En los dos años siguientes, Martín
fue sometido a catorce intervenciones de extrema
gravedad, que han dejado, tanto la cabeza como
el cuerpo del muchacho, innumerables cicatrices
y costuras, todas ellas aparejadas de secuelas
irreparables. Cabe mencionar que se le tuvieron
que implantar diversas válvulas artificiales
para realizar las funciones vitales, que no
podía realizar con normalidad. Tras estas
intervenciones, Martín era mandado a casa con la
ilusión de acabar por siempre con la pesadilla,
pero, a los pocos días, regresaba al hospital en
un estado más que lamentable.
Poco a poco comenzó a normalizarse la
quebrantada salud del muchachuelo. Volvió a su
colegio, a sus juegos, su rutina... Nada parecía
haber cambiado, pero, realmente, Martín ya no
era el mismo. Siempre había sido un estudiante
normal, que sacaba adelante las asignaturas como
podía, teniendo mayor dificultad en las
matemáticas. Eso había cambiado. Increíblemente,
Martín Rodríguez adquirió una capacidad de
retención memorística y una gran habilidad para
las relaciones lógicas muy superior a la que
siempre había demostrado. Comenzó a interesarse
por el dibujo, la poesía, la escultura y las
matemáticas. Sus profesores don José Luis, don
Tertuliano y don Anselmo no podían creer lo que
ocurría; la transformación que el niño estaba
experimentando era del todo inexplicable. Unos
veían una explicación en la radiación que pudo
haber recibido el día del su encuentro con aquel
artilugio misterioso, que hubo de producir en su
cerebro el desarrollo de unas facultades que
tenía aletargadas, mientras otros explicaban el
fenómeno diciendo que, después de haberse estado
a punto de morir, sin tener en cuenta la edad,
las cosas no se ven como antes y la vida recobra
todo el interés.fuente: http://www.gibralfaro.uma.es/leyendas/pag_1564.htm
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