El conde no tarda en ser reclamado en una batalla, por lo que se ve
obligado a dejar sola a Elizabeth por un tiempo. Al cabo de muchos
momentos en espera de su marido, ésta se aburre por el continuo
aislamiento al que estaba sometida, y se fuga para mantener una relación
con un joven noble al que las gentes del lugar denominaban "el vampiro"
por su extraño aspecto. En breve regresa de nuevo al castillo y empieza
a mantener relaciones lésbicas con dos de sus doncellas.
Desde ese momento, y para distraerse de
las largas ausencias de su marido, comienza a interesarse sobremanera
por el esoterismo, rodeándose de una siniestra corte de brujos,
hechiceros y alquimistas.
A medida que pasaban los años, la belleza que la caracterizaba se iba degradando, y preocupada por su aspecto
físico pide consejo a la vieja nodriza. Ésta, le indica que el poder de
la sangre y los sacrificios humanos daban muy buenos resultados en los
hechizos de magia negra, y le aconseja que si se bañaba con sangre de
doncella, podría conservar su belleza indefinidamente…
En esa época, la Condesa tubo su primer
hijo, al que siguieron tres más, y si bien su papel maternal le absorbía
la mayor parte del tiempo, en el fondo de su mente seguían resonando
las palabras tentadoras de la nodriza: "belleza eterna". Al principio
intentó alejarlas de sí, posiblemente no por falta de deseo o valor,
sino por temor a las consecuencias de cara a la aristocracia, pero años
más tarde cuando su marido fallece no tarda en probar los placeres
sugeridos por la bruja.
Al poco tiempo moriría su primera víctima: una joven sirvienta estaba
peinando a la Condesa, cuando accidentalmente le dio un tirón. Ésta, en
un ataque de ira le propinó tal bofetada que la sangre de la doncella
salpicó su mano. Al mirar la mano manchada de sangre, creyó ver que
parecía más suave y blanca que el resto de la piel, llegando a la
conclusión que su vieja nodriza estaba en lo cierto y que la sangre
rejuvenecía los tejidos. Con la certeza de que podría recuperar la
belleza de su juventud y conservarla a pesar de sus casi cuarenta años,
mandó que cortasen las venas de la aterrorizada sirvienta y que metiesen
su sangre en una bañera para que pudiera bañarse en ella.
A partir de ese momento, los baños de
sangre serían su gran obsesión, hasta el punto de recorrer los Cárpatos
en carruaje acompañada por sus doncellas en busca de jóvenes hembras a
quienes engañaban prometiéndoles un empleo como sirvientas en el castillo. Si la mentira no resultaba, se procedía
al secuestro drogándolas o azotándolas hasta que eran sometidas a la
fuerza. Una vez en el castillo, las víctimas eran encadenadas y
acuchilladas en los fríos sótanos bien por un verdugo, un sirviente o
por la propia Condesa, mientras las víctimas se desangraban y llenaban
su bañera.
Una vez dentro de la pila, hacía que
derramasen la sangre por todo su cuerpo, y al cabo de unos minutos, para
que el tacto áspero de las toallas no frenase el poder de
rejuvenecimiento de la sangre, ordenaba que un grupo de sirvientas
elegidas por ella misma lamiesen su piel. Si estas mostraban repugnancia
o recelo, las mandaba torturar hasta la muerte. Si por el contrario
reaccionaban de forma favorable, la Condesa las recompensaba.
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