Leonor Rodríguez "
La Camacha"
Por lo que se conoce de Leonor Rodríguez "La Camacha", nació en Montilla
(Córdoba), más o menos por 1532, siendo sus abuelos paternos Antón
García Camacho y Leonor Rodríguez, tuvieron tres hijos: Leonor y Elvira
García, y a Juan Camacho, este último falleció antes de 1531. La segunda
hija de aquel matrimonio, Elvira García, casó con Alonso Ruiz Agudo, de
cuyo matrimonio nació una sola hija, Leonor Rodríguez, a la que le
impusieron en la pila bautismal el nombre de la abuela y adoptó su
apellido.
El apodo de "Las Camachas·, viene derivado del segundo apellido paterno,
es decir, que ya a la abuela, madre y tía, así les llamaban por este
apodo, cosa por otra parte muy corriente y usual en la mayoría de los
pueblos de España. Pero solo Leonos pasaría a la historia con este apodo
familiar.
Esta Leonor Rodríguez, "La Camacha", se casó con Antón García de
Bonilla, que murió porque, según las habladurais del pueblo, "lo volvio
loco", de cuyo matrimonio nacieron dos hijos varones, uno, que al igual
que a su padre lo volvió demente, y Antón Gómez Camacho, que vivía
cuando fue juzgada por la Inquisición, y aún le sobrevivió durante
muchos años.
En 1567 desapareció durante cuatro meses de Montilla, según cuenta se
fue a Granada, donde al parecer se inició en el arte especialmente con
una mora que le enseñó los primeros rudimentos y le facilitó las hierbas
necesarias para hacer ungüentos, pociones, reparar virgos...
Se enorgullecía de haber aprendido de los más notables y aventajados
moros y cristianos, y fueron tantos sus anhelos de superación en conocer
nuevas técnicas, que no tenía ningún pudor ni rubor en declarar que
estuvo fornicando algún tiempo con un moro, "sin bautizar" (debemos
recordar, que por aquellos días eran perseguidos los "no bautizados,
tanto moros como judios) para que le diera lecciones.
ERan muchos los que requerían sus servicios, siempre les decía que ella
no sabía gran cosa de ello, pero, les prometía hacerle algún conjuro
para tratar de conseguirlo, o bien, que se lo encargaría a otra
hechicera que lo hiciera por su mediación, con lo cual aumentaba sus
honorarios.
Conocía a la perfección quién había hecho pacto con el diablo, y las huellas o marcas que habían dejado su convenio.
Entre las aspirantes a hechiceras gozaba de un gran prestigio, por lo
que sus lecciones eran estimadísimas y ganaba dinero con las clases,
concertaba previamente lo que le habían de abonar por cada lección, que
unas veces era en metálico y otras en especie o las dos cosas a la vez,
siendo de su preferencia en Cuaresma, las "asaduras y los pollos".
Por todas estas y otras muchas cosas más, presumía de ser una magnífica
profesional, y a pesar de ello, para estar al día de cuantas
innovaciones y nuevos métodos en el "arte" se iban produciendo, cuando
se enteraba de que en algún lugar existía una hechicera, daba igual si
era mora, cristiana o judia, que supiera algo más que ella, sin reparar
en gastos ni molestias, se lanzaba en su búsqueda para tratar de
conseguir ampliar sus conocimientos.
Segun esta leyenda tenía un "laboratorio" bastante bien pertrechado de
elementos, entre los que se encontraban, además de los utensilios
propios de la cocina como ollas, jarras, redomillas, etc. el pertinente
cuchillo de cachas prietas para realizar los cercos, sapos y
salamanquesas muertas y disecadas, escarabajos, el cedazo, cera, velas,
orines de negra, figuras de hombres recortadas en lienzo, gran cantidad
de alfileres, que decía habían estado en el infierno, infinidad de
hierbas para la confección de ungüentos, cáscaras de cebollas, y otros
"materiales" que tenían como finalidad el arte de la brujeria y el
culinario, tales como garbanzos, habas, huevos, vino, sal, pimientas, y
otras especies.
Su fortuna y hacienda eran considerables, pues a las dos tiendas y el
mesón, que había heredado de su madre, se unía al producto de su
"trabajo", por eso, los Inquisidores, además de secuestrarle los bienes,
le impusieron de multa la importantísima cantidad de 56.250 maravedís,
equivalente a ciento cincuenta ducados.
La causa de la prisión de "La Camacha", ya la sabemos: fue por la
acusación de los Padres Jesuitas de Montilla, que comunicaron al
tribunal de Córdoba, que en dicha villa existían "más de cincuenta
personas que tenían familiares", que habian acudido a la "bruja"
A pesar de los "favores" pretados a sus conciudadanos, no debió gozar de
mucha simpatia en su pueblo natal a juzgar por el crecido número de
personas que testificaron contra ella; veintidós vecinos eran muchos
para una villa relativamente pequeña por aquellas tiempos, que no
solamente la acusaron, sino que ampliaron los cargos y aunque se mantuvo
por algún tiempo negando cuanto le habían imputado y adjudicándoselo a
otras hechiceras o personas fallecidas, como hacían la gran mayoría de
ellas, a pesar de sus muchos poderes mágicos, no pudo escabullirse de
"ser puesta a cuestión de tormento", por lo que, ante medios tan
"persuasorios", no tuvo más remedio que confesar de plano y con todo
lujo de detalles.

El lunes 8 de diciembre de 1572, festividad de la Inmaculada Concepción,
salió en Auto público de fe, con su coroza, e insignias de hechicera
invocadora de demonios, en el cual se le leyó su sentencia y "adjuró de
levi" (es decir obtenía una pena menos ri se retractaba de sus acciones u
opiniones contrarias a la ortodoxia, jurando repetir su pecado).
Gracias a esto fue siendo sentenciada, además de pagar la multa, se le
desterro por diez años de Montilla, de los cuales los dos primeros había
de servirlos en un hospital, de Córdoba, y cien azotes por las calles
de dicha ciudad y otros tantos en su villa natal.
Al día siguiente según norma de la Inquisición, cabalgando sobre un
asno, por las principales calles cordobesas, recibió los cien azotes
ordenados, con el consiguiente jolgorio y regocijo de la chiquillería y
satisfacción de mayores, naturales y foráneos. A los pocos días, en
cumplimiento de la sentencia, fue trasladada a Montilla, donde, con el
mismo «ceremonial», le propinaron los otros cien azotes.
Sin duda, ya le habían devuelto sus bienes y obtenido un permiso
especial para trasladarse a Montilla, al objeto de ordenar sus negocios.
Allí se encontraba el 6 de febrero de 1573 otorgando carta de venta y
de imposición de censo y tributo a favor de su hijo, ahora se llamaba
como su padre: Antón Gómez de Bonilla, y a sus herederos, de 3.501
maravedís y medio de censo de tributo cada año, a razón de 14.000
maravedís, además, como su hijo había afrontado los gastos que "La
Camacha", había tenido durante su estancia forzosa en las cárceles
inquisitoriales de Córdoba; por un memorial, le reconoce las deudas
contraídas, entre las que figuran la compra de los tejidos. Tras una
vida tan intensa dedicada a las artes mágicas y a sus innumerables
negocios, entregó su alma a Dios o al diablo en el 1585, apenas contaba
con 53 años de edad
fuente: http://historiamujeres.es/