Durante la investigación policial se establecieron varios intentos de asesinato que no se consumaron.
En septiembre de 1878, tras dos ataques a dos ancianas, se produjo el quinto crimen. Se trataba de una campesina joven, fuerte, que se defendió con desesperación. El acabó por atravesarle el pecho de una puñalada, luego, una vez muerta, celebró su sádico ritual de sexo y sangre. El cadáver quedó cosido a puñaladas y con el vientre abierto. Le quitó una aguja de coser que llevaba como pasador de pelo y se la clavó cincuenta veces en el pecho.
Dos días más tarde, volvió a matar a otra campesina a la que estranguló y mutiló después de muerta, desgarrándole el vientre.
Su detención se debió a las casualidades, se dice que... Díaz de Garayo empezó a servir temporalmente a un labrador y una niña pequeña le señaló sin haberlo visto nunca, dijo: “¡Qué cara! Parece el Sacamantecas!”. Eso hizo que los vecinos terminaran por creerlo y los policías lo interrogaran. Descubrieron que había sido él, ya que al verse presionado confeso sus crímenes.

A las ocho de la mañana del 11 de Mayo de 1881, en el polvorín viejo de la ciudad de Vitoria, se le cubrió la cabeza al sacamantecas con un capuchón negro y se le rodeó con un collarín de hierro. El verdugo comenzó a girar el torno hasta que se le quebraron las vértebras cervicales y el "sacamantecas" murió asfixiado. El garrote vil había puesto fin a uno de los mayores sanguinarios que nos ha dado la Historia de España.
Su cadáver se expuso públicamente para el “macabro” goce de aquellos vecinos que deseaban verlo muerto, y fue enterrado en una fosa común del cementerio de Santa Isabel en Vitoria
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