Por último, muchas cosas desaparecieron de la casa de los Carr aquella
noche, pues Paul robó ropa de Carswell, un maletín, un kit de afeitar,
llaves, un reloj de Mickey que usaba Mandy, un reloj digital que colgaba
de la pared, algunos papeles, y las tarjetas de crédito de Carswell.
Todo eso no respondía únicamente a la ambición, ya que Paul usó la ropa y
las tarjetas de Carswell para hacerse pasar por él (ante gente que
supuestamente no tenía por qué conocer a Carswell). No obstante, un
joven informó a la Policía sobre un pelirojo alto y bigotón que había
comprado una grabadora y cintas de gravar, usando para eso una tarjeta
de crédito de Carswell.
El 8 de noviembre, en el bar Holliday
Inn de Atlanta (Georgia), Paul conoció a la periodista británica Sandy
Fawkes. Inicialmente, Sandy estaba cansada y desanimada, bebiendo tras
fracasar en una misión periodística en Washington. De pronto vio llegar a
Paul en uno de los elegantes trajes de Carswell, y se impresionó por su
“buen aspecto demacrado”, pensando que debía ser europeo por la
actitud, el porte y la apariencia. Al acercársele, Paul la invitó a
bailar pero Sandy se negó diciendo que tenía que trabajar, y
efectivamente no bailaron; aunque, cuando ella volvió al bar, otra vez
se lo encontró, y como le pareció que era “en realidad muy guapo”, no
pudo resistirse y conversó con él, luego fue a cenar y finalmente acabó
en la cama, aunque dijo que Paul tenía problemas sexuales y no podía
lograr una erección sin autoestimulación previa, pese a lo cual tenía un
sentido del humor que le permitía reírse de sí mismo. Por otro lado,
Sandy dijo que percibió en Paul un sujeto con una necesidad interna de
ser querido, característica que en parte ayudó a que lo percibiese como
una buena compañía. Y afortunadamente no se equivocó con lo de la
necesidad interna de ser querido, ya que tiempo después, cuando lo
esperable era que Paul la mate, éste no le hizo nada, no porque pensara
que ella podía inmortalizarlo en un libro, sino porque realmente, debido
a su necesidad de afecto, le había tomado cariño.
Prosiguiendo con las memorias de Sandy,
ésta contó que varias veces ella y Paul bromearon sobre cuál asesino
serial encajaba mejor con él, mencionando entre otros a Albert DeSlvo, a
Charles Manson, a Dean Corll, o incluso a Juan Corona. Ella nunca pensó
que existía una oscura verdad detrás de esas bromas, aunque confesó
asustarse con la “expresión de animal acorralado” que dos veces
asumieron los labios de Paul cuando este se levantó súbitamente, al
parecer medio sonámbulo.
Ahora, y pese a ser un monstruo
homicida, el “reservado y preocupado” Paul tenía un pequeño lado humano
que manifestaba en su capacidad de sentir afecto y en cosas como, según
contó Sandy, una “apasionada” creencia en Dios y un anhelo por “dejar
una marca en la vida”, por ser “recordado por algo”, deseo éste último
algo frecuente en asesinos seriales, como por ejemplo en el Monstruo de
los Andes (Pedro Alonso López), quien estando en la prisión preguntó
ante las cámaras de los periodistas: “¿esto pasa a la historia?”… Y es
que en el fondo Paul se preguntaba lo mismo que Pedro Alonso López, ya
que una vez le preguntó a Sandy si podía escribir un libro sobre él. A
ella la idea le pareció absurda y solo le siguió la corriente, aunque
Paul le dijo que no le quedaba mucho tiempo de vida, que aproximadamente
“dentro de un año” lo asesinarían por algo que había hecho, y que su
abogado tenía custodiadas unas grabaciones que, de revelarse tras su
muerte, podrían hacer surgir titulares en todo el mundo y darle a ella
material suficiente como para un libro que podría tener gran éxito. De
momento ella dudó de todas esas cosas, pero después las creyó, y vio que
Paul tenía razón con la idea del libro; aunque, para cuando eso
sucedió, Paul ya no estaba vivo.
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