultura catalana en marzo de 1939. Fue dirigida por prestigiosos exiliados como el catalán Pompeu Fabra, y el andaluz Pablo Picasso como presidente de honor de la sección de artes plásticas.
Al declarase la Segunda Guerra Mundial, el único órgano político representativo de Catalunya y su único símbolo era la Presidencia de la Generalitat pues el gobierno catalán se había disuelto y el parlamento no se podía reunir al estar dispersos sus diputados. Con el catalanismo dividido y las autoridades francesas imponiendo restricciones a las actividades políticas, Companys decidió constituir el CNC (Consejo Nacional de Catalunya). Este debía ser un organismo nacional representativo en el exilio. Consultados las personalidades más relevantes, estos propusieron que no participase ningún político que hubiese tenido un cargo oficial en Cataluña y que Companys renunciara a la Presidencia de la Generalitat. Companys optó por una vía intermedia constituyendo un Consell con cinco personalidades culturales. Pero este organismo no tuvo transcendencia pues tres meses después Companys fue detenido y fusilado otros dos meses más tarde
Tras pasar por Perpignan se trasladó a París, donde ya se encontraba su esposa, Carme Ballester, instalándose en el Boulevard de la Seine cerca de la modesta representación que la Generalitat había establecido en la Rue Pepinière. Su situación allí distaba de ser cómoda. Companys se había convertido en el blanco de las críticas por parte de todos los sectores del catalanismo (tanto de los que se exiliaron tras el estallido de la guerra como de aquellos que llegaron a Francia tras la caída de Catalunya). Le acusaban de ser el culpable de todos los males que había sufrido Catalunya. A Companys le responsabilizaban de no hacer frente a los revolucionarios que tomaron virtualmente el poder en Catalunya tras el fracaso de la sublevación, de haberles dejado hacer y, por tanto, de forma indirecta, de ser corresponsable de las víctimas de la violencia revolucionaria y de la mala imagen que tales desmanes habían proyectado en el exterior. También se le achacaba no haber podido mantener su papel como presidente y el de su partido como fuerza dominante en Catalunya y haberse convertido en un títere primero de los anarquistas y luego de los comunistas, con lo que habría paralizado el proceso de recuperación política y cultural catalanes iniciado con la Renaixenca. Companys confesó a Rafael Tasis que le preocupaba la actitud de muchos exiliados catalanes hacia él atribuyéndole la culpa de muchas cosas, considerándolo poco catalanista y más asociado al republicanismo español, así como culpándolo de haberse dejado engañar por falsas promesas.
Una de sus primeras decisiones en el exilio fue formar la Fundación Ramón Llull para proteger la lengua y la cultura catalana en marzo de 1939. Fue dirigida por prestigiosos exiliados como el catalán Pompeu Fabra, y el andaluz Pablo Picasso como presidente de honor de la sección de artes plásticas.
Al declarase la Segunda Guerra Mundial, el único órgano político representativo de Catalunya y su único símbolo era la Presidencia de la Generalitat pues el gobierno catalán se había disuelto y el parlamento no se podía reunir al estar dispersos sus diputados. Con el catalanismo dividido y las autoridades francesas imponiendo restricciones a las actividades políticas, Companys decidió constituir el CNC (Consejo Nacional de Catalunya). Este debía ser un organismo nacional representativo en el exilio. Consultados las personalidades más relevantes, estos propusieron que no participase ningún político que hubiese tenido un cargo oficial en Cataluña y que Companys renunciara a la Presidencia de la Generalitat. Companys optó por una vía intermedia constituyendo un Consell con cinco personalidades culturales. Pero este organismo no tuvo transcendencia pues tres meses después Companys fue detenido y fusilado otros dos meses más tarde
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