El mismo Gilles contó en alguna ocasión
como disfrutaba visitando la sala donde los chicos eran a veces colgados
de unos ganchos. Al escuchar las súplicas de alguno de ellos y ver sus
contorsiones, Gilles fingía horror, le cortaba las cuerdas, le cogía
tiernamente en sus brazos y le secaba las lágrimas reconfortándole.
Luego, una vez se había ganado la confianza del muchacho, sacaba un
cuchillo y le segaba la garganta, tras lo cual violaba el cadáver.
En una ocasión, se acercó a un niño que
había elegido previamente y lo llevó al gran lecho que ocupaba el fondo
de la sala de “torturas”. Después de algunas caricias, tomó una daga que
colgaba de su cintura, y riendo a carcajadas cortó la vena del cuello
del desdichado. Frente a la sangre que brotaba y al cuerpo que se
convulsionaba, el barón se puso como loco. Arrancó las vestimentas al
moribundo, tomó su propio miembro y lo frotó en el vientre del niño, que
dos de sus cómplices sostenían porque éste estaba sin conocimiento.
Cuando por fin salió el esperma, tuvo un nuevo acceso de rabia, tomó una
espada y de un golpe cortó la cabeza de la víctima. Gilles, en pleno
éxtasis se tumbó sobre el cuerpo decapitado, introdujo su sexo entre las
piernas rígidas del cadáver, gritando y llorando hasta un nuevo
orgasmo, se derrumbó sobre el cuerpo cubriéndolo de besos y lamiendo la
sangre.
Luego ordenó que quemasen el cuerpo y
que conservasen la cabeza hasta el día siguiente. En ese mismo suelo,
desnudo y manchado de sangre se habría quedado dormido.
A la mañana siguiente no quedaba huella
ninguna de su desenfreno de la noche anterior, sus sirvientes la habían
limpiado. Pidió que le trajeran la cabeza y ante ésta, se arrodilló
bañado en lágrimas y prometió reformarse. Acercó sus labios a la cabeza,
la besó largamente y se fue a su cama llevándola consigo y diciéndole
que muy pronto se reuniría con otras cabezas tan bellas como ella…
Uno de los mayores placeres de Gilles
era tener las cabezas decapitadas clavadas ante su vista. Luego llamaba a
un artista de su séquito, el cual ondulaba exquisitamente el cabello
del niño, le enrojecía los labios y las mejillas hasta darle un aspecto
de belleza impresionante.
Cuando tenía bastantes cabezas cortadas, celebraba una especie de
concurso de belleza, en el cual sus amigos e invitados votaban sobre
cuál era la más bella. La cabeza “ganadora” era dedicada a un uso
necrofílico.
Tras las numerosas desapariciones de niños, poco a poco las sospechas se
fueron tornando hacia la persona del barón, pero nadie se atrevía a
acusarle, pues aunque más empobrecido seguía siendo un personaje muy
poderoso, y sus víctimas en cambio, solo eran gente muy humilde.
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