martes, 1 de marzo de 2016

Asesinos en Serie (Carl Panzram [II])

Después de incontables castigos con cinturones y palas de madera, la venganza llegó a Panzram cuando, gracias a un ingenioso dispositivo de su creación, prendió fuego a uno de los edificios del reformatorio, mientras disfrutaba al máximo con el espectáculo del fuego, viendo como, instalaciones federales que costaban unos $100.000 dólares, ardían hasta los cimientos. A fines de 1905 Carl Panzram compareció ante el comité de libertad del reformatorio, armado de la mayor hipocresía convenció a los miembros del jurado que era otro chico, ya reformado por las enseñanzas cristianas de los maestros del lugar. Pero según propias palabras "Había aprendido más de cómo mentir, robar, incendiar y matar que otra cosa, aparte de que había conocido de otros usos para el pene aparte de orinar, y de otras cosas para las que podía servir el ano" Cuando su madre lo llevó de vuelta a su casa, Carl Panzram era otra persona: se había tornado silencioso y oscuro. Sin embargo muchas otras preocupaciones poblaban la vida de su madre, que no podía lidiar con un chico rebelde y problemático. A pesar de las circunstancias, Panzram siempre guardó resentimiento contra ella. Al principio la señora contaba con el amor y respeto de su hijo, pero gradualmente estos se tornaron en desaprobación y odio pues “…ella era muy tonta para enseñarme algo bueno.”
Negándose a trabajar incansablemente en la granja, Panzram convenció a su madre para enviarlo a otra escuela, sin embargo pronto comenzó a tener problemas con un maestro quien frecuentemente lo castigaba a cintarazos.
Armó un plan para asesinarlo enfrente de todos y para tal efecto llevó una pistola a la escuela; pero, en un forcejeo con otros muchachos, el arma cayó ruidosamente al suelo. Inmediatamente fue expulsado del lugar. Pocos días después y contando 14 años, Carl Panzram abandonó para siempre su granja de Minnesota para abrazar una vida de vagabundo. Trepó al vagón de un tren con rumbo incierto pensando que el propósito de su vida sería el de robar, engañar y hacer daño a todo aquel que se cruzara por su camino.
Pronto le ocurriría una nueva gran desgracia al jovencito Carl Panzram cuando un día se encontró con unos sujetos que acampaban, quienes le prometieron conseguirle ropa limpia y un buen lugar para dormir. Pero antes de eso, le pidieron algo a cambio… y los cuatro hombres lo sometieron a una cruel violación tumultuaria sirviendo de absolutamente nada los lloros y las suplicas que externó Panzram. Si quedaba algo de humanidad, misericordia y simpatía en el espíritu del joven vagabundo, el vil acto al que fue sometido terminó por extinguir esos sentimientos para siempre. Durante mucho tiempo esta sería su vida, viajando de un lado para otro sin mas propósito que el de sobrevivir, durmiendo en vagones de trenes cargueros. Robando y pidiendo limosna para poder comer. Siempre cuidando su espalda de otros pordioseros y aún de los oficiales ferroviarios, hombres a veces de mayor cuidado que los propios vagabundos.

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