Sin embargo, no lo tomó en serio ya que
Ed Gein era una persona excéntrica que solía contestar a todo con
ironías y salidas de tono. El sábado 16 de noviembre de 1957, cuando
Bernice Worden se dispuso a abrir la ferretería del pueblo, de la que
era propietaria, no sabía que su vida cambiaría radicalmente desde aquel
día.
Ed Gein, el vecino del que nadie
sospecharía, entró por la puerta y pidió un anticongelante. Bernice lo
apuntó en el libro de contabilidad, se introdujo en el almacén para
buscar dicho material, cuando salió solo fue consciente de una cosa. Ed
Gein la apuntaba con su viejo rifle de caza. Y sin tener tiempo
para gritar o pedir auxilio, la bala salió del cañón y quedó incrustada
en la cabeza de Bernice Worden.
Ed Gein se metió en el mostrador, cargó
con el cuerpo de la propietaria y lo metió rápidamente en su furgoneta,
tratando de no ser vista por ningún testigo. Entonces se marchó del
luga. Pero su astucia de lobo quedó nublada por el error que cometió.
En el libro de contabilidad quedaba constancia de que él había sido el
último cliente. El auténtico terror comienza entonces para los dos
oficiales de policía que realizan un registro en la casa del asesino,
mientras otros dos se encargan de arrestarlo y llevárselo del lugar.
Cuando uno de los policías entra en la casa, queda marcado para siempre
por lo que ve y siente en ese lugar. Desde el primer momento un olor
horrible acompaña a estos dos agentes. Además, una cantidad exagerada de
moscas rompe el silencio de la casa. Cuando uno de los dos policías
continúa avanzando, siente cómo algo choca contra su hombro. Y al darse
la vuelta, al girar sobre sus pasos, se arrepentiría para siempre de
haber entrado en el lugar ya que colgado de un gancho del techo por los
pies, decapitado y abierto en canal yacía el cadáver de quien
posteriormente sería reconocida como Bernice Worden, propietaria de la
ferretería, y última víctima de Ed Gein.
Los dos agentes salieron del lugar con rapidez, para no vomitar en
el escenario de un crimen. Y tras recuperarse del shock, pidieron ayuda
por radio. Cuando llegó el resto de patrullas, se descubrió que solo
aquel sería habitable para una persona enferma. Basura, excrementos,
revistas pornográficas y de anatomía, o tazas con chicles pegados en
ellas eran parte del macabro escenario. Pero aquello no era nada
comparado con lo que verían después.
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