jueves, 7 de abril de 2016

Asesinos en Serie (Yoo Young-Chul [V])

Yoo observó durante varios minutos la casa para asegurarse de que no era peligroso entrar. Aparentemente no habían sistemas de seguridad y sólo estaban personas de edad avanzada (y por tanto poco peligrosas). Yoo entonces trepó por la pared del lado que daba a un callejón en el que no solía pasar gente que lo viera. Cargaba guantes para evitar dejar huellas y tenía un martillo casero y un cuchillo con hoja de unos quince centímetros de largo.
En el jardín no había nadie y al parecer no se percataron de su presencia una vez que hubo cruzado el muro. Avanzó con cautela, abrió la puerta principal, vio que había una pareja de ancianos en el dormitorio principal y subió a ver si había alguien en el segundo piso.
Tras constatar que no había nadie arriba, Yoo bajó y entró en el dormitorio de los ancianos. Lo miraron presas del temor. No sabían si todo iba a reducirse a un asalto, pero Yoo velozmente eliminó las dudas al apuñalar en la garganta al indefenso Sr. Lee de 72 años. Lee había tenido el honor de ser profesor honorario en la Sookmyung University, y ahora tenía el infausto honor de ser la primera víctima de quien habría de convertirse en el mayor asesino serial en la historia de Corea del Sur. La anciana (68 años) esposa de Lee lanzó un grito de horror al ver lo sucedido, pero Yoo intentó calmarla diciéndole que todo estaba bien, aparentando que no tenía intención de matarla y levantando el cuerpo sangrante de su marido. Ya menos nerviosa, la esposa de Lee experimentó su último y doloroso instante de vida cuando súbitamente el martillo de Yoo le destrozó el cráneo con un golpe contundente.
Yoo miró la trágica escena para asegurarse de que sus víctimas estaban muertas, cerró con llave la puerta del cuarto, tomó una toalla, limpió la sangre de sus pantalones y salió al jardín, donde recordó que había dejado el cuchillo en la habitación de los ancianos. Entonces volvió, tumbó la puerta de una patada, tomó su cuchillo, esparció la ropa del armario para confundir a la Policía y salió nerviosamente, sabiendo que en la puerta había dejado una huella que solo pudo eliminar parcialmente. No dinero ni joyas: su recompensa era la venganza.
No pasó mucho tiempo antes de que el instinto asesino volviera a él un 9 de octubre de ese mismo 2003. Esta vez tomó el metro hasta Bulgwang y luego un taxi hasta Gugi Tunnel. Allí el procedimiento fue el mismo de la vez anterior: buscar una iglesia, encontrar una casa de ricos aparentemente segura cerca de la iglesia, trepar el muro de la casa sin ser visto, atravesar cuidadosamente el jardín y matar a quien toque matar una vez dentro


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