Desde ese momento, y para distraerse de 
las largas ausencias de su marido, comienza a interesarse sobremanera 
por el esoterismo, rodeándose de una siniestra corte de brujos, 
hechiceros y alquimistas.
A medida que pasaban los años, la belleza que la caracterizaba se iba degradando, y preocupada por su aspecto 
físico pide consejo a la vieja nodriza. Ésta, le indica que el poder de 
la sangre y los sacrificios humanos daban muy buenos resultados en los 
hechizos de magia negra, y le aconseja que si se bañaba con sangre de 
doncella, podría conservar su belleza indefinidamente…
En esa época, la Condesa tubo su primer 
hijo, al que siguieron tres más, y si bien su papel maternal le absorbía
 la mayor parte del tiempo, en el fondo de su mente seguían resonando 
las palabras tentadoras de la nodriza: "belleza eterna". Al principio 
intentó alejarlas de sí, posiblemente no por falta de deseo o valor, 
sino por temor a las consecuencias de cara a la aristocracia, pero años 
más tarde cuando su marido fallece no tarda en probar los placeres 
sugeridos por la bruja.
Al poco tiempo moriría su primera víctima: una joven sirvienta estaba 
peinando a la Condesa, cuando accidentalmente le dio un tirón. Ésta, en 
un ataque de ira le propinó tal bofetada que la sangre de la doncella 
salpicó su mano. Al mirar la mano manchada de sangre, creyó ver que 
parecía más suave y blanca que el resto de la piel, llegando a la 
conclusión que su vieja nodriza estaba en lo cierto y que la sangre 
rejuvenecía los tejidos. Con la certeza de que podría recuperar la 
belleza de su juventud y conservarla a pesar de sus casi cuarenta años, 
mandó que cortasen las venas de la aterrorizada sirvienta y que metiesen
 su sangre en una bañera para que pudiera bañarse en ella.
A partir de ese momento, los baños de 
sangre serían su gran obsesión, hasta el punto de recorrer los Cárpatos 
en carruaje acompañada por sus doncellas en busca de jóvenes hembras a 
quienes engañaban prometiéndoles un empleo como sirvientas en el castillo. Si la mentira no resultaba, se procedía
 al secuestro drogándolas o azotándolas hasta que eran sometidas a la 
fuerza. Una vez en el castillo, las víctimas eran encadenadas y 
acuchilladas en los fríos sótanos bien por un verdugo, un sirviente o 
por la propia Condesa, mientras las víctimas se desangraban y llenaban 
su bañera.
Una vez dentro de la pila, hacía que 
derramasen la sangre por todo su cuerpo, y al cabo de unos minutos, para
 que el tacto áspero de las toallas no frenase el poder de 
rejuvenecimiento de la sangre, ordenaba que un grupo de sirvientas 
elegidas por ella misma lamiesen su piel. Si estas mostraban repugnancia
 o recelo, las mandaba torturar hasta la muerte. Si por el contrario 
reaccionaban de forma favorable, la Condesa las recompensaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario