martes, 8 de marzo de 2016

Asesinos en Serie (Jesse Harding Pomeroy [VI])

Tras la detención de Pomeroy y la consecuente lapidación pública de su familia, la señora Ruthann vio caer al suelo su tienda de ropa y sin embargo insistía en la inocencia de su joven hijo. Ya nadie se acercaba a su comercio a no ser para ver dónde trabajaba el sádico bribón. Mientras ella caía en desgracia económica, sus rivales de enfrente ampliaban sus negocios de modo que le ofrecieron comprar sus locales. Cuando los trabajadores fueron a hacer las remodelaciones y adecuaciones, encontraron en el sótano el cadáver putrefacto de Katie Curran. No hubo una sola duda acerca de la culpabilidad de Pomeroy en la muerte de la chiquilla. Pero sí resultó entretenido saber si la familia estaba enterada al respecto. Cuando le informaron a Jesse sobre el nuevo muertito que le cargarían encima, él negó toda relación con el suceso; pero, confrontado con el hecho de que su madre y hermano serían cargados por un crimen que no cometieron, Pomeroy  terminó por doblarse y confesar. Paso a paso el sádico bribón recordó los acontecimientos de esa mañana en que la niña Curran fue a comprar una libreta de apuntes a su tienda y él la había conducido abajo para poderla asesinar. No sabía por qué lo había hecho, solo quería observar la reacción de la niña. La pena impuesta a los asesinos de este tipo en el Estado de Massachusetts era la horca.
La defensa de Pomeroy se concentró en el crucial debate acerca de la locura de su cliente o que simplemente estuviera mentalmente enfermo. Pero quedó definitivamente establecido que su defendido conocía y admitía que sus actos estaban mal, por lo que la batalla legal fue perdida sin remedio. Jesse Pomeroy fue sentenciado a la horca, sin embargo no hubo gobernador alguno que se atreviera a firmar la sentencia. Ya fuera por convicción personal o por cálculo político, en tiempos electorales la decisión respecto al sádico bribón tomó mucho tiempo y continuos aplazamientos. Y es que era muy difícil para la autoridad ejecutar a un chico de 14 años ¡Jamás se había dado la necesidad de ejecutar a un hombre tan joven en la historia penal de la nación! Todos se iban pasando la patata caliente de mano en mano. Finalmente el gobernador Alexander Rice tomó una decisión tras escuchar el veredicto de un panel de asesores, quienes recomendaban la ejecución como solución final a este molesto asunto público. Rice entonces aceptó que el castigo debía ser ejemplar pero no debía ser la pena capital y, sin publicitar su decisión, impuso la cadena perpetua para Pomeroy, mas no solo eso, sino que ésta debía ser cumplida en solitario, en auténtico aislamiento. Era algo así como enterrar vivo al sádico bribón.
Durante su encarcelamiento, la única persona en visitar a Jesse Pomeroy fue su madre, mes tras mes, hasta que ella murió y nadie más fue a visitarlo de nuevo. Comía solo y se ejercitaba en un patio sin que lo acompañara nadie. Le era permitido bañarse unas cuantas veces y le era abastecida su celda con abundante material de lectura. Pronto su mundo fue un cuarto de acero y concreto, condición en el cual permaneció por 40 años. Durante este tiempo estudió varias lenguas pero jamás tuvo la oportunidad de practicar ninguna realmente. Mucho tiempo trató de planear un escape. Inclusive escarbó la pared hasta llegar a la tubería del gas, tratando de volar la puerta de su celda. Hay quienes aseguran que no trataba de huir, sino de terminar con su propia vida. En 1917 su castigo fue disminuido y se le permitió integrarse a la población general de la prisión. A veces resurgía su nombre en periódicos y de vez en cuando algún reportero preguntaba sobre su actual condición. Cuando fue puesto con los demás, disfrutaba como nadie saberse aún celebre por las atrocidades cometidas hacia cuatro décadas…
Después pasó el tiempo y los nuevos internos nada sabían acerca del viejo Pomeroy. En 1929 fue removido de Charlestown para ser llevado a un hospicio de la Policía donde pasó los dos últimos años de su vida plagado de enfermedades y en franca agonía. Su deseo final fue ser cremado y que sus cenizas fueran esparcidas a los cuatro vientos. Jamás mostró remordimiento alguno por sus víctimas, justificando así, luego de décadas, la justicia del severo castigo que se le impuso.

fuente: http://www.asesinatoserial.net

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