En la Edad Media formaba parte de un cinturón fronterizo entre los
condados de Besalú y Ampurias que junto con otros once castillos
formaban una importante defensa contra el reino de Al-Andalus.
Allí se construyó el castillo de Llers, en una zona privilegiada estratégicamente.
En el siglo XII, el rey Alfonso II, "El Casto", de Aragón, decidió
vigilar de cerca el paganismo de la zona, por miedo a que se aliaran con
los musulmanes del sur.
Las creencias paganas, las prácticas de brujería y los ritos celtas
estaban demasiado arraigados en la zona, y se consideraron peligrosos
para la corona. Así fue como el rey eligió entre sus nobles a uno que tuviera voluntad
de hierro para dominar esta zona y acabar con estas prácticas paganas de
una vez por todas.
Entre sus caballeros eligió al Conde Estruch, un conde catalán llamado
Guifred, con fama de heroe y buen guerrero desde su gran ayuda en la
batalla de Tortosa. Considerándolo el mas apropiado para cristianizar la zona, el rey Alfonso II le dió al Conde Estruch el castillo de Llers.
Desde allí podría muy bien vigilar toda
la zona y acabar con el paganismo que tan arraigado tenían sus gentes,
además desde el castillo podría vigilar a toda la población.
Pero nadie conocía la verdadera naturaleza del Conde Estruch. Estruch al verse con tanto poder , pronto dejó ver su verdadera naturaleza. Su personalidad sádica y sanguinaria, le hizo lanzarse con fuerza a someter al pueblo entero en nombre del cristianismo. Disfrutaba inmensamente martirizando herejes, ideando martirios y destrozando a sus pobres víctimas. La búsqueda de la brujería, las persecuciones, las ejecuciones y
hogueras de supuestas brujas, se convirtió en su pasatiempo favorito.
Su falta de piedad, sembró el horror en el pueblo catalán del siglo XII,
que vivía aterrado y reprimido bajo su implacable dominio y sus severos
castigos que en la mayoría de las veces terminaba con la muerte misma
del acusado. Cierto día, Estruch estaba especialmente contento, había cogido a un
grupo de brujas, había mandado preparar una enorme pira en medio de la
plaza del pueblo y pensaba quemarlas al atardecer. Sería un gran espectáculo para terminar aquel día. Sí, El Conde Estruch estaba contento.
Llegado el fatídico momento, se acomodó en el sillón de su palio, para disfrutar del espectáculo. Una de las brujas, la más mayor, justo antes de morir abrasada, miró a
Estruch fijamente y con todo el odio de su alma le lanzó un extraño
sortilegio que nadie entendió. Estruch sonreía, disfrutaba mucho con aquellos espectáculos. Después se retiró a su castillo, ya estaba entrado en años y debía descansar.
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