Dice, al igual que las otras 
declaraciones del asesino, estas palabras fueron tomadas de una 
entrevista que dio tras su primera captura, Jaime al respecto: "Mi 
niñez ha sido tranquila, nunca he vivido violencia. No puedo culpar a 
mis padres, aunque son divorciados. He empezado a delinquir para llamar 
la atención de mi familia y por tener amigos. Estuve en un colegio 
nocturno, la mayoría eran pandilleros y les gustaba beber, así he 
empezado a robar celulares y billeteras (…). Empecé a beber a mis 11 
años, a escondidas de mi familia, bebía vino y champán. A mis 13 años 
conocí el alcohol y la marihuana en mi colegio. A mis 14 consumí cocaína
 y pastillas como el flumentrezepan. Me drogaba porque mi papá casi no estaba con 
nosotros, él trabajaba y yo peleaba mucho con mi madrastra."
Ya de adulto, Jaime admitiría que se 
volvió más impulsivo desde que empezó a consumir cocaína, cosa que 
sucede en muchos consumidores debido a que la cocaína es conocida como 
la “droga de la amoralidad” en tanto que ocasiona un proceso de 
“neandertalización” a causa de los daños que produce en el lóbulo 
frontal, que es un área del cerebro asociada al juicio moral, el control
 de los impulsos y la regulación de la agresividad. Así, vinculado a ese
 consumo de cocaína, se produjo el primer asalto de Jaime en noviembre 
del 2001, cuando tenía catorce años y le quitó el celular a un borracho,
 a fin de venderlo y obtener dinero para alcohol y cocaína…
Posteriormente, el robo ya no sería una 
mera forma de conseguir dinero para los vicios: se convertiría en un 
modo de vida, y Jaime asaltaría a transeúntes y a conductores, además de
 que sacaría, sobre todo de coches parqueados sin conductor, 
determinadas partes (radio, faros, ruegas, espejos, etcétera) que 
después vendería a precios demasiado buenos.
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