miércoles, 21 de octubre de 2015

Leyendas en Catalunya (La Pesanta [II])

Pero a pesar de ser un ser temible y temido por todos, uno de esos que parece invencible, al igual que muchos seres de la mitología de nuestra región, tiene sus peculiares debilidades. Y es que se explican algunas maneras de quitársela de encima, como por ejemplo pronunciando las palabras: "Virgen!" O "Jesús mío!"; o incluso tirando una prenda negro hacia la ventana más cercana, hará que la bestia marche de golpe.
Otra de sus características, y también una de sus debilidades, es que es nieta hasta extremos impensables, y no entra nunca en una habitación sin hacer limpieza antes, por eso si se deja un plato de mijo o cualquier otro cereales, bajo la ventana por la que puede entrar la Pesanta y esta el volcan, se pasará la noche recogiendo uno a uno todos los grandes que hayan caído al suelo, pero como tiene las patas agujereadas, se pasará la noche intentándolo pero sin conseguirlo lo.
La Pesanta es la personificación de las pesadillas y está relacionada directamente con un fenómeno que se produce de alteración del sueño llamado la parálisis del sueño. Esta anomalía consiste en un estado entre el propio sueño y el despertar que consiste en la incapacidad de hacer cualquier tipo de movimiento voluntario ni de hablar, por lo que te sientes totalmente inmovilizado y esto genera una gran sensación de angustia y de ansiedad. Es por ello que nuestra cultura, ha intentado explicar esta peculiar alteración del sueño en la forma de este ser mitológico, de la Pesanta. Pero no somos la única cultura que ha decidido interpretar este fenómeno con un ser mitológico, y es que por ejemplo en Colombia, la causa de esta parálisis es una bruja. Esta parálisis, ha sido interpretada a lo largo de los siglos por un demonio o un duende, muestra de ello es una obra pictórica del siglo XVIII de Henry Fuseli.
En la mitología vasca tienen un ser equivalente a nuestra Pesanta, se dice Inguma, y ​​al igual que el ser que hoy nos ocupa entra en las casas de las gentes por la noche, pulsa la garganta de las personas que están durmiendo en sus camas, dificultándoles la respiración y generando una terrible sensación de angustia. A este ser se le dedicaba una especie de cantinela que permitía librarse de él, que retaba a Inguma a contar todas las estrellas del cielo, de esta manera se distraía en Inguma tiempo suficiente para que se hiciera de día, y así no atacara a la gente.
"Inguma, enauk hire IzuJainkoa eta Andre Mariahartzentiak lagun;zeruan izar, lurrean balar, kostan harehaiek Denak zenbatu arteetzadiela niganat ager. "
En griego, la palabra Efialtes quería decir pesadilla, y Efialtes era también un gigante de su mitología, considerado por muchos el demonio de las pesadillas, el mismo personaje que la Pesanta.
Por lo tanto estamos hablando de una representación mitológica de una enfermedad del sueño muy presente siglos atrás, que en nuestra toma la forma de una animal, de un gossot enorme de color negro y piernas de acero agujereadas, la Pesanta .


fuente:  http://blocs.gracianet.cat

Leyendas en Catalunya (La Pesanta [I])

La Pesanta, un animal mitológico característico de la zona de la Garrotxa, en especial de  la Vall de Bianya en forma de gran gossot negro (en algunas versiones se trata de un gran gatot, pero no es tan común como la imagen del perro) que se cuela por las noches dentro de las casas y se pone encima de las personas mientras duermen dificultándoles la respiración y generando angustias y pesadillas terribles.
La Pesanta, también llamada pesadilla o Passarillo es peluda y negra, enorme y con patas de acero, pesada como el plomo. Sus patas pero tienen una peculiaridad, y es que están agujereadas, por lo que no puede cosechar nada de tierra sin que no le caiga paso. Según Joan Amades en "Los ogros infantiles" Revista de Dialectología y Tradiciones Populares 13 (1957) tenía sólo una de sus patas metálicas, en este caso de hierro, y le servía para golpear con ella a cualquiera que se encontrara por calle durante la noche.
Lo más extraño es que a pesar de saber cuál es su aspecto, es casi imposible que nadie lo haya visto nunca, ya que así que alguien se despierta, la Pesanta huye corrientes y sale por el agujero más pequeño de la ventana, o por la cerradura , y de ella sólo ven la sombra. Y es que según dicen de ella, a pesar de su apariencia no antropomórfica, está emparentada con el duendes. Ya que cuando le conviene se puede volver invisible, puede reducir su tamaño a placer, pasando por el ojo de la cerradura y por los lugares más pequeños, e incluso puede atravesar paredes.
Decían de ella que durante el día se escondía en los cráteres de los volcanes de la comarca, aunque también podía encontrar refugio en algunas iglesias abandonadas o casas en ruinas, en espera de la noche para poder actuar.


