En marzo de 1990 se trasladó a vivir a
un deteriorado piso, en dónde adquirió una larga mesa y dos grifos de
plástico para extender los cuerpos de sus víctimas. Allí tomaba fotos de
sus amantes con una cámara Polaroid una vez muertos. Luego, congelaba
los órganos, comía parte de la carne y hervía el resto en una enorme
olla antes de echarlos en un gran contenedor de basura preparado con
ácido.
Normalmente, el caníbal rajaba los
cuerpos desde el cuello hasta la ingle frotando las vísceras para
procurarse un mayor placer sexual, pero llegó un momento en que este
placer no era suficiente y con sus víctimas pensó en crear "zombis" o
muertos en vida que pudiera conservar sin que se deteriorasen,
agujereando los cráneos e inyectándoles un líquido.
A veces se bañaba en compañía de los
cadáveres. En la nevera guardaba los corazones, en el congelador las
cabezas, en el fichero los cráneos y en la cama un cuerpo descompuesto.
Así lo contaron los policías que registraron su casa horrorizados una
vez que lograron arrestarlo el 23 de julio tras la denuncia de una
víctima que logró fugarse de su casa.
El joven, atado con unas esposas, había
alertado a la Policía diciendo que un hombre con un cuchillo le había
amenazado con arrancarle y comerle el corazón.
Cuando la última víctima escapó de su
apartamento en medio de la agresión, el asesino aguardó tranquilamente a
que llegara la Policía y no hizo ningún esfuerzo por destruir u ocultar
la gran cantidad de pruebas que guardaba en su domicilio: centenares de
fotografías de sus víctimas tanto muertas como vivas, cráneos y partes
del cuerpo en bidones, cajas y en el congelador.
Según su abogado, si no se había
resistido es porque deseaba terminar con todo aquello. Deseaba ofrecer a
la Policía una declaración completa de lo que había hecho, puesto que
no podía culpar a nadie salvo a él mismo.
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