Fue una verdadera psicosis colectiva la
que vivió Machala en los cinco años en que Gilberto cometió suficientes
atrocidades como para pasar al grado de leyenda del crimen bajo el
título de “El Monstruo de Machala”.
Según informaron varias fuentes
periodísticas de la época, Gilberto contó a los policías todo lo que
hizo antes, durante y después de los asesinatos.
Los policías que consiguieron
capturarlo, contaron que tenían dudas de que Gilberto fuera el verdadero
asesino, y que para ver si fingía, intentaron llevarlo a sitios
diferentes a los de los asesinatos, aunque éste siempre les decía que
estaban mal y los llevaba, con escalofriante frialdad, a donde realmente
violó y mató.
No resultaba difícil creer que había
matado con facilidad si se tenía en cuenta que, antes de ser taxista,
Gilberto había estado en el Ejército, alcanzando el rango de cabo. Ya
después, cuando en 1988 consiguió un taxi, recorrió las calles de
Machala hasta 1993, buscando víctimas que, en general, eran jóvenes,
estudiantes, y andaban solas.
El anterior fue el caso de Rosa Benavides, universitaria cuya madre, Lola Román, recuerda como una chica “tranquila, estudiosa y feliz”. Con lágrimas en los ojos, la anciana mujer de 72 años expresó ante fuentes periodísticas: "No
se imagina cómo sufrimos todo ese tiempo. Y nos dio más rabia cuando
nos enteramos de que el asesino estaba campante en España, como que si
nunca hubiera hecho algo malo". Y para colmo de males, tanto en el
caso de Rosa como en otros, Gilberto acudió al funeral de la víctima,
costumbre muy cínica que tenía acentuada, tal y como expresan las
palabras del policía ecuatoriano Fausto Terán: "Muchas eran madres de las víctimas, quienes le conocían como un hombre tranquilo y educado que había acudido a los velorios con pesadumbre"
Volviendo a su modus operandi, vemos que, tanto su facilidad de palabra
como el uniforme militar que a veces usaba, le facilitaban conseguir que
las jóvenes (en general de 17 a 24 años, aunque también mató a dos de
14 y 16 años) lo acompañaran hasta una vieja casa, donde las estrangulaba y abusaba de ellas. Respecto a eso, el propio asesino admitió lo siguiente: "Primero
les ponía una mano en la boca, la otra en la garganta y así las mataba,
pero para asegurarme luego las ahorcaba con una cuerda o alambre"
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