martes, 23 de febrero de 2016

Asesinos en Serie (Herbert Mullin [III])

El 13 de octubre de 1972, Herbert asesinó brutalmente a un indigente de 55 años llamado Lawrence White. Según Herbert, el vagabundo era Jonás, un profeta de la Biblia que pasó tres días en el vientre de un enorme pez y predicó en Nínive. “Mátame para que otros puedan salvarse”, había escuchado Herbert a manera de mensaje telepático que “Jonás” le enviaba. El tributo era magnífico, de modo que Herbert no dudó en sacar su bate de béisbol y en darle una y otra vez en el cráneo hasta dejárselo como una amasijo de huesos, sangre y masa encefálica; un horrible cuadro que, días después fue encontrado.
La siguiente víctima fue Mary Guilfoyle de 24 años. Herbert Mullin la recogió tras verla hacer auto-stop y cuando sintió que había ganado su confianza y la chica se había relajado, detuvo el automóvil con alguna excusa, le pidió que saliera un momento y entonces la apuñaló frenéticamente hasta extinguir su vida. Después llevó el cadáver a una colina, lo desmembró, le abrió el estómago, inspeccionó sus vísceras y permaneció un rato estudiando sus órganos para luego marcharse y dejar los pedazos del cadáver yaciendo sobre la colina.
Cuando el cuerpo de Mary fue encontrado, se creyó erróneamente que era víctima de Edmund Kemper, otro asesino en serie que atacaba en el área en aquel entonces. Debido a que los restos de la víctima no fueron encontrados hasta después de varios meses, la Policía no relacionó su muerte con la del vagabundo. En cuanto a los motivos que le impulsaron a realizar el asesinato, además de lo de los sacrificios, había algo especial: su madre, hace no mucho, le había obsequiado un libro del pintor Miguel Ángel para inspirarlo a canalizar sus problemas psicológicos a través del arte. Desde pequeño, Herbert había mostrado habilidad para el dibujo y la pintura. Allí, a través de las páginas del libro sobre el arte de Miguel Ángel, Herbert llegó a la conclusión de que Miguel Ángel había alcanzado tal grado de excelencia en la representación del cuerpo humano como una consecuencia del estudio meticuloso de la anatomía humana que el gran pintor efectuaba en todas aquellas horas en que diseccionaba cadáveres. Eso, para él, era una señal muy clara: en su próxima misión, él debía diseccionar un cadáver. 
Tras sólo cuatro días, el jueves 2 de noviembre, Herbert cobró su tercera víctima. Esta vez se trataba del Padre Henri Tomei, un sacerdote católico de 65 años. Aquel día, un Día de Difuntos, Herbert había aprovechado para, después de estar bebiendo y drogándose, ir a confesar sus pecados en la Iglesia Santa María y, de una vez, pedir fuerzas para no volver a matar. En un inicio creyó que la iglesia estaba vacía pero luego, tras darse cuenta de que había un cura en el confesionario, fue y empezó a confesar sus pecados. Al comienzo todo fue normal; pero, apenas hubo transcurrido un corto tiempo, Herbert tuvo alucinaciones auditivas en que el sacerdote le decía que debía honrar padre y madre, que su padre le pedía que mate gente y que él se ofrecía como sacrificio. Entonces Herbert perdió el control, le forzó a salir del confesionario y lo apuñaló salvajemente (tan salvajemente que, tras hallarse el cadáver, muchos pensaron en la obra de un culto satánico).


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