Lunes 26 de julio
En Barcelona la huelga se inició en los barrios periféricos, donde se encontraban la mayoría de las fábricas. Allí se quemaron las casetas donde se cobraban los odiados consumos. Después los obreros se trasladaron al centro de la ciudad donde se produjeron disturbios cuando intentaron detener por la fuerza los tranvías y obligaron a cerrar los comercios y los cafés. El Capitán General de Catalunya, Luis de Santiago, siguiendo las directrices del ministro de la Gobernación De la Cierva, proclamó el "estado de guerra", a lo que se opuso el gobernador civil, Angel Ossorio y Gallardo, que dimitió de su cargo (su sustituto, Evaristo Crespo Azorín, no llegará a Barcelona hasta el 6 de agosto). De Santiago decidió esperar a recibir refuerzos desde Valencia y Zaragoza para empezar a actuar y se limitó a proteger los principales edificios públicos. Por la tarde se generalizaron los disturbios, en los que
murieron dos personas, cuando los huelguistas intentaron detener completamente la circulación de los tranvías. Además dos comisarías de policía fueron asaltadas. Barcelona quedó paralizada, sin gas y sin luz, sin periódicos, e incomunicada con el exterior por ferrocarril, por telégrafo o por teléfono. Una manifestación encabezada por mujeres y niños fue disuelta a tiros en el Paseo de Colón, frente al edificio de la Capitanía General. A partir de entonces la revuelta se transformó en insurrección. Sin embargo, ningún dirigente republicano, ni lerruxista ni del Centre Nacionalista Republicà, quiso asumir la dirección de la misma. A medianoche ardió el primer edificio religioso, el Patronato Obrero de San José, en Poble Nou, regentado por los hermanos maristas.
La huelga y la revuelta se extendieron a muchas localidades catalanas, especialmente de las provincias de Barcelona y Giorona. En Sabadell, Mataró y Granollers tomó el carácter de una verdadera insurrección en la que se formaron juntas revolucionarias que proclamaron la República, se cortaron las líneas telegráficas y telefónicas y las vías de ferrocarril, se incendiaron edificios religiosos y se produjeron todo tipo de disturbios, siendo los de Sabadell los más graves (en el asalto al Ayuntamiento, algunas de cuyas dependencias fueron incendiadas, murieron ocho personas y veinte resultaron heridas, entre ciudadanos y fuerza pública). Hubo incidentes en otras muchas poblaciones, aunque sólo se produjeron incendios de edificios religiosos en Badalona, Premià de Mar (donde también se proclamó la República), Manresa y sant Adrià del Besos (en las comarcas de Barcelona), y Palamós, Calonge y Sant Feliu de Guixols (en las de Girona).
Martes 27 de julio
En Barcelona se levantaron cientos de barricadas y varias armerías fueron asaltadas para proveerse de pistolas y fusiles. La violencia se dirigió contra las iglesias y las propiedades eclesiásticas, especialmente los conventos, los colegios y los patronatos de las órdenes religiosas. En el espacio de pocas horas ardieron muchos edificios religiosos. En algunos casos los frailes y las monjas y los bienes fueron respetados, pero en la mayoría los incendiarios se lanzaron al saqueo y al pillaje y se quemaron muebles y enseres. El cura párroco de El Pobenou murió asfixiado en el sótano de su iglesia donde se había refugiado. También se profanaron los cementerios de algunos conventos. El punto culminante de la violencia anticlerical se produjo durante la "noche trágica" del martes al miércoles en la que ardieron veintitrés edificios en el centro de la ciudad y ocho conventos en la periferia, y muchos religiosos sufrieron insultos y escarnios, como una monja anciana que fue obligada a desnudarse para cerciorarse de que no ocultaba nada entre los hábitos. En los incendios y en los disturbios tuvieron una participación muy destacada obreros y jóvenes militantes y dirigentes de segunda fila del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux (que en esos momentos estaba exiliado), una de cuyas señas de identidad era el violento anticlericalismo.
La inicial protesta antibelicista se había transformado en protesta anticlerical con el incendio de iglesias, conventos y escuelas religiosas. La explosión de violencia anticlerical fue la culminación, según Javier Moreno Luzón, "de años de propaganda revolucionaria, en los cuales se había expandido una cultura popular que achacaba los males del país a la influencia de la Iglesia, tenida por hipócrita y siniestra. […] [Para los alborotadores] las órdenes religiosas no sólo servían a los poderosos, atesoraban grandes riquezas y hacían una competencia económica desleal a los trabajadores en sus talleres, sino que también infligían toda clase de torturas a sus miembros. De ahí su interés morboso por escrutar cadáveres y celdas de monjas. Trataban asimismo de acabar con la red de centros confesionales dedicados a la enseñanza y a la caridad, símbolos de un orden social odioso y destruidos con frecuencia por sus antiguos pupilos y beneficiados"
La llegada de noticias de Marruecos sobre el Desastre del Barranco del Lobo, donde perecieron de 200 a 300 reservistas, en su mayor parte del contingente que salió de Barcelona el día 18 de julio, avivó la insurrección.
