El 26 de enero de 1912 un crimen 
aterrador conmueve a la sociedad porteña. El cadáver del menor Arturo 
Laurora, de 13 años es encontrado en una casa puesta en alquiler en la 
calle Pavón. El cuerpo es descubierto, golpeado y semidesnudo, con un 
trozo de cordel atado al rededor del cuello. Su desaparición había sido 
reportada apenas el día anterior. Las investigaciones no conducen a 
ningún lado. Posteriormente Cayetano confesaría la autoría de este 
crimen.
En los meses siguientes el Petiso causa 
dos incendios más que son controlados fácilmente por los bomberos sin 
que se produzcan víctimas
El 24 de septiembre, mientras trabaja en
 una bodega propiedad de Paulino Gómez, Cayetano mata de tres puñaladas a
 una yegua. No fue detenido por falta de pruebas. Apenas unos días 
después prende fuego a la Estación Vail de la compañía de tranvías 
Anglo-Argentina, el incendio fue controlado por los bomberos.
En noviembre 8 el Petiso Orejudo, con 
engaños como siempre, convence a Roberto Russo de 2 años a acompañarlo a
 un almacén en donde supuestamente le compraría unos caramelos. Le lleva
 hasta un alfalfar a pocas cuadras en donde le ata los pies y procede a 
ahorcarlo con un trozo de la cuerda que usa para atarse los pantalones, 
son descubiertos por un peón del alfalfar, quien los entrega a las 
autoridades. Cayetano declara haber encontrado atado al niño y estarlo 
rescatando cuando son descubiertos, es liberado por falta de mérito.
El 16 del mismo mes, en un baldío situado en las calles de Deán Funes y 
Chiclana, intenta golpear a Carmen Gittone de 3 años. Un vigilante hace 
acto de presencia y el agresor consigue escapar. Días después, el 20 de 
noviembre, se lleva de la esquina de Muñiz y Directorio a la niña 
Catalina Naulener de 5 años. Busca un baldío por la calle Directorio, 
pero antes de encontrarlo la menor se resiste a seguir. Godino se 
descontrola y la golpea. El dueño de la casa ubicada en el número 78 de 
la mencionada calle interviene y Cayetano logra huir de nuevo.
 El último crimen del Orejudo es probablemente el mejor documentado de su
 espectacular carrera: su víctima, Gerardo Giordano de apenas tres años 
sale, como todas las mañanas después de desayunar con sus padres, de su 
casa ubicada en la calle Progreso número 2185 para reunirse con sus 
amiguitos y jugar a todo aquello que acostumbran jugar los niños en esa 
edad. Esa misma mañana del 3 de diciembre, a pesar de los acostumbrados 
gritos de su padre, Cayetano sale de su casa ubicada en Urquiza 1970: 
lleva clavada entre los ojos la determinación terrible de matar.
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