martes, 22 de marzo de 2016

Asesinos en Serie (Harold Shipman [IV])

Al igual que en su etapa laboral dentro del Pontefract General Infirmary, Shipman se negó a abandonar sus adicciones. Esta vez sucedió que Harold había estado recetando petidina (una droga similar a la morfina, pero con efectos más rápidos y menos duraderos) a sus pacientes, muchos de los cuales no necesitaban del fármaco. La situación se descubrió cuando la recepcionista Marjorie Walker dio un vistazo a un registro. Seguidamente se hizo una investigación encubierta en la que, entre otros, participó el Dr. John Dacre, quien en una reunión de personal hizo lo que cuenta el allí presente Dr. Michael Grieve:  
- "Estábamos sentados en ronda con Fred sentado de un lado, y del lado opuesto sale John y dice: 'Ahora, joven Fred, ¿puedes explicar esto?' Y entonces le pone la evidencia que había estado recogiendo, mostrando que el joven Fred había estado prescribiendo petidina a pacientes que nunca recibieron la petidina, y que de hecho la petidina había encontrado su camino a través de las mismísimas venas de Fred".
El insólito descubrimiento permitió comprender que, aquellos apagones mentales que estaban afectando al Dr. Shipman y que según él se debían a la epilepsia, no eran sino las consecuencias cognitivas del daño neurológico al cual el cerebro de Shipman había estado expuesto como consecuencia del abuso de la petidina.
Posteriormente Shipman fue expulsado de su trabajo y enviado a un centro de rehabilitación en el norte de Yorkshire, donde tras ser rehabilitado fue liberado para posteriormente conseguir un trabajo en Durham, ingresar en el Centro Médico de Hyde y finalmente estar en el Hospital Donneybrook House hasta 1977.
La carrera asesina de Harold Shipman no despegó con fuerza hasta 1992, fecha en la cual Shipman abrió en Hyde un consultorio en el que trabajó como médico de familia, atendió a más de 3000 pacientes e indujo al sueño eterno a muchos de ellos…
Durante esa etapa asesinó de forma sistemática a lo largo de cinco años y pico, siempre inyectando altas dosis de morfina a pacientes indefensos de edad avanzada que en su mayoría eran mujeres que pasaban los 75 años y que solían fallecer de tarde y en general sin gente alrededor. Para pasar desapercibido Shipman elaboraba un acta de defunción en la que afirmaba que el paciente había muerto por "causas naturales". Estas actas eran enviadas a un médico que en teoría debía de confirmar el diagnóstico de defunción, pero que en la práctica se limitaba a confirmar los certificados fiándose de sus colegas y dejándose llevar por su comodidad.  Así, Shipman aprovechaba esta situación y apuraba a los familiares de sus víctimas para que mandasen a incinerar (la llamada "cremación") los cadáveres de sus inocentes.


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