lunes, 5 de octubre de 2015

Misterios en la Peninsula Iberica (Belmez, el Misterio de sus caras [II])

Todo señalaba a un montaje económico, e incluso la familia propietaria de la casa "cobraba" diez pesetas por visita, que habitualmente eran los domingos, no era una enorme cantidad, pero estamos hablando de 1971.

Poco después, y una vez cubierto el hoyo con cemento, comenzó nuevamente el proceso. El 10 de septiembre una nueva cara, algo más difusa, aparecía lentamente en el mismo lugar. Miguel Pereira, alarmado, la recortó y volvió a reparar el suelo de la cocina, donde una extraña fuerza se empeñaba en crear diseños que sembraban la inquietud no sólo en la familia, sino en el pueblo entero y en el gran número de visitantes que llegaban hasta allí alertados por los medios de comunicación. Pero los esfuerzos del joven fueron inútiles, pues algunos días después apareció una nueva cara, esta vez la de una mujer joven y bella, que poco a poco fue rodeada por otras más pequeñas, a modo de satélites.
Desde ese mismo momento, la familia, resignada, dejó de luchar contra la fuerza desconocida. Más adelante apareció una nueva cara conocida popularmente como el Pelao, que fue retirada del suelo en 1975. Y una vez más, cuando parecía que todo había acabado, volvieron a surgir en el mismo lugar caras que, tras evolucionar lentamente, desaparecieron un año más tarde para dejar sitio a nuevas imágenes, de contornos menos precisos, que son las que pueden apreciarse en la actualidad

 Las caras se convierten en un fenomeno social
Casi al tiempo de la llegada de 2 reporteros madrileños, un nuevo rostro de facciones diametralmente opuestas a la Pava hizo acto de presencia en el suelo de la habitación-cocina. Era la imagen de un niño, o incluso de un feto, que miraba fijamente hacia el otro lado de su realidad. Este descubrimiento hizo correr ríos de tinta, al mismo tiempo que encrespó el ´nimo de algunos que, como la Iglesia, que ya despuntaban en contra del fenómeno. De trazos finos, casi aprovechando las propias marcas del cemento enlucido del suelo, la expresiva mirada de la efigie a la que bautizaron como "la pelona" por su calvicie, se convirtió en el centro de atención de los cada vez más visitantes de la casa. Animados por los artículos de los diferentes periódicos, miles de visitantes llegaron a colapsar la localidad serrana con automóviles y autobuses, produciendo escenas realmente esperpénticas y del todo desconocidas para los vecinos del apacible pueblo.
Los bares y comercios abrían hasta en festivo y siempre agotaban su existencia. Con un censo de 2.323 habitantes en aquel 1972, Bélmez comenzó a recibir cinco mil visitantes diarios, por lo que el ayuntamiento se las vió y se las deseó para controlar los diversos incidentes que se producían

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