
En tiempo de los moros, viendo éstos la valentía y bravura de los cristianos y cuán difícil iba resultando la conquista de la Península, decidieron traer de África, para ayudarse, un monstruo pequeñito, especie de dragón, "que corría como un buey y volaba como un ave de rapiña". Lo subieron por el río Llobregat y lo dejaron en las cuevas de la montaña de Sant Llorenc de Munt.
Mientras fue pequeño, los mismos moros se encargaron de llevarle ovejas, con las cuales se alimentaba; pero conforme se hizo mayor, comenzó primero a diezmar los rebaños, y después a atacar y devorar personas, sembrando el terror en la comarca. En vista de ello, el conde Guifré mandó al caballero Spes, acompañado de varios jinetes, para que fuera a la busca y captura de semejdnte monstruo.
Cuando llegaron, estaba devorando a un hombre; pero rápidamente, soltó su presa y arremetió contra el escuadrón, volando, bramando y lanzando silbidos que asustaron a los caballos, los cuales se precipitaron por una sima, que desde aquel momento se llamó "la Sima de los Caballos".
La empresa fue un completo fracaso, y los caballeros se vieron precisados a volver a pie, asustados y derrotados.
Ante tal hecho, fue el mismo conde el que se decidió a matar al dragón.
Armado con su lanza y espada, y provisto de una gruesa rama de árbol, se presentó en la cueva del monstruo. Allí le provocó, empujándole y golpeándole con la rama; pero el dragón la cogió y la rompió en dos pedazos. Entonces comenzó a bramar y silbar como acostumbraba. Con sus movimientos, los dos trozos de la rama de árbol quedaron colocados en forma de cruz. Esto fue interpretado por el conde como feliz presagio, y arremetiendo con toda su fuerza, le atacó con la espada. Le dio algunos golpes, pero sin conseguir apenas herirlo; aquel animal repugnante parecía ser invulnerable. Comenzó a volar, y cogiendo al conde Guifré con sus garras, se lo llevó.
Todo parecía perdido. Sin embargo, el conde, sin dejar de encomendarse a Dios y mirando aquella cruz hecha por el mismo dragón, y que seguía esgrimiendo entre sus tentáculos, le atacó con su lanza al corazón y lo mató.
Fue a morir en un monte próximo, que desde entonces se llamó "el Cerro de la Cruz". Le quitó la piel al dragón, y, rellenándola con paja, fue llevada a Barcelona, donde todos pudieron contemplar el terrible animal y alabar la valentía del conde.
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