Leyendas en la Peninsula Iberica (La Tragantia [II])

Cuando el rey de Cazorla atravesó a galope tendido el ruidoso puente de madera, seguido de media docena de sus fieles, no había en todo el valle una chimenea que humeara en medio de la perfecta quietud. Sus vasallos estarían a salvo. El no. El helado zumbido de un proyectil taladró el aire cristalino que tienen las mañanas en Cazorla y una emplumada vara atravesó el cuello del rey y lo derribó sobre los maderos. La punta le salía, roja, por las vértebras. Un grupo de ballesteros surgió del herbazal de la ribera apuntando con sus armas al grupo fugitivo. Pareció que el rey quiso decir algo antes de morir, pero el hierro le había segado la voz. Se levantaba el sol dándose prisa en hacer su larga carrera del día de San Juan. Una hormiga empezó a subir por la mano del cadáver.
Lo cristianos no devastaron el valle. Se establecieron en él y lo poblaron con sus ávidos colonos traídos de lejanas tierras. Pronto volvió el humo a las chimeneas y el laborioso sonido a las norias y a las herrerías y  las alegres canciones a las eras.
En el húmedo subterráneo había varias estancias unidas por un angosto pasillo y por un silencio perfecto. Pilares de piedra sostenían el techo de las mayores. El salitre reinaba sobre el granito de los muros. En algunos había lápidas con inscripciones paganas. Dentro de un nicho excavado en la roca un goteo quería remedar a una fuente. Con siglos de paciencia había labrado un pozuelo en la losa del suelo.
La tinieblas del subterráneo no toleraban noches ni días. Con un misericordioso candil en la mano vagaba la princesa por sus breves dominios muriéndose de angustia cada vez que creía escuchar un ruido.
 
A la zozobra de las primeras horas sucedió la resignada paz de la prisionera y luego su desesperación y su locura cuando comprendió que el mundo se había olvidado de ella. Las provisiones se acabaron, la lámpara extinguió su luz con un chisporroteo. Aterida de frío, quizá porque ya llegaba el invierno y allá fuera el río arrastraba tortas de nieve montañera, la infeliz se dispuso a morir debajo de las mantas de su oscuro lecho. Durmió, o creyó dormir, un espacio de tiempo frecuentada por atroces pesadillas. Cuando despertó sentía, en el hervor de una fiebre, las piernas heladas y doloridas. Quiso frotarlas con las manos. Le devolvían un tacto viscoso de piel desconocida y áspera que le produjo asco y escalofríos. No sentía hambre ni impaciencia. Dormía y no se movía del lecho. Sin horror ni sorpresa aceptó en su cuerpo el lento prodigio de mudarse en serpiente hasta la adolescente redondez de las caderas. Reptaba por sus tinieblas entre silbos a los pilares que sostenían el techo
Si un niño escucha esta canción, el monstruo lo devora. Por eso la gente menuda procura irse a la cama y estar dormida muy temprano.
En una torre del castillo de Cazorla hay una pesada losa con una argolla de hierro que nadie se ha atrevido a levantar. Se dice que es la entrada, seguida de larguísima escalera angosta, que lleva al subterráneo donde el rey de Cazorla ocultó a su hija. A un postigo del mismo alcázar le llaman de la Tragantía y a una solitaria cueva que está en el camino, de Montesino.

fuente: http://www.culturandalucia.com

Leyendas en la Peninsula Iberica (La Tragantia [I])

Cuando las huestes del arzobispo de Toledo atravesaron angostas los puertos del Muradal con carros, cruces y caballos, ya sabía el atribulado rey de Cazorla que iban a devastar sus posesiones y que sería un despilfarro inútil que aquel minúsculo reino intentara resistir por las armas a la adiestrada violencia de los cristianos. 
Había en el antiguo castillo de Cazorla un mirador alto desde el que se contemplaba el verde valle pespunteado de blancas almunias y un claro río concurrido de norias y molinos. Atravesaba la corriente un sólido puente de madera con clavazón de bronce. Uno de los troncos que componían sus pilares había agarrado en el lecho del río y le verdeaban ramas por primavera. Veía el rey cómo sus gentes diminutas y apesadumbradas atravesaban el puente tirando de carritos en los que habían cargado sus más valiosos enseres. Voces domésticas y palomas volaban cerca del castillo con el viento favorable. En lo alto, coronando de verde y de gris el valle, se veían, como un tapiz, los pinares de la Sierra de Segura

 Bien sabía el desdichado rey de Cazorla la suerte que esperaba a su menguado reino. Como dos años antes hicieran en Quesada, los cristianos entrarían a sangre y fuego y devastarían todo lo que no pudieran rapiñar. Talarían árboles y viñedos, con teas de lino y alquitrán pondrían fuego al pueblo y a las blancas almunias, arrasarían los sembrados, arruinarían las norias, cegarían los pozos y las acequias, aportillarían las cercas y dejarían tras de sus caballos un rastro de ruina y desolación cuando regresaran a sus tierras cargados de despojos y arrastrando atónitas cuerdas de cautivos

El rey de Cazorla había tomado las medidas que cumplen a un buen gobernante preocupado por el bien de su pueblo: permitió el éxodo de sus súbditos hacia tierras más seguras de las que podrían regresar cuando el peligro hubiese pasado. Por el empedrado camino de Baza, que atravesaba los puertos de Tíscar, se despobló el reino de Cazorla. El propio rey había puesto a salvo su trigo y sus caballos días antes. Ahora se demoraba en el castillo solitario y recorría sus devastadas estancias silenciosas, cerrando puertas y alacenas y asomándose a todas las ventanas. Sin tapices las paredes parecían más grandes y eran iguales como en un sueño.
 
Los hombres de la escolta transmitían su impaciencia a los caballos en el patio. Iban recelosos de que las avanzadas de los cristianos alcanzasen el valle antes de que ellos hubiesen tenido tiempo de ponerse a salvo. Ignoraban que el desdichado rey tenía un motivo para retrasar la salida. Había decidido que su hija permaneciera en el castillo, oculta en unas secretas habitaciones subterráneas cuya antigua existencia sólo él conocía. Aunque la dejaba bien provista de alimentos y lucernas de aceite y todas las otras cosas necesarias para no sentir incomodidad alguna en los pocos días que duraría su reclusión, el atribulado anciano no acababa de resinarse a partir.