Aquel día, a orillas del Lago Berryessa 
(cerca de Napa, California), Cecilia y Bryan disfrutaban de un picnic 
bajo la sombra de dos robles que, aislados del bosquecillo, crecían 
sobre una península (en este caso, una parte de la orilla que sobresalía
 y se adentraba un poco en el lago). Era de tarde, no había gente 
alrededor y la brisa inundaba de frescura la serenidad del paisaje. Sin 
embargo en medio de toda esa paz algo despertó una ligera inquietud en 
Cecilia: a lo lejos, al otro lado del agua que rodeaba el lado derecho 
de la península, se veía una silueta que, pese a presentarse borrosa por
 la distancia, dejaba entrever que se trataba de un hombre corpulento de
 cabello castaño.  De momento el hombre desapareció metiéndose en un 
bosquecillo, pero poco después salió del bosquecillo y empezó a caminar 
lentamente hacia ellos
Atemorizada, Cecilia se había volteado y
 veía que la figura estaba cada vez más cerca y que su aspecto no era 
nada tranquilizante, aunque lo peor estaba por venir. Así, de pronto una
 ráfaga de viento le metió polvo en el ojo y ella perdió de vista al 
desconocido por un momento. Bryan, que estaba relativamente calmado, ni 
siquiera se había preocupado por voltearse a ver qué hacía el extraño, 
hasta que un ruido de hojas crujiendo le llamó la atención y entonces 
notó que el extraño se había  parado detrás del otro roble, ubicado a 
unos seis metros a la derecha de Cecilia, quien tras breves instantes 
acabó con la tranquilidad a la que Bryan había vuelto: “¡Dios mío, lleva una pistola!”,
 exclamó ella y entonces Bryan, mirando por el rabillo del ojo, vio a la
 izquierda una figura negra que los contemplaba en silencio.
En el breve lapso que estuvo parado 
detrás del otro roble, el hombre corpulento se había puesto un traje que
 mostraba con claridad qué era y a qué había venido. Su apariencia era 
la de un verdugo. Tenía una capucha ceremonial negra y cuadrada, cosida 
por los lados y plana en la parte de arriba. La capucha, que en la parte
 de la cabeza apenas tenía aberturas para ojos (cubiertos por gafas) y 
boca, le bajaba por los hombros, no tenía mangas y le cubría el pecho 
con una pechera que, sobre el negro de la tela, tenía grabado en blanco 
un círculo tachado con una cruz griega cuyas puntas sobresalían del 
círculo. Aparte, el hombre llevaba mangas largas atadas en las muñecas, 
pantalones metidos en las botas, una especie de cuchillo de cómo 30cm en
 el costado izquierdo, una pistolera con la tapa abierta en el costado 
derecho y, por debajo de la cazadora, se veían sobresalir puntas de 
varias cuerdas de plástico blanco.
La figura tenía el brazo derecho extendido, apuntando con una pistola de
 color azul metálico. Se aproximaba hacia ellos con lentitud, como 
diciéndoles así que escapar era imposible. Ya bien cerca de ellos, que 
hasta el momento no se habían movido por el miedo que los consumía, la 
figura misteriosa habló con una voz monocorde que no era ni aguda ni 
grave, que denotaba tranquilidad y que parecía pertenecer a un hombre de
 entre veinte y treinta años.   
- "Quiero el dinero y las llaves del coche. Quiero el coche para ir a México",
 dijo la figura y Bryan le dio las llaves y el poco dinero que tenía, 
ante lo cual el encapuchado se guardó el dinero, tiró las llaves y se 
guardó la pistola. Bryan entonces le dijo que no tenía dinero, que no lo
 seguiría y que si necesitaba ayuda lo podía ayudar de otra forma, pero 
recuerda que el encapuchado le respondió algo como:  
- "No. Tengo poco 
tiempo. Soy un preso fugado de Der Lodge, en Montana. Maté a un guardia 
de la cárcel. Tengo un coche robado y nada que perder. Estoy totalmente 
sin dinero. No te hagas el héroe conmigo. No intentes coger la pistola". 
Después, apuntando con el cuchillo, el encapuchado sacó cuerda blanca y
 le ordenó a Cecilia que atase a Bryan, tras lo cual, una vez atado 
Bryan, él ató a Cecilia y apretó los nudos de Bryan para cerciorarse de 
que éste no huyera. 
No hay comentarios:
Publicar un comentario