martes, 8 de marzo de 2016

Asesinos en Serie (Jesse Harding Pomeroy [V])

Trágicamente el siguiente niño en caer en las garras de Pomeroy no tuvo la misma buena suerte que Harry Field. El niño Horace Millen se encontró con el sádico bribón en la calle y fácilmente cayó envuelto en las tretas que siempre aplicaba para llevar lejos a sus víctimas. Antes de eso, entraron a una pastelería por un bocadito que felizmente iban comiendo ambos durante el camino a las partes pantanosas y solitarias del sur de Boston. Esta vez numerosos testigos vieron a la inusual pareja de “hermanos” caminar por las calles y fuera de la ciudad. Una señora testificó acerca de lo extraño que lucía el chico mayor, quien irradiaba una rara felicidad y excitación mientras caminaba de la mano del niño pequeño, quien a su vez provocó extrañeza por las buenas ropas que portaba.

De acuerdo a Pomeroy, cuando llevaba a Millen de la mano hacia un lugar apartado casi no podía controlar sus impulsos y supo desde el primer momento que quería asesinar al niño de 4 años. Esta vez quería estar seguro de que nadie lo interrumpiera y por eso caminaron largo rato hasta llegar a un paraje arenoso en donde se sentaron a descansar. Horace Millen aún no se daba cuenta de que la promesa de ir a ver un barco de vapor no era más que una excusa del sádico bribón para asesinarlo. Con su cuchillo de bolsillo Pomeroy descargó un furioso ataque en la garganta del inocente chico. A pesar del sangriento ataque, Millen no había muerto y peleaba por su vida. De acuerdo al reporte del forense había numerosas heridas de las llamadas “defensivas” en brazos y manos. Pero un niño de 4 años gravemente herido no era remotamente rival de un joven psicópata. Se contaron hasta 18 heridas en el tórax y lo más impactante fue ver como las uñas de las manos estaban firmemente incrustadas en las palmas como evidencia de la agonía y atroz muerte experimentada por el niño Horace Millen. Cuando su cadáver fue lavado, apareció su ojo apuñalado también, así como heridas profundas en el escroto, lo cual indicaba el intento de castrar al niño.
Unos niños que jugaban en la playa descubrieron el cuerpo e inmediatamente avisaron a unos señores que cazaban patos en las cercanías. Para ese entonces la familia de Horace ya lo buscaba por todos lados y el padre de familia ya había reportado la desaparición a la Policía. Para la noche a las 9, la familia era informada de la muerte de su hijo. Inmediatamente vino a la mente de las autoridades el sospechoso número uno, aquel chico despiadado que gustaba de torturar niños pero no podía ser posible que fuera él, dado que purgaba condena en un reformatorio juvenil. Tardó poco en que se confirmara la aterradora realidad de que aquel sádico bribón había sido puesto en libertad condicional no hacía mucho tiempo. Se despachó una patrulla a su casa y, a pesar de las airadas protestas de Ruthann Pomeroy, el chico fue conducido a la Policía.
 Mostrando la mayor de las tranquilidades, Pomeroy resistió el primer interrogatorio negando conocer acerca del crimen que se le imputaba. Sin embargo no pudo ofrecer una buena coartada, pues no tenía una explicación convincente sobre su paradero desde las 11 de la mañana hasta las 3 de la tarde. Luego con su habitual frialdad fue dejado durmiendo en la celda de la comisaría. Mientras tanto los oficiales tomaron su calzado, que tenía adheridos pastos del pantano y lodillo. Con los zapatos de Horace Millen y los de Pomeroy reconstruyeron los pasos de los chicos, ubicando a ambos en la escena del crimen. Mediante yeso compararon las huellas más grandes, coincidiendo éstas a la perfección con las suelas del sádico bribón. Aquel procedimiento era normalmente aceptado en los procesos judiciales de la época. Temprano al día siguiente, despertaron a Jesse y lo confrontaron con el hecho de que ahora lo podían ubicar sin lugar a dudas en la escena del crimen, y le sugirieron ir a ver el cuerpo de Millen a la morgue. Obviamente el chico se negó rotundamente diciendo que él nada tenía que ver con el asunto. Sin embargo una vez puesto de frente al mutilado cadáver, Pomeroy no pudo resistir la presión y terminó por admitir su culpa. Entre sozollos admitió: “Lo siento, yo lo hice… ¡por favor no le digan a mi mamá!…” Los detectives le preguntaron si sabía qué le iba a ocurrir a continuación, a lo que respondió que no sabía pero que por favor lo pusieran en un lugar donde no pudiera hacerle daño a nadie. La acusación y la convicción del crimen ocurrieron de manera expedita. Sin mayores trámites, tanto la Policía como los medios de comunicación habían encontrado al culpable, a quienes no bajaban de ser un monstruo de la sociedad y es que, visto en retrospectiva, en realidad lo era. El Comité de Libertad Condicional Juvenil fue severamente cuestionado por haber liberado al sádico bribón.


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