Fue así que el legendario profiler del
FBI, el agente especial John E. Douglas, se trasladó a Alaska para
analizar la evidencia que le ofrecía la Policía y para discutir acerca
del sospechoso número uno, es decir para hablar de Robert Hansen.
Douglas estableció que el asesino elegía
prostitutas y bailarinas topless porque son muy proclives a moverse de
ciudad en ciudad y la súbita desaparición de alguna no levantaría mayor
preocupación. Al presentársele la información respecto a Hansen, les
hizo notar a los oficiales la baja estatura del sospechoso así como que
el hecho de que tuviera muchas cicatrices producto del acné y un
evidente tartamudeo, lo hacían pensar que de joven había sido objeto de
burlas de sus semejantes y que con toda probabilidad había sido
rechazado varias veces por las mujeres a quienes deseaba acercarse. De
ese modo era seguro que tenía una autoestima muy baja y vivir en un
lugar apartado era para él un modo de aplacar un poco su malestar
personal. Luego, atacar prostitutas era la manera de cobrar venganza por
las humillaciones vividas durante la adolescencia. Algunos oficiales
conocían a Hansen y sus grandes habilidades como cazador, a lo que
Douglas comentó que tal vez ya se había cansado de los borregos
salvajes, los venados y osos y había cambiado su interés en otro tipo de
presas más interesantes.
Otro aspecto fundamental era que Hansen
podría ser del tipo de asesino que recolecta souvenirs de sus víctimas,
por eso era necesario buscar minuciosamente en sus propiedades objetos
pertenecientes a las víctimas. La manera de facilitar la investigación
era quebrar su coartada, para lo cual la Policía debía apoyarse en sus
amigos, a quienes había de forzar a hablar so pena de ser acusados de
cargos por obstaculizar la justicia. Con eso podrían descartarlo o
incriminarlo, pero se necesitaba actuar con firmeza.
Y en efecto, los amigos que
supuestamente habían pasado el día junto a Hansen cuando la joven
prostituta fue secuestrada, terminaron por admitir que no vieron al
sospechoso ese día. Además soltaron la sopa respecto al fraude contra la
aseguradora y otros detalles gracias a los cuales la Policía pidió 8
órdenes de cateo al juez. El 27 de Octubre de 1983, como usualmente hace
la Policía, un grupo fue al trabajo de Hansen y le pidió que los
acompañara a la estación para hacerle unas preguntas. Mientras tanto
otros dos grupos iban a su casa y a la avioneta para cumplir las órdenes
de cateo.
El grupo que investigaba la casa halló
numerosas armas en la casa de los Hansen, pero ninguna que pudiera
relacionarse con los crímenes. Estaban a punto de terminar y marcharse
cuando un oficial descubrió un escondite en el ático de la casa. Ahí
encontraron diversos rifles de alto poder, así como pistolas, un mapa de
navegación marcado en varios sitios, identificaciones de las víctimas,
recortes de periódico y algunas piezas de joyería. Al último estaba el
rifle Mini-14 calibre .223 con que teóricamente Hansen había cazado a
sus víctimas una vez que las soltaba en el bosque.
En la estación de policía, Hansen negó cualquier relación con los
homicidios, pero abrumado por los alegatos de la Policía se dio por
vencido y pidió un abogado. Entonces fue arrestado bajo los cargos de
fraude, asalto agravado, secuestro, portación ilegal de armas y robo. El
3 de Noviembre de 1983 el jurado de Anchorage acusó formalmente a
Hansen de conducta y portación indebida de armas, robo en segundo grado,
fraude a una aseguradora y secuestro, guardándose el cargo de homicidio
hasta no recibir las pruebas de balística. Hansen se declaró no
culpable de los cargos y la fianza fue fijada en medio millón de
dólares. Como se puede ver, el Estado no iba a permitirle quedar en
libertad ante la montaña de evidencia que se había acumulado. El
resultado de las pruebas llegó procedente de los laboratorios del FBI en
Washington el 20 de Noviembre de 1983. Quedaba demostrado que los
casquillos hallados habían sido disparados con el rifle Mini-14
incautado en la casa de Hansen.
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