lunes, 22 de agosto de 2016

Literatura Catalana (Ramon Llull [IV])

El 14 de noviembre de 1305, tras un año sin lograr elegir pontífice, el rey Felipe IV de Francia, llamado "el Hermoso", haría coronar papa al obispo de Burdeos, el dominico Raimundo Bertrand de Got, bajo el nombre pontificio de Clemente V (aunque su elección se había producido el 5 de junio de 1305). Este papa vano, falto de decisión y poder, trasladaría la sede papal de Roma a Avignón y se convirtió en un títere del monarca francés.
Entre ambos habían decidido terminar con los Caballeros Templarios, a los que encarcelaron en 1307 y acusaron, en medio de espantosas torturas, de blasfemia y herejía bajo el látigo de la Inquisición conducida por los dominicos.

En 1308 Clemente V, prácticamente obligado por Felipe IV de Francia, convocó a través de la bula Faciens misericordiam cum servo suo un Concilio, que tendría lugar en la ciudad de Vienne en 1311, para tratar variados temas que interesaban al soberano. Uno de ellos era hacer exhumar y quemar por herejía los huesos de su anterior enemigo, el papa Bonifacio VIII, que hacía siete años que había muerto. También se decidiría si correspondía hacer una nueva Cruzada, si procedía efectuar ciertas reformas de la Iglesia y se juzgaría si correspondía entregar a los templarios al brazo seglar para ser ejecutados en la hoguera.
Ramon Llull fue convocado y estuvo presente en las tres sesiones del Concilio, pero no han llegado hasta nosotros noticias acerca de cómo votó en cada uno de los graves asuntos que allí se ventilaron. Nos consta que la Cruzada y la reforma eclesiástica le interesaban particularmente, ya que habían sido el objeto de sus prédicas y ruegos durante décadas. Sin embargo, respecto del castigo a los templarios quedan numerosas dudas.

Los franciscanos solían ser designados en los tribunales inquisitoriales para moderar la tendencia a condenar de los dominicos, normalmente en proporción de uno por cada dos dominicos. En ese sentido, la lógica nos dice que Ramon debe haber defendido a los prisioneros. En segundo término, los partidarios de las Cruzadas como Llull conocían y amaban a los templarios por el valor, el coraje, el espíritu de sacrificio y la enorme piedad que habían demostrado en los 187 años de su existencia y su arrojo en la segunda cruzada y las sucesivas. No tenemos, como se ha dicho, su voto escrito, pero es muy improbable que hubiese votado por la hoguera.

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