viernes, 8 de enero de 2016

Asesinos en Serie (Raymond Martínez y Marta Beck [I])

Raymond Martínez Fernández nació el 17 de diciembre de 1914 en Hawaii, de padres españoles. Cuando Raymond tenía 3 años sus padres se mudaron a Connecticut (Estados Unidos). Entre 1932 y 1945 Fernández vivió en Orgiva (Granada) lugar donde contrajo matrimonio con Encarnación Robles y tuvo 4 hijos. Durante la Segunda Guerra Mundial, Raymond se alistó en el ejército y trabajó en el Servicio de Inteligencia Británica, allí se destacó por su participación como espía. Según sus superiores, Raymond era fiel a la causa de los aliados y cumplía bien sus misiones.
Al terminar la guerra Raymond consiguió pasaje en un barco con destino a Curaçao, pero durante el viaje una escotilla de acero le cayó encima de la cabeza fracturando su cráneo y lastimando su lóbulo frontal. El barco se acopló en diciembre de 1945, Raymond de inmediato fue llevado al hospital, donde permaneció hasta marzo de 1946. El accidente afectó la personalidad de Raymond. Antes era una persona educada y sociable; pero, cuando fue dado de alta del hospital, se había convertido en un hombre distante y temperamental. 
En poco tiempo Fernández compró un pasaje hacia Alabama y, cuando el barco estaba en el puerto de Mobile, Raymond robó grandes cantidades de ropa y accesorios de la tienda del navío. Por este crimen fue arrestado y, al ser interrogado, Fernández dijo que no sabía por qué lo había hecho. Su declaración no le sirvíó para librarse de un año de prisión en la penitenciaría de Tallahassee (Florida).
En la cárcel tuvo como compañero de celda a un haitiano que lo introdujo en el mundo de los rituales de magia negra y vudú. Fernández comenzó a creer que tenía un poder que lo hacía irresistible a las mujeres.
Cuando fue liberado se mudó a la casa de su hermana en Brooklyn (Nueva York). Es en la gran manzana donde empezó su carrera criminal respondiendo avisos del periódico de mujeres solitarias que buscaban pareja. Fernández salía y bebía con ellas, después de esto robaba su dinero y joyas. Por vergüenza la mayoría de víctimas no informaba a la Policía.


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