martes, 8 de marzo de 2016

Asesinos en Serie (Jesse Harding Pomeroy [III])

El siguiente desventurado fue el niño de 6 años Harry Austin, con quien Pomeroy evidenció que su depravación aumentaba en espiral, ya que, aparte de la usual paliza, esta vez empleó su navaja de bolsillo para apuñalarlo en brazos y hombros. Se disponía a rebanarle el pene cuando fue interrumpido por la cercanía de unas personas. Pocos días después atacó al niño Joseph Kennedy, a quien a la vez que aporreaba lo obligaba a recitar oraciones religiosas plagadas de obscenidades. A Kennedy le provocó una fuerte cortada en la cara con su cuchillo y luego lo llevó a la orilla del mar para echarle agua salada en las heridas. El chiquillo de 5 años, Robert Gould, fue el siguiente en caer engañado por Pomeroy, quien le había prometido llevarlo a ver soldados, para luego someterlo cerca de una estación de trenes. Cuando amenazaba al chico con la punta de su navaja en el cuello, Pomeroy se dio cuenta de que era observado por unos ferrocarrileros y tuvo que huir. Para fortuna de la Policía, Gould aportó pistas más concretas, como que su atacante era un joven adolescente de cabellos castaños y un ojo totalmente blanco.
A fines de 1872 la Policía efectuaba visitas a las escuelas del sistema público de Boston con la esperanza de encontrar al sádico bribón de quien creían pronto se convertiría en un temible homicida. Un día de Septiembre visitaron la escuela de Pomeroy, pero el joven Kennedy no podía identificar entre los alumnos a su atacante. Ese mismo día que la Policía había visitado su salón, Pomeroy al regresar a su casa decidió darse una vuelta por la estación policial, y al pasar tan cerca, fue súbitamente identificado por Kennedy, quien continuaba con sus declaraciones. No está muy claro el por qué de esta conducta pero es muy posible que Pomeroy haya estado involucrado en una suerte de juego de gato y ratón con la Policía. Eso ha ocurrido muchas veces con psicópatas de ese estilo. Cuando Pomeroy pasaba, Kennedy lo alcanzó a ver en la estación y logró hacer que la Policía persiguiera al sádico bribón que inmediatamente fue puesto bajo arresto. A pesar del intenso y severo interrogatorio, Pomeroy se mantuvo tranquilo clamando su inocencia en todo momento. Lo despertaron a media noche en la celda donde había sido confinado y con la amenaza de ser encarcelado por 100 años, finalmente Jesse Pomeroy se dio por vencido. Al día siguiente fue llevado para que todas sus víctimas lo identificaran, lo cual parece que ocurrió sin mayor problema. Entonces lo que faltaba era que un magistrado le dictara sentencia. Como se esperaba, su madre testificó a favor de Pomeroy, porque no podía ser de otro modo. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, solo atino a decir "no pude evitarlo..." a la vez que agachaba su cabeza en señal de vergüenza. La sentencia fue el ingreso a un reformatorio juvenil hasta que cumpliera 18 años, es decir la mayoría de edad. Madre e hijo psicópata abandonaron en lágrimas la corte, según las crónicas de la época.
El reformatorio juvenil Westborough se convirtió en el siguiente hogar de Jesse Pomeroy. Aquel lugar albergaba a jóvenes infractores y a muchachos malcriados o difíciles de tratar a quienes sus padres enviaban ahí para quitarse un gran peso de encima. Instituciones de este tipo difícilmente reformaban a alguien en esa época. Simplemente el hecho de encerrar bribones peligrosos provocaba en ellos la aparición de una mentalidad salvaje y oportunista en que los más fuertes sometían al resto.
En un lugar así podría florecer un chico listo y sádico como Pomeroy, quien desde un principio entendió que, si deseaba salir antes de cumplir los 18 años, debía demostrar una conducta intachable. Según se cuenta, vivió la mayor parte del tiempo en soledad pues los chicos mayores lo molestaban y los menores le trataban de hacer saltar, conscientes del porqué estaba ahí recluido. La dura rutina de Westborough consistía en trabajos forzados y clases obligatorias diarias. Como un interno modelo, Pomeroy evadió eficientemente los castigos y las reprimendas, y siempre estaba al tanto de todo detalle e incidentes cuando alguien era castigado. Tras quince meses de encierro, el Comité de Libertad Condicional aprobó su salida. Mientras Jesse purgaba condena, su madre hacía campaña por la liberación y exoneración de su hijo enviando cartas a las autoridades y a quien estuviera dispuesto a escuchar su punto de vista, sin embargo fue la buena conducta de Pomeroy lo que movió a los magistrados juveniles a liberarlo.



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