sábado, 28 de noviembre de 2015

Asesino en Serie (Gilberto Antonio Chamba [I])

Gilberto Antonio Chamba Jaramillo, nacio en Machala (Ecuador) en 1963, es un asesino en serie apodado como "El Monstruo de Machala" por la brutalidad con la que asesinó a sus víctimas en la provincia de El Oro, en el sur occidente ecuatoriano.

Fue una verdadera psicosis colectiva la que vivió Machala en los cinco años en que Gilberto cometió suficientes atrocidades como para pasar al grado de leyenda del crimen bajo el título de “El Monstruo de Machala”.
Según informaron varias fuentes periodísticas de la época, Gilberto contó a los policías todo lo que hizo antes, durante y después de los asesinatos.
Los policías que consiguieron capturarlo, contaron que tenían dudas de que Gilberto fuera el verdadero asesino, y que para ver si fingía, intentaron llevarlo a sitios diferentes a los de los asesinatos, aunque éste siempre les decía que estaban mal y los llevaba, con escalofriante frialdad, a donde realmente violó y mató.

No resultaba difícil creer que había matado con facilidad si se tenía en cuenta que, antes de ser taxista, Gilberto había estado en el Ejército, alcanzando el rango de cabo. Ya después, cuando en 1988 consiguió un taxi, recorrió las calles de Machala hasta 1993, buscando víctimas que, en general, eran jóvenes, estudiantes, y andaban solas.
El anterior fue el caso de Rosa Benavides, universitaria cuya madre, Lola Román, recuerda como una chica “tranquila, estudiosa y feliz”. Con lágrimas en los ojos, la anciana mujer de 72 años expresó ante fuentes periodísticas: "No se imagina cómo sufrimos todo ese tiempo. Y nos dio más rabia cuando nos enteramos  de que el asesino estaba campante en España, como que si nunca hubiera hecho algo malo". Y para colmo de males, tanto en el caso de Rosa como en otros, Gilberto acudió al funeral de la víctima, costumbre muy cínica que tenía acentuada, tal y como expresan las palabras del policía ecuatoriano Fausto Terán: "Muchas eran madres de las víctimas, quienes le conocían como un hombre tranquilo y educado que había acudido a los velorios con pesadumbre"

Volviendo a su modus operandi, vemos que, tanto su facilidad de palabra como el uniforme militar que a veces usaba, le facilitaban conseguir que las jóvenes (en general de 17 a 24 años, aunque también mató a dos de 14 y 16 años) lo acompañaran hasta una vieja casa, donde las estrangulaba y abusaba de ellas. Respecto a eso, el propio asesino admitió lo siguiente: "Primero les ponía una mano en la boca, la otra en la garganta y así las mataba, pero para asegurarme luego las ahorcaba con una cuerda o alambre"

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