lunes, 14 de septiembre de 2015

El sexo en la Historia (Grecia [II])

Aspasia

Aspasia, nació en Mileto en el año 470 antes de Cristo. Su padre fue un escultor llamado Rhodos. Cuando apenas contaba diez años, leía apasionada las obras de los poetas y de los filósofos, y con especial interés las de Pitágoras, a quien debió el conocimiento de que en el cosmos todo es número y armonía. Antes de cumplir los quince años, Aspasia de Mileto, portento de belleza y de inteligencia sutil, alcanzó fama en su patria y en el resto de la Jonia. Y hombres jóvenes, maduros y ancianos, intelectuales y atletas, duros militares y blandos efebos, se deleitaban en contemplar sus encantos corporales y en escuchar la gracia de su ingenio.
Dos años después llegó a Mileto Sofrón, antiguo arconte de Atenas, varón otoñal tan audaz como voluptuoso, quien, turbado por su hermosura, supo enardecer su corazón y su mente encareciendo las maravillas de su ciudad, pintando con lisonjeros colores la vida en ellas de las "hetairas", enalteciendo el poder que ejercían, ponderando su lujo, exagerando sus riquezas y poetizando el culto que los atenienses les tributaban; para lo cual se valió de estas palabras tan seductoras, que consiguió, que huyera de su casa, subiera a su galera y marchara con él.


Una vez en Atenas, Aspasia formó parte de los círculos intelectuales y políticos. No solo destacó como filósofa, además de cómo experta en retórica, sino que sus textos de ginecología y obstetricia fueron los más importantes en medicina femenina hasta el s.XI

En casa de Sócrates, quien la distinguió con su amistad y parece ser que también con su amor, conoció a Pericles, orador y estadista ateniense. Se enamoraron, y después tres años de relaciones se lleva públicamente a vivir a su casa a Aspasia tras separarse de su mujer, con la que había tenido dos hijos. En virtud de una ley aprobada por iniciativa suya cuatro años antes no pudo hacerla su esposa por no ser ateniense, y el hijo que tuvieron ambos, también llamado Pericles, no alcanzó la legitimización ni gozó de la ciudadanía, aunque recibió como legado la gran fortuna de su padre al morir éste. Pero la pareja se amó entrañablemente. Dicen los que los conocieron que jamás salió de casa o entró en ella sin besar a la mujer que tanto quiso. Rara vez se ausentaba de su lado si no era para acudir al Ágora o a la Sala de los Consejos.
Afirman historiadores de la época que Aspasia convirtió su hogar en lugar donde se daban cita el arte y la ciencia, la filosofía y la política, acicateándose recíprocamente, y que fue como la reina, sin corona, de Atenas; que dio el tono a las modas, siendo para las mujeres de la ciudad ejemplo seductor de libertad intelectual y moral...

Su fama e inteligencia concitaron la envidia de algunos hombres célebres de su época; de ella dijo el comediógrafo Aristófanes que había incitado a Pericles para encender la guerra del Peloponeso contra los de Megara, o que había establecido un burdel disfrazado de escuela de retórica, acusación esta por la que fue llevada ante el tribunal, donde nada pudo probarse. Dropeitos afirmaba que enseñaba el amor contra natura, Hermipo que corrompía a la juventud ateniense... Pero fueron muchos más los ilustres contemporáneos que, además de elogios a su belleza, reseñaron sus muchos méritos: Jenofonte le atribuyó la composición de buena parte de los discursos de Pericles, a quien también enseñó a hablar y a desenvolverse en público, Platón (de quien fue maestra) puso en su pluma el admirable Discurso fúnebre de Menexenes, Anaxágoras refiere que dirigió en Atenas una escuela a la que acudían las muchachas de las más nobles familias, y aún sus madres, y padres, para aprender de ella delicadeza de trato social, para imitarla en los gestos y en las actitudes; y, que en ocasiones, asistieron a sus enseñanzas Sócrates, Alcibíades, Fidias y el propio Anaxágoras. El propio Sócrates le enseñó filosofía y dialéctica.
Viviendo aún Pericles, denunciaron a Aspasia ante el Aerópago (sede del Consejo, en la Colina Ares) por delito de impiedad. Compareció ante un tribunal de mil quinientos ciudadanos para responder de la más grave de las acusaciones: la de haber despreciado a los dioses. Pericles habló durante tres horas en su defensa, y, apelando a todos los recursos de su prestigio y de su elocuencia, y hasta a sus lágrimas, obtuvo el perdón.
Tras la muerte de Pericles y del hijo que tuvo con él, se casó con Lysicles, rico tratante de ganado del que, con sus lecciones y consejos, hizo un excelente orador que llegó a "arconte" (alcalde) de la ciudad, y que más tarde moriría como un héroe en la guerra. Después de esto, el rastro de Aspasia se pierde en la Historia.

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