lunes, 14 de diciembre de 2015

Leyendas en Catalunya (La Casa del Alquimista)

 En la calle Arc de Sant Ramon, número 8 de Barcelona hay un edificio abandonado que tiene la fama de estar encantado.
Cuenta la leyenda que vivía un rabino con conocimientos de brujería que trabajaba tanto para cristianos como para judíos y que se ganaba un buen sueldo con sus servicios. Este hombre tenía una hija hermiosa que se la disputaban judíos y cristianos. De todos esos pretendientes, la chica escogió un cristiano guapo y rico aún sabiendo que su amor era imposible. Después de un tiempo tonteando, la chica guapa le pidió al cristiano que se atreviera a hablar con su padre y la pidiera en matrimonio. El muchacho, sabiendo que la respuesta sería un no rotundo, le sugirió que quizá sería mejor ser sólo amantes. Esta vez, la que dijo no fue ella y le dio con las  puerta en los morros con la intención de no verlo más.
A partir de entonces, el amor del chico se fue convirtiendo en un odio tan fuerte que se planteó matarla. Y así lo hizo, urdiendo un plan maléfico. Aprovechando que el padre de la chica era experto en pócimas brujeriles, una noche le encargó la preparación de un veneno muy potente que proporcionase una muerte lenta y dolosa. Además, tenía que ser un veneno muy sutil, que pareciera un regalo y no lo que en realidad era. El rabino recibió por el trabajo seis bolsones de oro y a cambio entregó al muchacho una rosa preciosa, rociada con un ungüento que al olerlo una sola vez producía una muerte irreversible tras terribles sufrimientos.
Esa noche, el chico llamó a la ventana de la guapa judía para decirle lo arrepentido que estaba de no haber querido casarse con ella y jurarle que a la mañana siguiente correría a ver a su padre para pedirla en matrimonio. Todo mentira, por supuesto. La chica lo creyó y aceptó de buena gana la rosa que su "prometido" le entregó. Pero en cuanto acercó la nariz a la flor, cayó al suelo presa de terroríficos dolores.
Al día siguiente, el rabino, al ver que su hija tardaba en levantarse se acercó a su habitación para despertarla y su sorpresa fue encontrar a la chica agonizando en el suelo con la rosa entre sus manos. Inmediatamente entendió lo sucedido. Él mismo, sin saberlo, había preparado la muerte de su única hija y ninguno de sus conocimientos de magia podían evitarle la muerte.
Cuando al final la chica murió, el rabino decidió abandonar la casa y la ciudad. Pero antes de irse lanzó una maldición sobre su casa para que nadie pudiera volver a vivir en ella sin sufrir grandes desgracias

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