Al igual que en su etapa laboral dentro
del Pontefract General Infirmary, Shipman se negó a abandonar sus
adicciones. Esta vez sucedió que Harold había estado recetando petidina
(una droga similar a la morfina, pero con efectos más rápidos y menos
duraderos) a sus pacientes, muchos de los cuales no necesitaban del
fármaco. La situación se descubrió cuando la recepcionista Marjorie
Walker dio un vistazo a un registro. Seguidamente se hizo una
investigación encubierta en la que, entre otros, participó el Dr. John
Dacre, quien en una reunión de personal hizo lo que cuenta el allí
presente Dr. Michael Grieve:
- "Estábamos sentados en ronda con Fred
sentado de un lado, y del lado opuesto sale John y dice: 'Ahora, joven
Fred, ¿puedes explicar esto?' Y entonces le pone la evidencia que había
estado recogiendo, mostrando que el joven Fred había estado
prescribiendo petidina a pacientes que nunca recibieron la petidina, y
que de hecho la petidina había encontrado su camino a través de las
mismísimas venas de Fred".
El insólito descubrimiento permitió
comprender que, aquellos apagones mentales que estaban afectando al Dr.
Shipman y que según él se debían a la epilepsia, no eran sino las
consecuencias cognitivas del daño neurológico al cual el cerebro de
Shipman había estado expuesto como consecuencia del abuso de la
petidina.
Posteriormente Shipman fue expulsado de
su trabajo y enviado a un centro de rehabilitación en el norte de
Yorkshire, donde tras ser rehabilitado fue liberado para posteriormente
conseguir un trabajo en Durham, ingresar en el Centro Médico de Hyde y
finalmente estar en el Hospital Donneybrook House hasta 1977.
La carrera asesina de Harold Shipman no
despegó con fuerza hasta 1992, fecha en la cual Shipman abrió en Hyde un
consultorio en el que trabajó como médico de familia, atendió a más de
3000 pacientes e indujo al sueño eterno a muchos de ellos…
Durante esa etapa asesinó de forma
sistemática a lo largo de cinco años y pico, siempre inyectando altas
dosis de morfina a pacientes indefensos de edad avanzada que en su
mayoría eran mujeres que pasaban los 75 años y que solían fallecer de
tarde y en general sin gente alrededor. Para pasar desapercibido Shipman
elaboraba un acta de defunción en la que afirmaba que el paciente había
muerto por "causas naturales". Estas actas eran enviadas a un médico
que en teoría debía de confirmar el diagnóstico de defunción, pero que
en la práctica se limitaba a confirmar los certificados fiándose de sus
colegas y dejándose llevar por su comodidad. Así, Shipman aprovechaba
esta situación y apuraba a los familiares de sus víctimas para que
mandasen a incinerar (la llamada "cremación") los cadáveres de sus
inocentes.
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