El matrimonio duró poco: sólo tres años después de celebrarse, el Manuel Amat murió. María
Francisca, fue forzada nuevamente a entrar en un convento, el mismo que abandono, cuando fue forzada a casarse
con el sobrino del Virrey. Después, tal vez vio el cielo abierto, pensando que
por fin podría tomar las riendas de su vida, pero no fue así. Instalada
en lo que conocemos hoy, como el Palau de la Virreina, gestionó el
patrimonio del marido pero siempre tutelada y controlada por su padre,
el sobrino del Virrey (el novio que la había abandonado, el día de su boda) y un notario. Hizo
las obras de caridad que se esperaba de una dama de su categoría, pero
no se pudo volverse a casar, seguramente por las presiones de las dos
familias, temerosas de perder el control de la inmensa fortuna que
tenían entre manos .
Esta situación, sin embargo, no se prolongaría demasiado. En octubre de 1791, cuando tenía treinta y cinco años, María Francisca se desmayó entre convulsiones mientras estaba en misa. Murió poco después sin haber recuperado la conciencia, y la enterraron en el panteón de la familia Amat. Además de dejar sus bienes a la familia, pagó tres mil misas en su recuerdo y de su marido. Pero el recuerdo más duradero no pagó ese día: es la plaza y el Palau de la Virreina.
Esta situación, sin embargo, no se prolongaría demasiado. En octubre de 1791, cuando tenía treinta y cinco años, María Francisca se desmayó entre convulsiones mientras estaba en misa. Murió poco después sin haber recuperado la conciencia, y la enterraron en el panteón de la familia Amat. Además de dejar sus bienes a la familia, pagó tres mil misas en su recuerdo y de su marido. Pero el recuerdo más duradero no pagó ese día: es la plaza y el Palau de la Virreina.
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