
Los agentes de la policía judicial detienen a un grupo de personas
implicadas, quienes confiesan haber matado a esos individuos por orden
del Padrino Adolfo de Jesús Constanzo, de veintisiete años de edad e
hijo de un americano y una cubana practicante de la Santería y Palo
Mayombe, en cuyas artes mágicas había sido iniciado desde que tenía tres
años.
Los detenidos revelaron además la
existencia de otras sedes del grupo en otras ciudades mexicanas, en las
que se descubrieron más delegaciones y sucedieron una serie de
aprehensiones.
A partir de ese momento más de
trescientos policías participan activamente en la búsqueda de Constanzo y
sus seguidores más próximos: Sara Aldrete, Alvaro de León Valdez, Omar
Francisco Orea y Martín Quintana, quienes emprenden una huida durante
tres semanas por todo México.
Constanzo intenta negociar con las
autoridades mexicanas amenazando con revelar todos los nombres de los
personajes conocidos que participan en su culto, pero esto pesa poco
comparado con la atrocidad de sus crímenes y la policía se muestra
intransigente. Dichas negociaciones se mantuvieron en secreto durante
mucho tiempo, por lo que más tarde saldría a la luz pública: que
numerosos policías habrían estado implicados en la secta.
Sintiendo que el fin de sus crímenes
estaba cerca, Adolfo y sus cómplices se refugian en una mansión de las
más lujosas del Obispado de Monterrey, protegida con un circuito cerrado
con seis cámaras que vigilaban el jardín y accesos a la vivienda.
Finalmente, el 6 de mayo son
descubiertos en el Distrito Federal por algunos agentes de la policía
judicial que se hallaban registrando la zona y, sintiéndose acorralados,
los cómplices del Padrino comienzan a dispararles desde la ventana de
un edificio ubicado en la calle Río Sena de la Ciudad de México.
Al momento se presentan varias patrullas
de refuerzo que pueden acercarse y llegar hasta el cuarto piso, desde
donde disparaban. Dentro se encontraban Constanzo y los demás, quienes
habían hecho un pacto de suicidio mutuo si no lograban deshacerse de los
policías.
Al ver Constanzo la gran cantidad de
agentes que les rodeaban y ganaban terreno a cada paso, desesperado,
ordena a su compañero Valdez que le dispare con una ametralladora que le
tiende, y Quintana, fiel a su líder decide suicidarse con él. Ambos se
meten en un armario ordenando disparar a Valdez. Instantes después son
detenidos sólo tres supervivientes, contabilizándose unos quince
seguidores fieles de estos sangrientos cultos.