martes, 29 de marzo de 2016

Asesinos en Serie (Peter Sutcliffe [IV])

A pesar del visible peligro que corrían las prostitutas y de las advertencias policiales, no hubo reducción alguna de esta actividad en las zonas rojas de Yorkshire. Muchas consideraron retirarse del negocio, pero la necesidad imperaba encima del peligro. A pesar del gran problema que existía nunca se pudo establecer una buena cooperación entre las mujeres del gremio y la Policía. De hecho casi no existía comunicación entre ambas partes. Entre el público había la falsa creencia de que el resto de las mujeres estaban a salvo como quedó demostrado en los últimos crímenes del destripador. Después del asesinato de Vera Millward pasaron hasta 11 meses antes del siguiente. En ese tiempo la gente se tranquilizó y no faltó el psicólogo forense que declarara que tal vez había parado de actuar el destripador. Que eso podía ser normal. La realidad era que Sutcliffe estaba ocupado en penar la muerte de su madre, que murió en el mes de Noviembre a la edad de 59 años por un infarto al miocardio. Había padecido ya por algunos años de enfermedad cardíaca congestiva. Peter culpaba a su padre John de ser responsable de la enfermedad de su madre, dados los constantes disgustos que le provocaba su libertinaje.
En su trabajo de camionero Peter Sutcliffe era considerado uno de los más puntuales y eficientes empleados de su empresa. Sus compañeros pensaban que era un hombre muy reservado pero que se expresaba crudamente cuando de mujeres y sexo se hablaba. Hay que hacer notar que la Policía interrogó muchas veces a Sutcliffe, una de ellas debido a que las placas de su automóvil habían sido registradas en una de las zonas rojas del área. La explicación que ofreció fue que por causa de su trabajo debía cruzar constantemente esas zonas de la ciudad. Las autoridades habían instruido a todos los oficiales que memorizaran una serie de pistas que se conocían respecto al asesino. Pero increíblemente los oficiales, que por cualquier causa interrogaban a Sutcliffe, jamás revisaban los puntos acordados. Simplemente fallaban en reconocer que tenían al asesino en frente.
Pero hubo una situación que en nada contribuyó a solucionar el caso. Llegaron un par de cartas de alguien que aseguraba ser el destripador de Yorkshire. En casos como este, cuando el criminal recibe tanta atención por parte de la Prensa, esto provoca que otros cometan este tipo de actos que entorpecen la acción de la justicia.
Esta persona tuvo la ocurrencia de enviar una cinta de audio que fue analizada exhaustivamente por detectives y peritos. Se tomó la decisión de difundirla al público y como consecuencia se recibieron miles de llamadas con falsas pistas que tuvieron que ser investigadas una por una. Los investigadores concluyeron que el sujeto debía de ser de la región de Castletown dado su acento. Un grupo policial fue enviada para revisar casa por casa sin hallar resultado alguno. Fue cuando se comprendió que aquel destripador no podía ser el verdadero. Como en otros casos históricos, las cartas contenían ciertas pistas verdaderas, pero fallaban en otras. Pero el daño estaba hecho, cuando cualquier oficial interrogaba a un sospechoso esperaba que hablara con un acento marcado, cosa que no ocurría en lo más mínimo con Peter Sutcliffe, a quien se interrogó alrededor de 12 veces.
 A pesar de una costosa campaña publicitaria que consistía de anuncios en periódicos letreros espectaculares, pocos imaginaban que el verdadero asesino era oriundo de Yorkshire, era camionero y que vivía en Bradford tan solo a minutos de distancia de los cuarteles policíacos. La policía también comenzó a explotar el uso de bases de datos y computadoras para ir descartando vehículos involucrados en las áreas rojas. Después de muchos esfuerzos, uno de los 200,000 autos descartados por las pesquisas informáticas, incluían uno perteneciente a un camionero que vivía en Bradford, es decir uno de los vehículos de Peter Sutcliffe.


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