Serhiy Tkach, nació el 12 de septiembre de1952 en la ciudad de Kiselyovsk (URSS). Siendo joven, Tkach se inscribió en las
filas del ejército soviético, consiguiendo exitosamente acabar una
especialidad de inspector tecnológico. Con esa especialidad trabajó un
tiempo allí, pero después fue enviado a la Policía, siendo recomendado
por los militares para ser admitido en la escuela de Novosibirsk.
Sirviendo en la Policía dentro del
Departamento de Kemerovo (Siberia), Tkach enfrentó una situación en que
debió admitir un fraude y redactar un informe sobre el asunto.
Poco después de lo del fraude, Tkach
salió de las filas policíacas y se trasladó a Urania en 1982. Algunas
fuentes señalan que fue entonces cuando inicio sus asesinatos, mientras
que otras dicen que inició su orgía de sangre en 1980, teniendo como
supuesta primera víctima a una mujer joven que mató y violó en
Simferopol, tras lo cual se cree que habría llamado a la comisaría más
cercana para informar, aunque sin entregarse.
Habría de ser en Ucrania donde Tkach
desarrollaría el resto de su vida. Allí se sabe que, en sus inicios,
trabajó en minas de carbón, en granjas y en plantas industriales, así
como también fue allí donde se casó tres veces y tuvo cuatro hijos.
Volviendo a su carrera criminal, Tkach
dejó sangre, desde 1982 hasta el 2005, en las regiones ucranianas de
Crimea, Zaporozhye, Dnepropetrovsk y Jarkov.
Solía buscar sus víctimas en
plantaciones forestales cerca de vías de ferrocarril o carreteras, pues
de ese modo inducía a los policías a pensar que el asesino era algún
camionero o, en líneas generales, alguien de otra ciudad. Cuentan que,
usualmente, antes de sus asesinatos bebía un vaso de vodka con dimedrol,
una sustancia capaz de aumentar el efecto del alcohol… Luego
seleccionaba la víctima, que era siempre de sexo femenino y edad entre
los ocho y los dieciocho años, generalmente menor de dieciocho, pues le
gustaban bien jovencitas.
Una vez que Tkach evaluaba la aparente
seguridad del escenario, procedía a caer sobre la víctima en donde no
hubiese testigos. Con rapidez y contundencia este monstruo, dotado de
tanta fuerza que alguna vez fue campeón de pesas, apretaba la carótida
de la víctima y en cuestión de segundos la mandaba al otro mundo
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