Trágicamente el siguiente niño en caer en las garras de Pomeroy no tuvo
la misma buena suerte que Harry Field. El niño Horace Millen se encontró
con el sádico bribón en la calle y fácilmente cayó envuelto en las
tretas que siempre aplicaba para llevar lejos a sus víctimas. Antes de
eso, entraron a una pastelería por un bocadito que felizmente iban
comiendo ambos durante el camino a las partes pantanosas y solitarias
del sur de Boston. Esta vez numerosos testigos vieron a la inusual
pareja de “hermanos” caminar por las calles y fuera de la ciudad. Una
señora testificó acerca de lo extraño que lucía el chico mayor, quien
irradiaba una rara felicidad y excitación mientras caminaba de la mano
del niño pequeño, quien a su vez provocó extrañeza por las buenas ropas
que portaba.
De acuerdo a Pomeroy, cuando llevaba a
Millen de la mano hacia un lugar apartado casi no podía controlar sus
impulsos y supo desde el primer momento que quería asesinar al niño de 4
años. Esta vez quería estar seguro de que nadie lo interrumpiera y por
eso caminaron largo rato hasta llegar a un paraje arenoso en donde se
sentaron a descansar. Horace Millen aún no se daba cuenta de que la
promesa de ir a ver un barco de vapor no era más que una excusa del
sádico bribón para asesinarlo. Con su cuchillo de bolsillo Pomeroy
descargó un furioso ataque en la garganta del inocente chico. A pesar
del sangriento ataque, Millen no había muerto y peleaba por su vida. De
acuerdo al reporte del forense había numerosas heridas de las llamadas
“defensivas” en brazos y manos. Pero un niño de 4 años gravemente herido
no era remotamente rival de un joven psicópata. Se contaron hasta 18
heridas en el tórax y lo más impactante fue ver como las uñas de las
manos estaban firmemente incrustadas en las palmas como evidencia de la
agonía y atroz muerte experimentada por el niño Horace Millen. Cuando su
cadáver fue lavado, apareció su ojo apuñalado también, así como heridas
profundas en el escroto, lo cual indicaba el intento de castrar al
niño.
Unos niños que jugaban en la playa
descubrieron el cuerpo e inmediatamente avisaron a unos señores que
cazaban patos en las cercanías. Para ese entonces la familia de Horace
ya lo buscaba por todos lados y el padre de familia ya había reportado
la desaparición a la Policía. Para la noche a las 9, la familia era
informada de la muerte de su hijo. Inmediatamente vino a la mente de las
autoridades el sospechoso número uno, aquel chico despiadado que
gustaba de torturar niños pero no podía ser posible que fuera él, dado
que purgaba condena en un reformatorio juvenil. Tardó poco en que se
confirmara la aterradora realidad de que aquel sádico bribón había sido
puesto en libertad condicional no hacía mucho tiempo. Se despachó una
patrulla a su casa y, a pesar de las airadas protestas de Ruthann
Pomeroy, el chico fue conducido a la Policía.
Mostrando la mayor de las tranquilidades, Pomeroy resistió el primer
interrogatorio negando conocer acerca del crimen que se le imputaba. Sin
embargo no pudo ofrecer una buena coartada, pues no tenía una
explicación convincente sobre su paradero desde las 11 de la mañana
hasta las 3 de la tarde. Luego con su habitual frialdad fue dejado
durmiendo en la celda de la comisaría. Mientras tanto los oficiales
tomaron su calzado, que tenía adheridos pastos del pantano y lodillo.
Con los zapatos de Horace Millen y los de Pomeroy reconstruyeron los
pasos de los chicos, ubicando a ambos en la escena del crimen. Mediante
yeso compararon las huellas más grandes, coincidiendo éstas a la
perfección con las suelas del sádico bribón. Aquel procedimiento era
normalmente aceptado en los procesos judiciales de la época. Temprano al
día siguiente, despertaron a Jesse y lo confrontaron con el hecho de
que ahora lo podían ubicar sin lugar a dudas en la escena del crimen, y
le sugirieron ir a ver el cuerpo de Millen a la morgue. Obviamente el
chico se negó rotundamente diciendo que él nada tenía que ver con el
asunto. Sin embargo una vez puesto de frente al mutilado cadáver,
Pomeroy no pudo resistir la presión y terminó por admitir su culpa.
Entre sozollos admitió: “Lo siento, yo lo hice… ¡por favor no le digan a
mi mamá!…” Los detectives le preguntaron si sabía qué le iba a ocurrir a
continuación, a lo que respondió que no sabía pero que por favor lo
pusieran en un lugar donde no pudiera hacerle daño a nadie. La acusación
y la convicción del crimen ocurrieron de manera expedita. Sin mayores
trámites, tanto la Policía como los medios de comunicación habían
encontrado al culpable, a quienes no bajaban de ser un monstruo de la
sociedad y es que, visto en retrospectiva, en realidad lo era. El Comité
de Libertad Condicional Juvenil fue severamente cuestionado por haber
liberado al sádico bribón.
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