Disimulada bajo el entarimado, una 
instalación eléctrica perfeccionada le permitía por otra parte seguir en
 un panel indicador instalado en su despacho el menor desplazamiento de 
sus futuras víctimas. Con sólo abrir unos grifos de gas, podía 
finalmente, sin desplazarse, asfixiar a los ocupantes de unas cuantas 
habitaciones.
Un montacargas y dos "toboganes" servían
 para hacer bajar los cadáveres a una bodega ingeniosamente instalada, 
donde eran, según los casos, disueltos en una cubeta de ácido sulfúrico,
 reducidos a polvo en un incinerador o simplemente hundidos en una cuba 
llena de cal viva. En una habitación, bautizada como "el calabozo", 
estaba instalado un impresionante arsenal de instrumentos de tortura. 
Entre las máquinas sádicas instaladas por el ingenioso doctor, una de 
ellas llamó particularmente la atención de los periodistas. Era un 
autómata que permitía cosquillear la planta de los pies de las víctimas 
hasta hacerles literalmente morir de risa.
El "Holmes Castle" fue terminado en 1892 y
 la exposición de Chicago abrió sus puertas el 1 de mayo de 1893. 
Durante los seis meses que duró, la fábrica de matar del Dr. Holmes no 
se desocupó. El verdugo escogía a sus "clientas" con mucha precaución. 
Tenían que ser ricas, jóvenes, guapas, estar solas y, para evitar las 
visitas inoportunas de amigos o familiares, su domicilio tenía que estar
 situado en un estado lo más alejado posible de Chicago.
¿Cuántas mujeres fueron violadas, 
torturadas y asesinadas en el castillo del Dr. Holmes? La cifra de 
doscientas es una aproximación verosímil. Seguramente por modestia, 
Holmes sólo confesó veintisiete, lo cual sería bien poco si se toma en 
cuenta la importancia de las instalaciones que había colocado.
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