La leyenda cuenta que cuando el sol del verano calienta la tierra, la gente (en especial los niños) se arrimaba alrededor de las anchas ramas del Rey Roble para disfrutar de su sombra. El Rey Roble solía sonreír y disfrutar de la alegría que veía en sus súbditos (los niños) al proporcionarles sombra en tan cálidos días. Solía sonreír con un crujir de corteza y un susurro de hojas.
Un día llegó el otoño y las hojas del Rey Roble comenzaron a ponerse de color marrón, luego se secaron y finalmente cayeron. Los niños se quedaban arrimados a su tronco, buscando el cobijo que este Rey ya no podía darles. Luego llegó el invierno, y una nevada cubrió el valle por completo con su blanca sábana. Los niños dormían pegados uno al otro, buscando conservar el calor, pero todos tiritaban de frío. De pronto, uno de los niños señaló al horizonte (quiso hablar, pero el frío le había congelado los labios). Por la colina subía un ser de gran altura. Parecía un anciano estaba cubierto de hojas de color verde oscuro (cortas, pero en abundancia), espinadas… la barba la llevaba minada de unos frutos que eran como pequeñas bolas rojas. Al acercarse a los niños dijo: "Soy el Rey Acebo" y extendió sus manos como si fueran enormes ramas y cubrió con ellas a todos los niños, dándoles el refugio que el Rey Roble no podía darles. El Rey Roble enfadado, quiso atacar al anciano de brazos extendidos. No quería que le arrebatasen sus súbditos. Éste paró el golpe con sus hojas verdes y sujetó al marchito árbol diciéndole: "Escúchame bien, vete de aquí. Descansa durante el invierno y vuelve en primavera, cuando tus ramas estén vestidas de nuevo de hojas verdes y puedas proteger de nuevo a tus súbditos".
Así lo hizo el Rey Roble, mientras que los niños se tumbaron a los pies del Rey Acebo, para que los protegiese de los duros días de invierno. Por eso en Navidad se suele colgar ramas de acebo en las casas para que el Rey Acebo nos siga protegiendo del invierno
Un día llegó el otoño y las hojas del Rey Roble comenzaron a ponerse de color marrón, luego se secaron y finalmente cayeron. Los niños se quedaban arrimados a su tronco, buscando el cobijo que este Rey ya no podía darles. Luego llegó el invierno, y una nevada cubrió el valle por completo con su blanca sábana. Los niños dormían pegados uno al otro, buscando conservar el calor, pero todos tiritaban de frío. De pronto, uno de los niños señaló al horizonte (quiso hablar, pero el frío le había congelado los labios). Por la colina subía un ser de gran altura. Parecía un anciano estaba cubierto de hojas de color verde oscuro (cortas, pero en abundancia), espinadas… la barba la llevaba minada de unos frutos que eran como pequeñas bolas rojas. Al acercarse a los niños dijo: "Soy el Rey Acebo" y extendió sus manos como si fueran enormes ramas y cubrió con ellas a todos los niños, dándoles el refugio que el Rey Roble no podía darles. El Rey Roble enfadado, quiso atacar al anciano de brazos extendidos. No quería que le arrebatasen sus súbditos. Éste paró el golpe con sus hojas verdes y sujetó al marchito árbol diciéndole: "Escúchame bien, vete de aquí. Descansa durante el invierno y vuelve en primavera, cuando tus ramas estén vestidas de nuevo de hojas verdes y puedas proteger de nuevo a tus súbditos".
Así lo hizo el Rey Roble, mientras que los niños se tumbaron a los pies del Rey Acebo, para que los protegiese de los duros días de invierno. Por eso en Navidad se suele colgar ramas de acebo en las casas para que el Rey Acebo nos siga protegiendo del invierno
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