En Barcelona la huelga se inició en los barrios periféricos, donde se encontraban la mayoría de las fábricas. Allí se quemaron las casetas donde se cobraban los odiados consumos. Después los obreros se trasladaron al centro de la ciudad donde se produjeron disturbios cuando intentaron detener por la fuerza los tranvías y obligaron a cerrar los comercios y los cafés. El Capitán General de Catalunya, Luis de Santiago, siguiendo las directrices del ministro de la Gobernación De la Cierva, proclamó el "estado de guerra", a lo que se opuso el gobernador civil, Angel Ossorio y Gallardo, que dimitió de su cargo (su sustituto, Evaristo Crespo Azorín, no llegará a Barcelona hasta el 6 de agosto). De Santiago decidió esperar a recibir refuerzos desde Valencia y Zaragoza para empezar a actuar y se limitó a proteger los principales edificios públicos. Por la tarde se generalizaron los disturbios, en los que
murieron dos personas, cuando los huelguistas intentaron detener completamente la circulación de los tranvías. Además dos comisarías de policía fueron asaltadas. Barcelona quedó paralizada, sin gas y sin luz, sin periódicos, e incomunicada con el exterior por ferrocarril, por telégrafo o por teléfono. Una manifestación encabezada por mujeres y niños fue disuelta a tiros en el Paseo de Colón, frente al edificio de la Capitanía General. A partir de entonces la revuelta se transformó en insurrección. Sin embargo, ningún dirigente republicano, ni lerruxista ni del Centre Nacionalista Republicà, quiso asumir la dirección de la misma. A medianoche ardió el primer edificio religioso, el Patronato Obrero de San José, en Poble Nou, regentado por los hermanos maristas.
La huelga y la revuelta se extendieron a muchas localidades catalanas, especialmente de las provincias de Barcelona y Giorona. En Sabadell, Mataró y Granollers tomó el carácter de una verdadera insurrección en la que se formaron juntas revolucionarias que proclamaron la República, se cortaron las líneas telegráficas y telefónicas y las vías de ferrocarril, se incendiaron edificios religiosos y se produjeron todo tipo de disturbios, siendo los de Sabadell los más graves (en el asalto al Ayuntamiento, algunas de cuyas dependencias fueron incendiadas, murieron ocho personas y veinte resultaron heridas, entre ciudadanos y fuerza pública). Hubo incidentes en otras muchas poblaciones, aunque sólo se produjeron incendios de edificios religiosos en Badalona, Premià de Mar (donde también se proclamó la República), Manresa y sant Adrià del Besos (en las comarcas de Barcelona), y Palamós, Calonge y Sant Feliu de Guixols (en las de Girona).
Martes 27 de julio
En Barcelona se levantaron cientos de barricadas y varias armerías fueron asaltadas para proveerse de pistolas y fusiles. La violencia se dirigió contra las iglesias y las propiedades eclesiásticas, especialmente los conventos, los colegios y los patronatos de las órdenes religiosas. En el espacio de pocas horas ardieron muchos edificios religiosos. En algunos casos los frailes y las monjas y los bienes fueron respetados, pero en la mayoría los incendiarios se lanzaron al saqueo y al pillaje y se quemaron muebles y enseres. El cura párroco de El Pobenou murió asfixiado en el sótano de su iglesia donde se había refugiado. También se profanaron los cementerios de algunos conventos. El punto culminante de la violencia anticlerical se produjo durante la "noche trágica" del martes al miércoles en la que ardieron veintitrés edificios en el centro de la ciudad y ocho conventos en la periferia, y muchos religiosos sufrieron insultos y escarnios, como una monja anciana que fue obligada a desnudarse para cerciorarse de que no ocultaba nada entre los hábitos. En los incendios y en los disturbios tuvieron una participación muy destacada obreros y jóvenes militantes y dirigentes de segunda fila del Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux (que en esos momentos estaba exiliado), una de cuyas señas de identidad era el violento anticlericalismo.
La inicial protesta antibelicista se había transformado en protesta anticlerical con el incendio de iglesias, conventos y escuelas religiosas. La explosión de violencia anticlerical fue la culminación, según Javier Moreno Luzón, "de años de propaganda revolucionaria, en los cuales se había expandido una cultura popular que achacaba los males del país a la influencia de la Iglesia, tenida por hipócrita y siniestra. […] [Para los alborotadores] las órdenes religiosas no sólo servían a los poderosos, atesoraban grandes riquezas y hacían una competencia económica desleal a los trabajadores en sus talleres, sino que también infligían toda clase de torturas a sus miembros. De ahí su interés morboso por escrutar cadáveres y celdas de monjas. Trataban asimismo de acabar con la red de centros confesionales dedicados a la enseñanza y a la caridad, símbolos de un orden social odioso y destruidos con frecuencia por sus antiguos pupilos y beneficiados"
La llegada de noticias de Marruecos sobre el Desastre del Barranco del Lobo, donde perecieron de 200 a 300 reservistas, en su mayor parte del contingente que salió de Barcelona el día 18 de julio, avivó la insurrección.
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