De acuerdo a Pomeroy, cuando llevaba a 
Millen de la mano hacia un lugar apartado casi no podía controlar sus 
impulsos y supo desde el primer momento que quería asesinar al niño de 4
 años. Esta vez quería estar seguro de que nadie lo interrumpiera y por 
eso caminaron largo rato hasta llegar a un paraje arenoso en donde se 
sentaron a descansar. Horace Millen aún no se daba cuenta de que la 
promesa de ir a ver un barco de vapor no era más que una excusa del 
sádico bribón para asesinarlo. Con su cuchillo de bolsillo Pomeroy 
descargó un furioso ataque en la garganta del inocente chico. A pesar 
del sangriento ataque, Millen no había muerto y peleaba por su vida. De 
acuerdo al reporte del forense había numerosas heridas de las llamadas 
“defensivas” en brazos y manos. Pero un niño de 4 años gravemente herido
 no era remotamente rival de un joven psicópata. Se contaron hasta 18 
heridas en el tórax y lo más impactante fue ver como las uñas de las 
manos estaban firmemente incrustadas en las palmas como evidencia de la 
agonía y atroz muerte experimentada por el niño Horace Millen. Cuando su
 cadáver fue lavado, apareció su ojo apuñalado también, así como heridas
 profundas en el escroto, lo cual indicaba el intento de castrar al 
niño.
Unos niños que jugaban en la playa 
descubrieron el cuerpo e inmediatamente avisaron a unos señores que 
cazaban patos en las cercanías. Para ese entonces la familia de Horace 
ya lo buscaba por todos lados y el padre de familia ya había reportado 
la desaparición a la Policía. Para la noche a las 9, la familia era 
informada de la muerte de su hijo. Inmediatamente vino a la mente de las
 autoridades el sospechoso número uno, aquel chico despiadado que 
gustaba de torturar niños pero no podía ser posible que fuera él, dado 
que purgaba condena en un reformatorio juvenil. Tardó poco en que se 
confirmara la aterradora realidad de que aquel sádico bribón había sido 
puesto en libertad condicional no hacía mucho tiempo. Se despachó una 
patrulla a su casa y, a pesar de las airadas protestas de Ruthann 
Pomeroy, el chico fue conducido a la Policía.
 Mostrando la mayor de las tranquilidades, Pomeroy resistió el primer 
interrogatorio negando conocer acerca del crimen que se le imputaba. Sin
 embargo no pudo ofrecer una buena coartada, pues no tenía una 
explicación convincente sobre su paradero desde las 11 de la mañana 
hasta las 3 de la tarde. Luego con su habitual frialdad fue dejado 
durmiendo en la celda de la comisaría. Mientras tanto los oficiales 
tomaron su calzado, que tenía adheridos pastos del pantano y lodillo. 
Con los zapatos de Horace Millen y los de Pomeroy reconstruyeron los 
pasos de los chicos, ubicando a ambos en la escena del crimen. Mediante 
yeso compararon las huellas más grandes, coincidiendo éstas a la 
perfección con las suelas del sádico bribón. Aquel procedimiento era 
normalmente aceptado en los procesos judiciales de la época. Temprano al
 día siguiente, despertaron a Jesse y lo confrontaron con el hecho de 
que ahora lo podían ubicar sin lugar a dudas en la escena del crimen, y 
le sugirieron ir a ver el cuerpo de Millen a la morgue. Obviamente el 
chico se negó rotundamente diciendo que él nada tenía que ver con el 
asunto. Sin embargo una vez puesto de frente al mutilado cadáver, 
Pomeroy no pudo resistir la presión y terminó por admitir su culpa. 
Entre sozollos admitió: “Lo siento, yo lo hice… ¡por favor no le digan a
 mi mamá!…” Los detectives le preguntaron si sabía qué le iba a ocurrir a
 continuación, a lo que respondió que no sabía pero que por favor lo 
pusieran en un lugar donde no pudiera hacerle daño a nadie. La acusación
 y la convicción del crimen ocurrieron de manera expedita. Sin mayores 
trámites, tanto la Policía como los medios de comunicación habían 
encontrado al culpable, a quienes no bajaban de ser un monstruo de la 
sociedad y es que, visto en retrospectiva, en realidad lo era. El Comité
 de Libertad Condicional Juvenil fue severamente cuestionado por haber 
liberado al sádico bribón.
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