A pesar del visible peligro que corrían
las prostitutas y de las advertencias policiales, no hubo reducción
alguna de esta actividad en las zonas rojas de Yorkshire. Muchas
consideraron retirarse del negocio, pero la necesidad imperaba encima
del peligro. A pesar del gran problema que existía nunca se pudo
establecer una buena cooperación entre las mujeres del gremio y la
Policía. De hecho casi no existía comunicación entre ambas partes. Entre
el público había la falsa creencia de que el resto de las mujeres
estaban a salvo como quedó demostrado en los últimos crímenes del
destripador. Después del asesinato de Vera Millward pasaron hasta 11
meses antes del siguiente. En ese tiempo la gente se tranquilizó y no
faltó el psicólogo forense que declarara que tal vez había parado de
actuar el destripador. Que eso podía ser normal. La realidad era que
Sutcliffe estaba ocupado en penar la muerte de su madre, que murió en el
mes de Noviembre a la edad de 59 años por un infarto al miocardio.
Había padecido ya por algunos años de enfermedad cardíaca congestiva.
Peter culpaba a su padre John de ser responsable de la enfermedad de su
madre, dados los constantes disgustos que le provocaba su libertinaje.
En su trabajo de camionero Peter
Sutcliffe era considerado uno de los más puntuales y eficientes
empleados de su empresa. Sus compañeros pensaban que era un hombre muy
reservado pero que se expresaba crudamente cuando de mujeres y sexo se
hablaba. Hay que hacer notar que la Policía interrogó muchas veces a
Sutcliffe, una de ellas debido a que las placas de su automóvil habían
sido registradas en una de las zonas rojas del área. La explicación que
ofreció fue que por causa de su trabajo debía cruzar constantemente esas
zonas de la ciudad. Las autoridades habían instruido a todos los
oficiales que memorizaran una serie de pistas que se conocían respecto
al asesino. Pero increíblemente los oficiales, que por cualquier causa
interrogaban a Sutcliffe, jamás revisaban los puntos acordados.
Simplemente fallaban en reconocer que tenían al asesino en frente.
Pero hubo una situación que en nada
contribuyó a solucionar el caso. Llegaron un par de cartas de alguien
que aseguraba ser el destripador de Yorkshire. En casos como este,
cuando el criminal recibe tanta atención por parte de la Prensa, esto
provoca que otros cometan este tipo de actos que entorpecen la acción de
la justicia.
Esta persona tuvo la ocurrencia de
enviar una cinta de audio que fue analizada exhaustivamente por
detectives y peritos. Se tomó la decisión de difundirla al público y
como consecuencia se recibieron miles de llamadas con falsas pistas que
tuvieron que ser investigadas una por una. Los investigadores
concluyeron que el sujeto debía de ser de la región de Castletown dado
su acento. Un grupo policial fue enviada para revisar casa por casa sin
hallar resultado alguno. Fue cuando se comprendió que aquel destripador
no podía ser el verdadero. Como en otros casos históricos, las cartas
contenían ciertas pistas verdaderas, pero fallaban en otras. Pero el
daño estaba hecho, cuando cualquier oficial interrogaba a un sospechoso
esperaba que hablara con un acento marcado, cosa que no ocurría en lo
más mínimo con Peter Sutcliffe, a quien se interrogó alrededor de 12
veces.
A pesar de una costosa campaña publicitaria que consistía de anuncios en
periódicos letreros espectaculares, pocos imaginaban que el verdadero
asesino era oriundo de Yorkshire, era camionero y que vivía en Bradford
tan solo a minutos de distancia de los cuarteles policíacos. La policía
también comenzó a explotar el uso de bases de datos y computadoras para
ir descartando vehículos involucrados en las áreas rojas. Después de
muchos esfuerzos, uno de los 200,000 autos descartados por las pesquisas
informáticas, incluían uno perteneciente a un camionero que vivía en
Bradford, es decir uno de los vehículos de Peter Sutcliffe.
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