Tras la detención de Pomeroy y la 
consecuente lapidación pública de su familia, la señora Ruthann vio caer
 al suelo su tienda de ropa y sin embargo insistía en la inocencia de su
 joven hijo. Ya nadie se acercaba a su comercio a no ser para ver dónde 
trabajaba el sádico bribón. Mientras ella caía en desgracia económica, 
sus rivales de enfrente ampliaban sus negocios de modo que le ofrecieron
 comprar sus locales. Cuando los trabajadores fueron a hacer las 
remodelaciones y adecuaciones, encontraron en el sótano el cadáver 
putrefacto de Katie Curran. No hubo una sola duda acerca de la 
culpabilidad de Pomeroy en la muerte de la chiquilla. Pero sí resultó 
entretenido saber si la familia estaba enterada al respecto. Cuando le 
informaron a Jesse sobre el nuevo muertito que le cargarían encima, él 
negó toda relación con el suceso; pero, confrontado con el hecho de que 
su madre y hermano serían cargados por un crimen que no cometieron, 
Pomeroy  terminó por doblarse y confesar. Paso a paso el sádico bribón 
recordó los acontecimientos de esa mañana en que la niña Curran fue a 
comprar una libreta de apuntes a su tienda y él la había conducido abajo
 para poderla asesinar. No sabía por qué lo había hecho, solo quería 
observar la reacción de la niña. La pena impuesta a los asesinos de este
 tipo en el Estado de Massachusetts era la horca.
La defensa de Pomeroy se concentró en el
 crucial debate acerca de la locura de su cliente o que simplemente 
estuviera mentalmente enfermo. Pero quedó definitivamente establecido 
que su defendido conocía y admitía que sus actos estaban mal, por lo que
 la batalla legal fue perdida sin remedio. Jesse Pomeroy fue sentenciado
 a la horca, sin embargo no hubo gobernador alguno que se atreviera a 
firmar la sentencia. Ya fuera por convicción personal o por cálculo 
político, en tiempos electorales la decisión respecto al sádico bribón 
tomó mucho tiempo y continuos aplazamientos. Y es que era muy difícil 
para la autoridad ejecutar a un chico de 14 años ¡Jamás se había dado la
 necesidad de ejecutar a un hombre tan joven en la historia penal de la 
nación! Todos se iban pasando la patata caliente de mano en mano. 
Finalmente el gobernador Alexander Rice tomó una decisión tras escuchar 
el veredicto de un panel de asesores, quienes recomendaban la ejecución 
como solución final a este molesto asunto público. Rice entonces aceptó 
que el castigo debía ser ejemplar pero no debía ser la pena capital y, 
sin publicitar su decisión, impuso la cadena perpetua para Pomeroy, mas 
no solo eso, sino que ésta debía ser cumplida en solitario, en auténtico
 aislamiento. Era algo así como enterrar vivo al sádico bribón. 
Durante su encarcelamiento, la única 
persona en visitar a Jesse Pomeroy fue su madre, mes tras mes, hasta que
 ella murió y nadie más fue a visitarlo de nuevo. Comía solo y se 
ejercitaba en un patio sin que lo acompañara nadie. Le era permitido 
bañarse unas cuantas veces y le era abastecida su celda con abundante 
material de lectura. Pronto su mundo fue un cuarto de acero y concreto, 
condición en el cual permaneció por 40 años. Durante este tiempo estudió
 varias lenguas pero jamás tuvo la oportunidad de practicar ninguna 
realmente. Mucho tiempo trató de planear un escape. Inclusive escarbó la
 pared hasta llegar a la tubería del gas, tratando de volar la puerta de
 su celda. Hay quienes aseguran que no trataba de huir, sino de terminar
 con su propia vida. En 1917 su castigo fue disminuido y se le permitió 
integrarse a la población general de la prisión. A veces resurgía su 
nombre en periódicos y de vez en cuando algún reportero preguntaba sobre
 su actual condición. Cuando fue puesto con los demás, disfrutaba como 
nadie saberse aún celebre por las atrocidades cometidas hacia cuatro 
décadas…
Después pasó el tiempo y los nuevos 
internos nada sabían acerca del viejo Pomeroy. En 1929 fue removido de 
Charlestown para ser llevado a un hospicio de la Policía donde pasó los 
dos últimos años de su vida plagado de enfermedades y en franca agonía. 
Su deseo final fue ser cremado y que sus cenizas fueran esparcidas a los
 cuatro vientos. Jamás mostró remordimiento alguno por sus víctimas, 
justificando así, luego de décadas, la justicia del severo castigo que 
se le impuso.
fuente: http://www.asesinatoserial.net
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